Brenda Novak

Donde vive el corazón


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el pecho lleno de tatuajes. Parecía lo que era: el roquero por antonomasia. Tobias, no. También llevaba el pelo largo y tenía un par de tatuajes, pero era más alto que Axel, tenía los hombros más anchos y el cuerpo más atlético.

      –Pasa –le dijo, señalándole la mesa para que dejara allí la comida–. Ahora mismo vengo. Solo tengo que ponerme una camisa.

      Cuando lo vio marcharse hacia su dormitorio, Harper suspiró y dio gracias porque él fuera a terminar de vestirse. Había visto a otros hombres sin camisa durante su vida, pero nunca se había sentido azorada. Sin embargo, su nuevo amigo era muy atractivo, y eso cambiaba las cosas.

      –¿Ocurre algo? –le preguntó él cuando volvió, al verla aún en la puerta con la comida en la mano.

      Ella carraspeó. Ya estaba allí, así que sería una estupidez marcharse.

      –No, nada –respondió, y dejó la comida en la mesa.

      –¿Te apetece beber algo? Una cerveza o… –Tobias abrió la nevera y miró el interior–. ¿Una cerveza?

      Ella se echó a reír.

      –Me apetece una cerveza, sí.

      Mientras él sacaba la cerveza y ponía la comida sobre la mesa, ella se paseó por el salón. No tenía demasiados muebles. Parecía que su más preciada posesión era una bicicleta de montaña y una buena mochila, que estaba colocada en un rincón.

      –¿Te gusta montar en bici?

      Él alzó la vista.

      –Siempre que puedo, sí.

      –Y veo que también haces senderismo.

      –Sí.

      Volvió a la mesa y vio que él sacaba dos platos de un armario.

      –Me dijiste que solo llevas cinco meses viviendo aquí. ¿Qué te atrajo de esta zona? ¿Estás aquí por el trabajo?

      –No, mi hermano vive aquí.

      –Ah. ¿Cuántos años tiene?

      Recordó que en uno de sus mensajes le había mencionado que prácticamente se habían criado solos.

      –¿Maddox? Solo un año más que yo.

      –¿Y estáis unidos?

      –Siempre lo hemos estado –dijo él. Abrió los recipientes de la comida y sacó los palillos–. ¿Utilizamos tenedores?

      –Puedo enseñarte a usar los palillos, si quieres.

      Tobias lo pensó un instante.

      –Está bien. ¿Por qué no?

      Ella separó una pareja de palillos, los tomó con la mano derecha y le demostró que era fácil usarlos si los sujetaba correctamente.

      –Ahora prueba tú.

      Parecía que podía usarlos bien, pero Tobias puso un par de tenedores sobre la mesa, por si acaso.

      –¿Dónde vivías cuando eras pequeño? –le preguntó ella cuando se sentaron y se sirvieron la comida.

      Había gambas con miel de flor de nogal, arroz con cerdo frito, tallarines fritos con verduras y pollo con anacardos.

      –En Los Ángeles –respondió él–. ¿Y tú?

      –En Boise.

      –Axel fue a la universidad en Boise State, si no recuerdo mal. ¿Os conocisteis allí?

      –Sí. Él es de Denver, pero su hermano, Rowen, jugaba al fútbol americano con el equipo de Boise State, así que él quería ir a esa universidad. Compartieron habitación.

      –¿Y fue entonces cuando formó Pulse? ¿Cuando estaba en la universidad? ¿O conocía a sus compañeros desde antes?

      –Uno de ellos era amigo suyo desde pequeño. A los otros dos los conoció en Boise State. Entonces empezaron a tocar en serio.

      Harper no dijo nada, pero ella también cantaba. Así había conocido a Axel, en una Batalla de Bandas en Boise. Ella era la cantante de una de las bandas, una banda que pensaba que era buena; sin embargo, al ver actuar a Pulse, se había dado cuenta de que eran mejores. Y los jueces, también. Pulse ganó el concurso.

      Tobias consiguió tomar un poco de arroz llevándoselo a la boca con los palillos, lo cual era impresionante, porque el arroz era una de las cosas más difíciles de comer de ese modo.

      –Bien hecho –le dijo.

      Él sonrió.

      –Gracias. Ahora que he aprendido, lo voy a tomar todo con palillos, incluso la sopa. ¿Para qué voy a lavar los cubiertos?

      Ella puso los ojos en blanco.

      –Solteros…

      Él se pavoneó tomando un poco más de comida con los palillos. Después, lanzó una gamba al aire y la atrapó con la boca, y ella empezó a desconfiar.

      –Un momento… no puede ser que ya te hayas vuelto tan habilidoso.

      –Bueno, puede que haya hecho esto más veces –le dijo él, guiñándole un ojo.

      –¿Y por qué has fingido que no sabías?

      Él puso cara de inocencia.

      –No quería presionarte por si tú no sabías.

      –¡Yo soy mejor que tú con los palillos! –exclamó ella.

      –Demuéstralo.

      –Muy bien.

      Entonces ella lanzó una gamba al aire, pero no pudo atraparla con la boca y la gamba cayó sobre la mesa.

      –¡Mierda!

      –Has estado a punto –le dijo él–. Mira, yo te tiro una y tú solo tienes que concentrarte en atraparla. Puede que ese sea tu punto flaco.

      Ella falló por segunda vez, y él chasqueó la lengua y cabeceó.

      –Me temo que no eres tan buena como yo.

      Ella fingió que se indignaba.

      –Inténtalo otra vez.

      Abrió la boca, pero él, en vez de lanzarle la gamba, se la metió directamente entre los labios.

      –Ahí tienes. Pero espero que hayas mejorado la próxima vez que cenemos juntos.

      –¿Y quién ha dicho que habrá una próxima vez?

      No parecía que él estuviera muy preocupado. Se metió otra gamba en la boca y respondió:

      –Claro que la habrá. Nadie tiene la misma habilidad que yo con los palillos chinos. Además, soy el único amigo que tienes aquí, ¿no?

      Ella lo fulminó con la mirada.

      –Puedo hacer más amistades. Fácilmente. Le caigo bien a la gente.

      –Pero estás despechada. Será mucho más seguro si sales conmigo.

      Por el brillo de sus ojos, ella supo que él estaba bromeando otra vez, pero tenía curiosidad por oír su razonamiento.

      –¿Y por qué?

      –Porque, seguramente, soy el único tipo del pueblo que no se acostaría contigo ni aunque me lo rogaras.

      –¿No te quieres acostar conmigo? –preguntó ella. Le asombró que él fuera tan atrevido como para decir algo así. Además, tenía curiosidad; él le había dicho que era guapa. ¿No significaba eso que también le resultaba sexualmente atractiva?

      –Yo no diría eso –respondió él.

      La imagen de su pecho desnudo cruzó su mente y ella experimentó algo que llevaba mucho tiempo sin sentir: una chispa de conciencia sexual.

      –Ah. Lo que quieres decir es que