Brenda Novak

Donde vive el corazón


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venderlo. Era un coche caro.

      Estaba abriendo la puerta cuando vio a un hombre alto y delgado, con el pelo un poco largo, que se acercaba a ella por el aparcamiento.

      –No te asustes –le dijo, y levantó una mano haciendo un gesto para indicarle que no era agresivo–. Es que… te he visto ahí dentro y…

      Ella apretó la mandíbula, con intención de rechazarlo al instante. No estaba de humor para que trataran de ligar con ella. Sin embargo, tuvo la sensación de que no se trataba de eso; él sacó una rosa blanca de tallo largo de su abrigo y se la dio.

      –Aguanta. Las cosas irán a mejor –le dijo.

      Y, antes de que ella pudiera preguntarle cómo se llamaba, se alejó.

      Capítulo 2

      –Me ha parecido oír la puerta del garaje –dijo Karoline al entrar en la cocina.

      Harper miró a su hermana mayor, que llevaba unos pantalones vaqueros, unas zapatillas forradas, un jersey de color granate y unos pendientes de perla. Karoline siempre iba bien arreglada. Su casa estaba impecable. Sus hijos estaban muy bien educados. Y su marido era podólogo; no solo era un hombre inteligente, sino, también, bueno. Karoline había construido una vida mejor que la de nadie que ella conociera, y eso le resultaba intimidatorio, sobre todo ahora que su propia existencia se había desmoronado.

      –Siento lo que ha pasado antes.

      Su hermana se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina.

      –No pasa nada. Yo también lo siento. Después de que te fueras, Terrance me ha dicho que tenía que haberlo dejado antes.

      –¿Nos ha oído?

      Su cuñado estaba viendo la televisión en otra habitación y no había intervenido en la discusión. A él no le gustaban las grandes muestras de emoción, así que ella entendía por qué se había mantenido al margen.

      –Sí. Cree que tengo razón. Yo sé que tengo razón. Pero también piensa que todavía no estás preparada para oírlo.

      –Entonces, en eso también tiene razón.

      Karoline apoyó la barbilla en una mano y le dijo:

      –Mira, sé que lo estás pasando muy mal, y yo no quiero empeorarlo. Lo único que no quiero es que Axel se aproveche de ti. Ahora te tiene contra las cuerdas y tú todavía estás intentando ser buena. Como yo no lo quiero como tú, lo veo desde una perspectiva diferente, y estaba intentando utilizar esa perspectiva para colocarte en una mejor situación.

      –Ya lo sé. Has hecho mucho por mí, y te lo agradezco –dijo Harper.

      Se acercó a los armarios, sacó un pequeño jarrón, lo llenó de agua y puso en él la rosa blanca.

      –¿De dónde has sacado eso?

      –Me la dio un hombre.

      –¿Un hombre?

      –Sí.

      –¿Qué hombre?

      –No lo sé. No me dijo cómo se llamaba.

      Karoline frunció el ceño.

      –¿Y dónde lo has conocido?

      –En realidad, no lo he conocido. Se acercó a mí en el aparcamiento de Eatery, cuando yo ya me iba, y me dio la rosa.

      –¿Las vendía? ¿O te pidió algún tipo de donación?

      –No.

      –Pero…. Las rosas no florecen en esta época del año. ¿Dónde la consiguió?

      –Se puede comprar una rosa en cualquier momento.

      –Así que la compró.

      –Sí. En la tienda que hay enfrente de la cafetería.

      –¿Y cómo lo sabes?

      –Porque he visto la etiqueta del precio. Estaba en el tallo de la flor.

      –¿Se gastó el dinero en comprarte una rosa cuando ni siquiera te conoce?

      –Solo valió siete dólares, Karol. Relájate. Ese hombre solo quería ser agradable.

      Su hermana no respondió de inmediato, y ella aprovechó la oportunidad para cambiar de tema.

      –¿A qué hora hay que ir a recoger a las niñas?

      –Ya ha ido Terrance, justo antes de que tú llegaras.

      –Oh. Podía haber ido yo. Tenías que haberme llamado.

      –Te llamé.

      Harper se estremeció al oír su tono de voz.

      –Es cierto. Es que en la cafetería no podía hablar.

      Podía haberle enviado un mensaje, pero, por suerte, Karoline no se lo echó en cara.

      –No te preocupes.

      Harper puso la rosa en la isla. Su hermana tenía bastante decoración en la casa, pero nada podía compararse a la belleza natural de una flor. Le recordaba que tenía que volver a lo más básico, a la vida sencilla. Y, para eso, tenía que dar un paso tras otro, por muy doloroso que le resultara.

      «Las cosas irán a mejor».

      –¿Y por qué te has puesto eso? –le preguntó Karoline, con un gesto de horror, al fijarse en el abrigo que ella se estaba quitando.

      –Es muy calentito.

      Su hermana puso los ojos en blanco.

      –No me importa. Deshazte de él. Deshazte de todo lo suyo.

      –No digas eso.

      –No va a volver, Harper. El divorcio va a ser firme esta semana. Si se arrepiente de lo que ha hecho, debería habértelo dicho ya, debería haber intentado rehacer su familia.

      –Ha estado bastante ocupado.

      –Sí. Acostándose con otras mujeres.

      Harper se irritó.

      –No sabemos con certeza si lo ha hecho.

      –Es una estrella del rock de treinta y dos años que lleva siglos sin tener tiempo para dedicárselo a su mujer. Creo que está bastante claro.

      –Pues si lo ha hecho es porque hay cientos de mujeres bellas que se tiran a sus brazos. ¿Cómo asumirías tú toda esa atención y esa adoración? Tal vez ninguna de las dos lo hiciéramos mejor que él.

      Su hermana cabeceó.

      –Eres demasiado comprensiva, Harper.

      –No sé. Si eso es cierto…, ¿qué le ha pasado a mi matrimonio?

      –Es culpa de Axel. Es un idiota por dejarte. Al final, se va a quedar con las manos vacías.

      –No se va a quedar con las manos vacías. Aunque su carrera languideciese, ya ha conseguido mucho. Además, siempre ha sido muy carismático. Encontraría a alguien aunque no fuera famoso.

      Y ese era uno de sus grandes problemas en aquel divorcio: que se sentía fácilmente sustituible, como si no tuviera nada de especial. Era una ironía, teniendo en cuenta que, al principio, él había hecho que se sintiera como si fuese la única persona que iba a poder satisfacerlo.

      «Ten cuidado con lo que deseas». Harper se acordó de lo que le había dicho su madre cuando estaba trabajando tanto para ayudar a Axel a despegar en el negocio de la música.

      Tenía que haberle hecho caso. Su madre era jueza del Tribunal Superior de Justicia de Idaho, donde vivía su familia, y siempre tenía razón. Su padre, agente inmobiliario, estaba de acuerdo en que nunca era inteligente desoír sus consejos.

      –¿Quieres decir que ni siquiera vamos a tener el placer de saborear