David Peace

GB84


Скачать книгу

lástima —dice Neil Fontaine—. Nuestro Dave tenía sus aptitudes.

      Paul Dixon señala a través del parabrisas.

      —¿Y tu nuevo amigo?

      Mierda…

      Seis hombres cargan con otro tipo por la calle hacia el pub…

      El Judío tiene un arma.

      Neil Fontaine abre la puerta del coche. Baja.

      Paul Dixon se inclina por encima del asiento del pasajero.

      —Sigue libre —dice.

      Neil Fontaine cierra la puerta de golpe.

      Terry Winters llevaba veinte minutos en casa cuando sonó el teléfono. Theresa lo cogió. No dijo nada. Se limitó a escuchar y puso los ojos en blanco. Se lo pasó a Terry…

      Clic, clic.

      Terry Winters volvió en coche a St. James’s House.

      Terry abrió su despacho con llave. Terry sacó su calculadora. Terry subió.

      La música estaba alta. Terry llamó una vez. La música se interrumpió. Terry esperó…

      —Adelante.

      Terry abrió la puerta. Terry entró.

      Los Chaquetas de Tweed estaban sentados alrededor de la mesa. El presidente se hallaba junto a la ventana…

      De espaldas a la sala.

      Terry Winters tosió.

      —¿Querías verme?

      El presidente no se volvió.

      —No avanzan lo bastante rápido, camarada.

      —Ya te lo he dicho —dijo Terry—. Yo…

      —Están en el pub hablando cuando deberían estar al teléfono manos a la obra.

      Terry Winters asintió con la cabeza.

      El presidente se volvió entonces.

      —Dentro de veinticuatro horas habrán ilegalizado este y todos los sindicatos del país que todavía se creen con derecho a hacer huelga y formar piquetes para conservar los trabajos de sus afiliados. Todos los trabajadores y trabajadoras de este país tendrán que unirse para vencer al Gobierno. Este sindicato estará a la vanguardia de esa batalla, como lo ha estado en todas las luchas, como lo ha estado en todas las victorias.

      Terry asintió con la cabeza.

      El presidente miró fijamente a Terry. El presidente se volvió otra vez hacia la ventana.

      Uno de los Chaquetas de Tweed vació su pipa en el cenicero de cristal dando tres bruscos golpecitos. Miró a Terry.

      —El presidente cuenta contigo, camarada —dijo—. Todos contamos contigo.

      Terry Winters asintió de nuevo con la cabeza.

      —Así que deshazte del puto dinero.

      Terry asintió de nuevo.

      Alguien puso otra vez la música de Shostakóvich.

      Terry Winters volvió abajo. Terry llamó a la puerta de Mike Sullivan. Terry le dijo que el presidente quería que fueran a la oficina regional de Yorkshire en Huddersfield Road, en Barnsley. El presidente necesitaba que Terry y Mike dieran otro repaso. Ya no se fiaba de Yorkshire. Nunca se había fiado. Desde que se había ido de allí, no. El presidente ya no se fiaba de nadie. El presidente estaba paranoico…

      Todos lo estaban.

      Los Chaquetas de Tweed hicieron cambiar dos veces de coche a Terry y Mike. Los Cazadoras Vaqueras les hicieron tomar el camino largo. Recorrieron los dieciséis kilómetros en una hora y en tres vehículos diferentes. Tenían dos maletas vacías en el maletero…

      Theresa las había bajado del desván.

      Terry y Mike llegaron a Barnsley sin avisar. Terry y Mike fueron arriba. Terry y Mike ocuparon un despacho. Terry y Mike buscaron micrófonos en la habitación. Terry corrió las cortinas. Terry mandó a Mike que buscara inútilmente documentos. Terry hizo pasar al encargado del departamento financiero de la zona. Terry cerró la puerta con pestillo. Terry cacheó a Clive Cook. Terry mandó a Clive que encendiera la radio mientras hablaban. Terry enseñó a Clive su última clave. Terry le dijo que la utilizara en todas sus futuras comunicaciones. Luego Terry puso las dos maletas sobre la mesa y preguntó a Clive por los ocho millones de libras.

      El Judío está conmocionado. Se ha pasado el jueves al teléfono en su cama de matrimonio del hotel Royal Victoria. Ha mandado a Neil que salga a comprar una máquina de escribir eléctrica y todos los periódicos que encuentre.

      El Judío había conocido al muerto. Los dos habían ayudado a llevar a un minero herido al pub. El muerto era un miembro del piquete, y el herido, un esquirol. El muerto había curado el corte que el esquirol tenía encima del ojo. El muerto había llamado a una ambulancia desde el pub. Luego había vuelto al frente…

      El Judío tiene manchas de sangre en el cuello de lana de oveja de su cazadora de cuero.

      —Sus ojos y sus oídos, Neil —dice el Judío—. Soy sus ojos y sus oídos.

      Neil Fontaine lleva al Judío de vuelta a Ollerton el viernes por la mañana. El Judío quiere ver el sitio de día. El Judío quiere tomar notas. Hacer fotos…

      Coches volcados, aceras arrancadas. Setos desarraigados, ventanas entabladas.

      Hay muchos furgones policiales y muchos equipos de televisión y nadie que forme un piquete…

      Hay una tregua de cuarenta y ocho horas mientras los hombres de Nottinghamshire votan.

      El Judío rodea con el brazo a una mujer en su jardín destrozado. Le cuenta que los pogromos expulsaron a su familia de Rusia. Le cuenta que su familia lo perdió todo. Le cuenta que empezaron de cero. Le cuenta que su padre hacía jornadas de dieciocho horas, siete días a la semana. Le cuenta que a él lo enviaron a Eton. Le cuenta que lo intimidaban…

      Le cuenta que los abusones nunca salieron ganando…

      El Judío le promete eso.

      Neil Fontaine lleva al Judío a su suite del hotel.

      El Judío tiene nuevas órdenes para Neil Fontaine…

      El Judío quiere que Neil alquile una furgoneta. Neil Fontaine alquila una furgoneta.

      El Judío le da a Neil una lista de la compra. Neil Fontaine se va de compras.

      El Judío le da a Neil una dirección:

      Cuartel del Ejército de Reserva Proteus, Ollerton.

      Neil Fontaine hace su entrega:

      500 botellas de whisky, 500 botellas de vodka, 1000 refrescos y 4000 latas de cerveza.

      El Judío debería haber incluido alguna mujer…

      Mil chicos de la policía metropolitana sin nada que hacer ni ningún sitio al que ir un sábado por la noche en el norte de Inglaterra; dos mil más en el campamento de entrenamiento de Beckingham, en Newark; otros mil en el cuartel Prince William, en Grantham…

      Dentro de tres horas estarán cascándosela en corro…

      —Esos hombres son la columna vertebral del país —dice el Judío a Neil—. La columna vertebral.

      El Mecánico grita por el teléfono de una estación de servicio, rumbo al sur por la M6…

      —¿Schaub? ¿El cabrón de Julius Schaub? —chilla—. Joder, ¿crees que me habría acercado a este marrón si hubiera sabido que ese hijo de puta estaba metido?

      —Tranquilízate —dice la voz al otro lado—. Tranquilízate…

      —¿Que me tranquilice? —grita el Mecánico—. Hay que joderse. ¿Me estás diciendo que