David Peace

GB84


Скачать книгу

un Chaqueta de Tweed en recepción.

      —¿Tenemos prisa, camarada? —preguntó el Chaqueta de Tweed.

      —No —respondió Terry—. Voy a ver a mi mujer.

      —¿Por qué será que no te creo, camarada? —dijo riendo el Chaqueta de Tweed—. Es broma.

      Terry Winters salió del edificio. Corrió por la calle al aparcamiento subterráneo. Se dirigió al hotel Hallam Towers. Chupó caramelos de menta todo el camino…

      De dos en dos.

      Terry atravesó el vestíbulo corriendo y entró en el bar.

      Diane estaba sentada en un taburete alto con las piernas cruzadas. Empujó el vodka con tónica hacia él. Posó la mano derecha en la cara interior del muslo derecho de Terry.

      —El hielo se ha derretido. Se ha puesto todo caliente y mojado.

      Terry Winters se quitó las gafas. Terry las metió en el bolsillo de su chaqueta. Sonrió.

      Diane se inclinó hacia delante.

      —Fóllame antes de cenar —susurró—. Arriba. Ahora.

      Terry asintió con la cabeza.

      —Sin mí, ya estarían en bancarrota —dijo.

      Diane se frotó los labios con los dedos.

      —Hablas demasiado, camarada —dijo.

      El Mecánico necesita tiempo para pensarlo detenidamente. Espacio. Deja a Jen en casa de su hermana. Entra con ella por si acaso. Recoge a los perros en casa de su madre. Vuelve a la de él. La de ellos. Hace un par de llamadas. Se asegura de que él se deshaga del Rover mañana a primera hora. Se ducha otra vez. Bebe otra copa.

      El Mecánico se tumba en su cama. La cama de ellos. Pone las noticias…

      —Una anciana ha sido hallada brutalmente asesinada en la campiña de Shropshire. La agricultora y activista antinuclear de setenta y nueve años estaba…

      Querrán respuestas. Y luego querrán silencio.

