esta máquina es para que empieces a preparar «nuestro» ajuar.
—¡Pero, Víctor, esto es un regalo muy importante, te ha tenido que costar un ojo de la cara!
—Es que hoy es nuestro aniver-mesario.
—¿Aniver-mesario?
—Pues sí, hoy hace cuatro meses desde que nos conocimos y que yo me enamoré de ti. Bueno, a decir verdad, primero me enamoré de tus piernas.
—¿De mis piernas?
—Así es. ¿No te acuerdas del día que fuiste a la entrevista de trabajo del Solymar? Estuviste esperando a Pepe Luis enfrente del bar donde yo trabajo en la calle Carretería y tú dabas paseo para arriba, paseo para abajo… Pues yo estaba justo en el bar de enfrente y por la ventana yo veía tus piernas, pero cuando vi el resto me gustó aún más.
—¿Y cómo sabías tú que yo estaba esperando al cartero?
—Pues porque tu cuñado también es mi cartero.
—¡Claro, ahora comprendo muchas cosas! Porque a pesar de todas las maldades que he tenido para contigo, tú siempre jugabas con ventaja…
—Así es, cuando a uno le interesa algo pregunta, y el fin justifica los medios.
Esta es la foto que enamoró a mi rubio. Y yo, que en esa época me creía fea…
Desde ese día salimos muchas veces con Mari y Pepe Luis y vamos al cine y de excursiones. En septiembre próximo hará un año desde que nos conocimos. En ese momento, me regalará la vajilla y decidiremos que nos casaremos en la próxima primavera, allá por marzo o abril, pero de pronto me dice:
—¿Sabes, Sety? Mi hermano Manolo no está de acuerdo con nuestra boda, dice que el primero en casarse es él, que lleva ocho años con su novia Paquita.
—¿Esa foca gorda y rechoncha que se sienta en dos sillas porque en una no cabe? —Está visto que estoy muy enfadada porque digo cosas horribles sobre esa Paquita gorda y fea— ¿Que viene a arruinar nuestros planes de boda? ¡Víctor! ¿No te das cuenta de que tu hermano no quiere a esta mujer? Si no, ¿por qué llevaría ocho años dorando la perdiz?
—Lo sé, Secti. Y tienes razón, pero él es mayor que yo y para la familia tiene preferencia para celebrar su boda antes que la nuestra.
—¿Pero cómo se va a casar antes que nosotros si no está enamorado de ella? ¿No ves que la mira como a un sapo viejo?
—¡Mira que eres mala, pobre chica!
—Pero si es dos veces más grande que él y pesa ciento veinte kilos! —Víctor se pega una carcajada y dice:
—Por eso yo te he escogido a ti, que eres chiquitita como yo. ¿No te has fijado que somos de la misma altura?
—Víctor, no me cambies el tema porque, como yo me enfríe, no hay casorio.
—¡Secti, te juro que va en serio, nunca había visto a mi hermano Manolo hablar así! Y según mi padre es verdad que primero le toca a él.
Esa noche llego a casa un poco cabizbaja. Pepe Luis me abre la puerta:
—¿Qué te pasa Consuelito? ¡Mari, a la niña le pasa algo!
—¡Que no, que no me pasa nada!
—Mira, Consuelito, te conozco como si te hubiera parido y a ti te pasa algo.
—Bueno, no es nada, solo que Víctor y yo hemos discutido un poco sobre la fecha de nuestra boda que, dicho sea de paso, se va al garete.
—¿Y eso por qué?
—Porque su hermano Manolo dice que primero se casa él.
—¿Con la foca?... —dice Pepe Luis—. Pero es verdad que el chico tiene razón, es mucho mayor que tu novio.
—¿Y por qué no se ha casado en los ocho años que lleva? ¡Me importa un huevo que sea más o menos viejo, nosotros tenemos el dinero del piso, queremos organizar nuestras vidas juntos y para eso tenemos que casarnos!
Aquella tarde, cuando llego a la cafería Solymar, la conversación es sobre un tema nuevo. Antonio, el cafetero, me pone al corriente:
—¿Sabes, Secti? El dueño de la cafetería Solymar, nuestro patrón, va a abrir un hotel en Torremolinos que se llamará el Carihuela Palace y dicen que estará listo en tres meses. Yo quisiera irme, ahí seguro que se gana más que aquí. También están buscando camareras de piso para el hotel y pagan el doble que en Málaga. Solo hay un inconveniente: hay que saber idiomas como inglés o francés. Y la verdad que nosotros de idiomas, nada de nada.
La información de Antonio me deja muy pensativa y mi cabeza de aventurera empieza rápidamente a hacer planes. Como ya no me puedo casar en la fecha prevista, voy a ocupar mi tiempo en estudiar un idioma; el francés es el que más me gusta, me suena musical al oído. El problema es dónde aprenderlo en tres meses, cuando estará abierto ese hotel. Con todos estos turistas que han desembarcado en Torremolinos en los años sesenta habrá que meterse a aprender idiomas, si no se queda uno en la estancada. Al volver a mi casa esa tarde, me paso por una librería y me compro un libro de francés para principiantes. Yo sé catalán y dicen que se le parece, así que por probar no se pierde nada.
Hablando con la librera me dice que una de sus clientas da clases de francés e inmediatamente me pongo en contacto con ella. Es una chica jovencísima, que viene de Madagascar, donde vivía con sus padres. Me ha explicado que los malgaches se han levantado en revolución desde hace dos años para obtener la independencia de su isla y que todos los extranjeros se han tenido que marchar bajo pena de ser masacrados. Como la isla de Madagascar es una antigua colonia francesa, ella habla perfectamente el francés. Antoñita, se llama la muchacha, solo tiene diecisiete años y va a la universidad, donde está cursando estudios de magisterio.
Me agarro a ella como a mi tabla de salvación para no aburrirme en mi rincón de los camareros, donde paso la mayor parte del día ahora con mi libro de francés y tres clases de una hora por semana. Todo el día estoy chapurreando este idioma del diablo, que tiene más patas de araña que un hormiguero, verbo va y verbo viene (j`ai, tu as il a, nuous avons, vous avez, ils ont).
Al cabo de un mes, Antoñita me dice:
—Secti, estoy sorprendida con usted, si yo pudiera aprender inglés con la rapidez que usted aprende el francés, me daría por satisfecha con mis estudios.
—Señorita, es que yo tengo más prisa que usted.
Cuando vuelvo a la cafetería, Antonio me dice:
—¿Sabes, Secti?, ¡las entrevistas para las camareras del hotel empiezan el lunes!
—¿El lunes?, ¿pero no me habías dicho dentro de tres meses?
—Dentro de tres meses abren el hotel, pero el reclutamiento de personal es ahora.
—¡Pero si todavía no hablo francés!
Esa tarde le digo a mi profe:
—Señorita, enséñeme las primeras palabras de una entrevista de trabajo en francés—. Y ella me contesta:
—Tres bien, voiyons! (muy bien, ¡veamos!).
—Bonjours, mademoisselle! (¡buenos días, señorita!).
—Bonjours, madame! (¡buenos días, señora!).
—Coment ‘al ez vous? (¿cómo está usted?).
—Tres bien, merci. Et vous? (muy bien, gracias. ¿Y usted?).
—Bueno, no está mal, te desenvuelves muy bien.
—Sí, aquí con usted, veremos a ver con la entrevistadora…
En el mes que queda para la apertura del hotel, para mí es una carrera a contrarreloj, tanto que cuando viene