Brenda Novak

Donde vive el corazón


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      Se sopló las manos, tratando de calentárselas mientras esperaba el café que había pedido al sentarse. Se las arreglaba para hacer una caminata después del trabajo. No le importaba que estuviera oscuro y lluvioso cuando volviera. Tenía un faro para poder ver y guiarse hacia el comienzo del sendero y estaba dispuesto a soportar la lluvia. Pero estaba helado hasta los huesos. Y después de una caminata tan ardua, también se estaba muriendo de hambre y quería darse una ducha caliente.

      De nuevo, miró hacia el mostrador. No quería que la mujer lo sorprendiera mirándola, pero algo en ella, además de su aspecto, le llamó la atención.

      No parecía que estuviera muy contenta…

      –Aquí tienes –le dijo Willow Sanhurst, la chica de dieciocho años que trabajaba por las tardes en Eatery, la cafetería, mientras se colocaba entre la mujer que le atraía y él y, con una sonrisa resplandeciente y una reverencia, le ponía la taza delante, sobre la mesa.

      –¿Ya estás entrando en calor?

      –Estoy empezando.

      –No me puedo creer que hayas ido a hacer senderismo. ¡Estamos en diciembre!

      –Un poco de lluvia no le hace daño a nadie.

      Antes de entrar al local se había quitado las botas de senderismo, que estaban llenas de barro, y se había puesto unos zapatos limpios. Aparte de eso, solo estaba un poco mojado, así que no entendía por qué ella le daba tanta importancia.

      –Debe de gustarte mucho estar al aire libre.

      –Sí, mucho.

      –A mí también.

      Tobias tuvo la impresión de que se suponía que tenía que invitarla a ir a hacer senderismo con él en alguna ocasión, pero no lo hizo.

      Aunque ya habían hablado de la caminata cuando él se había sentado, al principio, y ella le había servido un vaso de agua, y la cafetería estaba llena de gente esperando para poder pedir la comida, ella no se movió, como hacían la mayoría de las camareras.

      Antes de llevarse la taza de café a los labios, miró hacia arriba para ver si la muchacha necesitaba algo.

      En cuanto sus miradas se encontraron, ella se ruborizó, se alisó el delantal con las manos y, con un murmullo, le dijo que tuviera cuidado, que no se quemara con el café, que estaba muy caliente… y salió corriendo.

      Demonios… Estaba encaprichada con él. Claramente quería decirle algo, pero no había conseguido reunir valor, y eso hacía que él se sintiera muy incómodo. Había salido de la cárcel en julio con la firme determinación de tomar mejores decisiones, de construir una vida productiva. No podía permitir que lo persiguiera una niña de instituto que lo miraba con tanto anhelo, porque, seguramente, terminaría en una mala situación debido a lo solo que se sentía.

      Con un suspiro, le dio un sorbo al café. Aquel era su sitio favorito para comer. La comida estaba rica y tenía un ambiente a lo Norman Rockwell que le recordaba a la existencia plena que siempre había admirado. Pero iba a tener que dejar de ir. No quería sentir ninguna tentación. Su hermano, Maddox, le había dicho muchas veces que el primer año después de salir de la cárcel era el más difícil y, aunque él se comportaba como si todo fuera muy bien, como si tuviera el control de su vida, aquel viaje no estaba resultando tan fácil como dejaba traslucir. Algunas veces, sobre todo por las noches, se sentía como si lo hubieran dejado a la deriva en el mar y nunca fuera a encontrar un puerto en el que recalar. Y esa sensación de sentirse pequeño e insignificante hacía que deseara con todas sus fuerzas disponer de las sustancias que habían sido su perdición en primer lugar.

      Willow seguía mirándolo, seguramente, con la esperanza de captar su atención. Mientras él se echaba un poco de leche en el café, pensó en cancelar el pedido de la comida. Podría ir a comer a cualquier otro sitio, o comprar algo para llevar e irse a casa para darse una ducha. Sin embargo, justo cuando estaba levantándose, Maddox le envió un mensaje de texto en el que le preguntaba si le gustaría ir a cenar a su casa.