      Martin

      grita ella. Estáis todos ciegos. Me levanto de la mesa. ¿Quieres que te lleve?, digo. Deberías oírte, contesta ella riendo. ¿Cuánto crees que podrás tener el coche? Nos dan dinero para gasolina…, digo. Sí, te pagará mientras vayas al piquete para él, dice ella. Sacudo la cabeza. ¿Quieres que te lleve o no? ¿Te pagará él los impuestos, la itv? ¿Te pagará los neumáticos, el radiador? Lo habrás destrozado antes de que él haya terminado. Entonces no le servirás de nada. A ver cuánto te paga entonces… Que le den. Me pongo la chaqueta. Salgo. Saco el coche del garaje. Me quedo un rato en la entrada. Ella no sale. Que le den por el culo. Me voy a Thurcroft. Paso por el centro de servicios sociales. Llego muy pronto. Ojalá me hubiera apuntado al piquete del turno de día o de noche. No al de tarde, joder. Pete entra. Me pregunta si me apetece ir a Doncaster con él. Al edificio de la Compañía Nacional del Carbón. Ya lo creo que me apetece. Llegamos poco antes de las ocho. Solo hay un par de polis. Crr, crr. Nosotros somos ciento y pico… Parkas. Chubasqueros. Botas. Zapatillas de deporte… Los policías hablan por sus walkie-talkies. Crr, crr. Están cagados. Los empleados de la ncb aparecen entre las ocho y cuarto y las ocho y media. Ahora hay policías por todas partes. Los empujones de siempre. Gritos. Refriegas. La mayoría de los empleados de la ncb echan un vistazo y se vuelven a casa. Uno a cero a nuestro favor. Pete y yo vamos a Bentinck… La realidad. Bajamos las ventanillas. La puta Ciudad de los Controles. Crr, crr. ¿Habéis oído lo que les decía a los otros? Pete niega con la cabeza. No, dice. No lo he oído… Sabemos que sois pacíficos, dice el policía. Pero si seguís, os detendremos porque representáis una amenaza para el orden público. ¿Qué?, dice Pete. ¿Así que si seguimos en dirección a la mina nos detendrán? Sí, contesta el poli. Os detendremos. Así que no os molestéis. Día 22. Lo llevan en la sangre, está diciendo John en la A18. No son del sindicato. Nunca lo han sido. Ya habéis visto sus casas. Sus coches. Me acuerdo de que mi padre me decía: Kevin, si trabajas allí, terminarás siendo un esquirol… Rico, pero un esquirol. De eso hace quince, veinte años. Todos piensan: Que os den, a mí me van bien las cosas, dice Tony. Siempre han pensado así. Putos planes de incentivos, se queja Michael. No hicieron más que empeorar las cosas. ¿Os acordáis de aquella votación de mierda?, pregunta John riendo. Perdieron por un montón. Los hijos de puta se pasaron el resultado por el forro de los cojones e hicieron como si nada. Y ahora esos mismos hijos de puta quieren otra votación, dice Michael. Siempre que a ellos les venga bien, añade Tony. Y aunque no les viniera bien, nos joderían igualmente, dice John. Lo llevan en la sangre. Cuidado, aviso. Compañía. Hay que joderse, dice John. Otra vez, no. Paro. Bajo la ventanilla. Crr, crr. ¿Adónde vais? A pescar… Vete a la mierda… Eso no está bien, dice John. Me importa un carajo, dice el policía. Sois miembros de un piquete, y quiero saber adónde vais. Vamos a pescar, repito. Baja, dice él. Bajo… Permiso de conducir… Se lo doy. Los demás, bajad también, dice. John, Tony y Michael bajan del coche. Otros dos polis se acercan. Uno anota la matrícula. Otro saca la llave de contacto. Va a la parte trasera y abre el maletero. ¿Tienen una orden para hacer eso?, pregunta Tony. ¿Por qué?, pregunta el policía. ¿Es que tenéis algo que esconder? Creo que sí, señor, dice el que tiene la cabeza metida en el maletero. Cuando se levanta, tiene seis troncos pequeños en los brazos. El que tiene mi permiso de conducir en la mano sacude la cabeza. Vaya, ¿qué tenemos aquí?, pregunta. A mí me parecen armas ofensivas. Lo miro y sonrío. Él tira mi permiso de conducir a la carretera. Tiene diez minutos para volver a Yorkshire, señor Daly de Hardwich… ¿O qué?, pregunta John. O todos quedaréis detenidos, joder. Día 25. Cath quiere ir a casa de su hermana. Ella vive en las afueras de Lincoln. En un sitio llamado Branston. Está todo recto siguiendo la A57. Nos ponemos en camino después de desayunar. Quiero intentar estar de vuelta antes de que empiece el Grand National. Dejamos atrás Shireoaks y acabamos de pasar por la primera salida a Worksop cuando veo unos conos que cruzan la carretera. Han aparcado en un área de descanso. Crr, crr. Palancas y cámaras fuera. Sonrían. Nos hacen señas para que vayamos a un lado de la carretera. Joder. Joder. Joder. Uno da unos golpecitos en el cristal. Bajo la ventanilla. ¿Adónde van? A Lincoln. ¿A qué? A ver a su hermana. ¿Dónde viven? En Hardwick. ¿Dónde está eso? Un poco más atrás. Cerca de Thurcroft, dice Cath. ¿A qué se dedica? ¿Cómo? ¿Cuál es su trabajo? Soy minero. ¿Ahora también?, dice. ¿Thurcroft? Asiento con la cabeza. ¿Trabaja actualmente? ¿Y a usted qué le importa? Él sacude la cabeza. Dé la vuelta al vehículo, dice. ¿Qué? […]

      La cuarta semana

      lunes 26 de marzo-domingo 1 de abril de 1984

      Theresa Winters despertó a Terry. Le había preparado gachas. Huevos revueltos con tostadas. Metió a los niños en la parte trasera del coche. Medio dormidos. Lo dejó en la estación.

      Terry salió al andén. Golpeó el suelo con los pies. Se frotó las manos. Tenía un asiento de primera en el primer tren.

      El tren llegó con diez minutos de retraso.

      Terry encontró su asiento. Pidió café. Desayunó. Repasó sus informes:

      La Compañía Nacional del Carbón contra el Sindicato Nacional de Mineros: la medida legal del Tribunal Supremo contra la política de inversión en un fondo de pensiones del Sindicato Nacional de Mineros.

      Terry repasó sus apuntes:

      El sindicato se opone, de acuerdo con la Constitución, a la inversión de fondos en el extranjero y en industrias que compitan con el carbón.

      Revisó sus cuentas:

      84,8 millones de libras de las contribuciones anuales de los afiliados; 151,5 millones de libras de la Compañía Nacional del Carbón; 22,4 millones de libras en pensiones y 45,2 millones de libras en pagos únicos efectuados anualmente; 200 millones de libras destinados a la inversión.

      El presidente representaría al sindicato. Particularmente. El presidente llevaría su defensa. En persona. El presidente esperaría a Terry. Particularmente. El presidente contaría con Terry…

      En