gente iba y venía. Reuniones aquí, reuniones allá. Tratos negociados, tratos cerrados.
Pausas para las noticias de las nueve, las noticias de las diez, las noticias de la noche…
Libretas fuera, vídeos y casetes grabando:
—Quiero dejar claro que no estamos jugando. No se valdrán de la Constitución para echarnos de nuestros trabajos. Decidiremos zona por zona, y en mi opinión se producirá un efecto dominó.
Nuevos vítores. Aplausos…
Efecto dominó. Batallas esenciales. Carnicería salvaje.
Luego vuelta al trabajo. Todos. Toda la noche…
Carpetas, teléfonos y calculadoras. Té, café y aspirinas…
El Partido Comunista y el Partido Socialista de los Trabajadores discutían en los pasillos…
Chaquetas de Tweed y Cazadoras Vaqueras saltaban a la yugular unos de otros. A los ojos. A los oídos…
La Sinfonía n.º 7 de Shostakóvich a todo volumen en el despacho del presidente en el piso de arriba…
Toda la noche, la noche entera, hasta el amanecer.
Terry pegó la frente a la ventana, la ciudad iluminada debajo de él.
Nunca oscuridad…
No se podía dormir. Había que trabajar…
Siempre luz.
La cabeza contra la ventana, el sol que salía…
Las tropas se reunían en la calle debajo de él. La Guardia Roja decía a voz en grito:
ESQUIROLES, ESQUIROLES, ESQUIROLES…
El coro matutino de la República Socialista de Yorkshire del Sur.
Otra taza de café. Otra aspirina…
Terry Winters recogió sus carpetas. Su calculadora.
Terry cerró el despacho con llave. Terry recorrió el pasillo hasta el ascensor.
Terry subió a la décima planta. A la sala de conferencias…
El Comité Ejecutivo Nacional del Sindicato Nacional de Mineros.
Terry se sentó a la derecha del presidente. Terry escuchó…
Escuchó a Lancashire:
—Hay un monstruo. Es ahora o nunca.
Escuchó a Nottinghamshire:
—Si nos portamos como esquiroles antes de empezar, nos convertiremos en esquiroles.
Escuchó a Yorkshire:
—Estamos en marcha.
Durante seis horas Terry escuchó, y el presidente hizo otro tanto.
Entonces el presidente dejó de escuchar. El presidente se levantó con dos cartas…
Ahora les tocaba a ellos escucharle a él.
La petición de Yorkshire en una mano y la de Escocia en la otra…
El presidente habló de las reuniones secretas que habían mantenido en el mes de diciembre el presidente del consejo y la primera ministra. Habló de sus planes secretos para privatizar la industria del carbón. Sus sueños nucleares y eléctricos secretos. Sus listas negras secretas…
Sus flagrantes y despiadadas tramas para destruir una industria. Su industria…
Entonces el presidente habló de historia y tradición. La historia del minero. La tradición del minero. El legado de sus padres y de los padres de sus padres….
El patrimonio de sus hijos y de los hijos de sus hijos…
Las batallas esenciales por venir. La guerra que había que ganar.
Tenían que discutir la moción de Gales del Sur…
—Nos encontramos en un momento decisivo —dijo el presidente—. Estamos de acuerdo en que tenemos que luchar. Tenemos la prohibición de las horas extra. Lo único que hay que debatir es la táctica.
Ellos escucharon y luego votaron…
Decidieron apoyar a las zonas en huelga por veintiún votos a favor y tres en contra de acuerdo con el artículo 41.
Fue la única votación. La única votación que importaba…
La votación para la guerra.
El presidente puso la mano en el hombro de Terry. El presidente le susurró al oído…
Terry Winters asintió con la cabeza. Terry recogió sus carpetas. Su calculadora.
Bajó a su despacho. Cerró la puerta.
Terry se acercó a la ventana. Pegó la frente al cristal…
Escuchó los gritos de la calle. Terry Winters cerró los ojos.
Neil Fontaine recibe la llamada. Va a buscar el Mercedes al aparcamiento subterráneo. Lo lleva a la parte delantera de Claridge’s. El portero abre la puerta trasera…
El Judío sube al coche.
Neil Fontaine mira el espejo retrovisor. El Judío se acaricia el bigote. El Judío sonríe. El Judío dice:
—A Chequers,7 por favor, Neil.
—Desde luego, señor.
—Me han avisado de repente —añade riendo el Judío—. Así que date prisa.
Neil Fontaine asiente con la cabeza. Pisa el acelerador.
El Judío coge el teléfono del coche. El Judío empieza a marcar y a hablar…
El Judío quiere que el mundo sepa adónde va.
Neil Fontaine observa al Judío por el espejo. El Judío juega con su bigote. El Judío se sienta hacia delante. El Judío mira por las ventanillas. El Judío parlotea por el teléfono. El Judío no se calla hasta que el Mercedes llega a la casa…
La casa de ella.
Neil Fontaine para ante la verja…
Ante las armas.
Neil Fontaine baja su ventanilla…
El coche es rodeado.
—El señor Stephen Sweet viene a ver a la primera ministra —dice Neil Fontaine.
El agente habla por su radio.
Neil Fontaine mira el espejo. El Judío no se acaricia el bigote. El Judío no sonríe. El Judío no habla por el teléfono del coche.
El Judío suda bajo su traje de raya diplomática.
El agente se aparta del coche. El agente señala la verja…
La verja se abre.
Neil Fontaine avanza.
—Te lo dije, Neil —comenta el Judío riendo en el asiento trasero—. Me esperan.
Neil Fontaine avanza despacio por el camino de grava. Aparca delante de la puerta principal.
El criado está esperando. El criado abre la puerta trasera del Mercedes al Judío. El criado cierra la puerta de golpe detrás de él.
La primera ministra aparece vestida de azul. El Judío se deshace en elogios. La primera ministra está encantada. Desaparecen cogidos del brazo.
—¿Quieres una puta foto o qué? —pregunta el criado—. Vete a la parte de atrás.
Neil Fontaine pone otra vez el coche en marcha. Aparca en un garaje vacío. Se queda sentado en el coche. Huele los gases de escape. Oye chillar a los pavos reales.
Terry Winters abrió la puerta de su casa de tres dormitorios en un barrio residencial de las afueras de Sheffield, en Yorkshire del Sur. Su familia dormía arriba.