      Ya he cenado. Que disfrutéis de la velada. Nos vemos mañana, en el trabajo, respondió.

      Sabía que su hermano se preocupaba por él y estaba intentando ayudarlo a que se adaptara a la vida fuera de la cárcel. Maddox no quería que volviera a caer en lo mismo y se convirtiera en alguien como su madre, pero acababa de casarse con la chica de la que había estado enamorado desde el instituto, y se merecía poder pasar tiempo a solas con Jada que, además, estaba embarazada, y con Maya, su hija. Lo que menos quería él era causar dificultades en su relación… otra vez. Él había tenido la culpa de que no formaran una pareja la primera vez, y eso le había costado a Maddox perderse los primeros doce años de la vida de Maya.

      Mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo del abrigo, se dio cuenta de que era demasiado tarde para cancelar la cena. Willow se acercaba de nuevo con una bandeja.

      –¿Estás escribiéndole mensajes a tu novia? –le preguntó, coqueteando mientras le servía su plato de carne asada con patatas.

      Él miró de nuevo a la chica rubia que estaba sentada a la barra. A ella también le habían servido la cena, pero estaba mirando el plato sin probar bocado.

      –¿Me has oído? –le preguntó Willow.

      Él se puso la servilleta en el regazo y tomó su tenedor.

      –Lo siento. ¿Qué decías?

      Ella miró hacia atrás y dijo, en voz baja:

      –Ya veo que te has fijado en Harper.

      –¿Harper? –repitió él.

      –Sí, Harper Devlin, la mujer de Axel Devlin. Ya había venido antes.

      –¿Quién es Axel Devlin?

      –¿Me estás tomando el pelo? Es el cantante de Pulse. Son… ¡el grupo más grande del planeta!

      Sí, había oído hablar de Pulse, conocía su música y le gustaba. También había oído muchas veces el nombre del cantante del grupo. Sin embargo, nunca se le hubiera pasado por la cabeza que Willow se estuviera refiriendo a ese Axel Devlin. Aunque, en realidad, tampoco sería algo tan extraño. Había mucha gente famosa que frecuentaba Silver Springs, un pueblo de ambiente artístico y espiritual. Muchos de ellos se retiraban allí, sobre todo, actores de cine. Y él había hablado a menudo con Hudson King, un jugador profesional de fútbol americano, en New Horizons Boys Ranch, donde trabajaba en el mantenimiento del jardín y el edificio. Hudson hacía mucho para ayudar a los adolescentes con problemas que estaban internos en la escuela. Había un edificio para chicos y, recientemente, había construido un ala para chicas. Él había donado el dinero para construir una pista de patinaje sobre hielo para todos.

      –¿Viven por esta zona?

      –No. Ella ha venido a pasar las fiestas con sus dos hijas a casa de su hermana. He oído que se lo contaba al dueño.

      –Parece un poco…

      –¿Deprimida?

      –Iba a decir «perdida».

      –Seguramente lo está. Hace unos meses vi una entrevista que le hicieron a Axel. Dijo que se estaban separando. A lo mejor es por eso.

      No era asunto suyo, pero Tobias preguntó:

      –¿Y dijo el motivo?

      –Le echó la culpa a los viajes. Tiene que estar fuera mucho tiempo. Bla, bla, bla. ¿Qué iba a decir? ¿Que la engaña con una chica diferente cada noche?

      Tobias se sintió mal por Harper. No debía ser fácil estar casado con una estrella del rock. Ella no era demasiado mayor y, seguramente, no estaba preparada para ese tipo de vida. Si lo recordaba correctamente, Axel era de un pueblo pequeño de Idaho, y su banda y él se habían hecho famosos de la noche a la mañana. Ahora, él estaba en la cima del mundo.

      ¿Y ella? ¿Cuál era su lugar?

      –¿Has dicho que