en las cuales intervienen la lectura y la escritura, que generan diversos modos de leer y de escribir, de acuerdo a los contextos y formas de aparición de los enunciados escritos, a los fines y criterios, tiempos y espacios en cuyo marco se realizan estas actividades. Muy seguido oímos frases como “los jóvenes ya no leen”, “se ha perdido el hábito de la escritura” y otras semejantes; nada más lejano de la compleja realidad actual, en la cual la palabra escrita ocupa un lugar, en cierta medida, omnipresente: carteles, publicidades, revistas, pasacalles, volantes; también las redes sociales, la televisión, los medios digitales, los diversos modos de comunicación por dispositivos móviles involucran prácticas de lectura y escritura. Ciertamente, la imagen y el material audiovisual tienen una centralidad insoslayable, pero en la gran mayoría de los casos la palabra escrita aparece implicada, se hace presente.
En esas frases reiteradas, que reproducen estereotipos, hay una imagen estática, idealizada, respecto de qué es “leer” y qué es “escribir”. Frente a esa imagen idealizada, prescriptiva, que supone que hay solo una (buena) manera de la lectura y la escritura, resulta fundamental pensar y delimitar las distintas formas, los distintos tipos de relaciones que entablamos con la lectura y la escritura, reconocer la diversidad de las prácticas discursivas y sus especificidades: no se trata entonces de reprender ciertas formas sino de ir incorporando otras, según los ámbitos y propósitos de las actividades.
La escritura y la lectura, por lo tanto, constituyen prácticas que adquieren rasgos específicos de acuerdo a las situaciones concretas, a los fines, a los ámbitos en los cuales se desarrollan y en gran medida a aquello que se suele llamar “soporte”: la lectura –y la escritura– en pantalla suponen formas y dinámicas muy diferentes del ejercicio de lectura y escritura en papel. En este manual iremos, pues, reflexionando en torno de estas cuestiones, de manera tal de poder, paulatinamente y mediante ejercicios integradores, aproximarnos a aquellos modos de leer y de escribir que resultan adecuados, que son frecuentes y productivos en los procesos de estudio. Por ejemplo, la lectura asociada al ocio recreativo –lectura de un libro, de una revista, del diario, lectura en las redes sociales– tendrá características diferentes de las prácticas lectoras que tienen como fin la búsqueda de información, por caso, en un espacio laboral; las prácticas vinculadas con la comunicación digital, a su vez, también presentan ciertas dinámicas escriturarias y lectoras que no resultan pertinentes en otro tipo de marcos situacionales.
Estas consideraciones son relevantes no solo para pensar –como veremos más abajo– las diferencias entre textos en distintos soportes. También encontramos diversidad de modos de lectura en textos en apariencia del mismo “formato”: si los textos a los cuales el lector se acerca por ocio creativo o recreativo pueden –y suelen– ser leídos una sola vez, esta misma dinámica aplicada a los materiales de estudio resulta insuficiente; en efecto, la diferencia entre el primer acercamiento a un texto, su lectura y su estudio sistemático es determinante en el marco de la formación académica. Es preciso, pues, desterrar una creencia que suele producir dificultades en las instancias iniciales de la formación: leer un texto no es estudiarlo, la primera lectura es solo el punto de partida de un proceso más profundo. Pero esto no es necesariamente así cuando el lector se aproxima, por gusto, a una novela, una revista, una página literaria.
En cuanto a la escritura, también será preciso revisar cierto imaginario dominante: la idea de que consiste en una actividad que surge de la creación/creatividad espontánea e individual. Esta representación no es una buena caracterización de los procesos de escritura en general, y tampoco es apropiada para orientar las prácticas escriturarias en las instancias de estudio de las que nos ocupamos.
En verdad, existen múltiples modos de producir textos escritos. En algunos casos puede ocurrir que haya procesos relativamente “espontáneos”. Pero mayormente un texto escrito no surge de una sola vez, sino que es el producto de un proceso; en el caso de los textos que denominamos “académicos”, el proceso de trabajo pone en juego una serie de etapas, entre ellas, la selección o delimitación de la problemática a trabajar, la búsqueda de las fuentes, la planificación de la estructura textual, la puesta por escrito, la revisión y la corrección. Por otro lado, las formas que adopta un texto académico nunca expresan enteramente una elección o una decisión individual; más allá de intereses, gustos y particularidades subjetivas, estas prácticas de escritura tienen –como veremos más adelante con mayor detenimiento– un grado relativamente alto de estandarización (aunque esto varía de acuerdo a las perspectivas disciplinares) y están en gran medida delimitadas por dinámicas propias del ámbito en el que se producen.
Pensar la lectura y la escritura como prácticas implica, entonces, por un lado, entenderlas en términos de procesos antes que de acontecimientos (o, en todo caso, como una sucesión de acontecimientos), es decir, como algo que no se da de una sola vez sino como una actividad que se va desarrollando en distintas instancias sucesivas y cuyas huellas quedan inscriptas en los textos, bajo la forma de correcciones, de reformulaciones, de subrayados, de comentarios. Por el otro, veremos en los próximos apartados que se trata de actividades enmarcadas en condiciones específicas, actividades que responden no solo a la voluntad de quien escribe, lee y estudia, sino también a criterios de índole material, histórica, institucional, que orientan aspectos temáticos así como del estilo y las formas lingüísticas que se emplean.
Actividad Nº 1
Lea una vez los fragmentos textuales que se presentan a continuación y subraye, durante la lectura, aquellos enunciados que considere más relevantes:
Texto 1
La palabra “civilización”, empleada por primera vez en 1757 por el marqués de Mirabeau, tuvo un lugar eminente entre las ideas-imágenes que han atravesado la época moderna. Prontamente, el vocablo designará algo más que un proceso creciente de refinamiento de las costumbres, para integrar dos acepciones. Por un lado, el concepto indicará el “movimiento” o proceso por el cual la humanidad había salido de la barbarie original, dirigiéndose por la vía del perfeccionamiento colectivo e ininterrumpido. Por otro lado, la noción apuntará a definir un “estado” de civilización, un “hecho actual”, que era dable observar en ciertas sociedades europeas. (…)
El empleo de la noción de civilización suponía una asociación con otras ideas afines, pero también entrañaba el descubrimiento de su reverso, el lado opuesto de la civilización, aquel estado del cual ella provenía y al que había superado: la barbarie. En efecto, las dos acepciones del término civilización (comprendida como movimiento de la humanidad hacia un ideal o como estado de sociedad) implicaban automáticamente la existencia de una barbarie original.
Como es conocido, “bárbaro” fue un término acuñado por los griegos para designar al extranjero, aquel que no pertenecía a la polis; definición que tuvo primeramente alcances políticos y más tarde culturales. “Bárbaros” fueron también, durante la Antigüedad tardía, las tribus invasoras que devastaron el Imperio romano. Hacia el siglo XVIII, el contra-concepto fue utilizado tanto para indicar la existencia de un estado anterior, en el cual permanecían otras culturas, contrapuestas al estado actual de las sociedades europeas, como para designar la alteridad. Bárbaro es así un vocablo a través del cual no se define sino que se califica al Otro, estigmatizado por aquel que se sitúa desde una civilización comprendida como valor legitimante.
Svampa, Maristella. 2006. El dilema argentino. Civilización o barbarie.
Buenos Aires: Taurus, pp. 17-18.
Texto 2
Nuestro diagnóstico general del nacionalismo es sencillo. De las tres etapas de la historia humana, la segunda es la agraria y la tercera la industrial. La sociedad agraria tiene ciertos rasgos generales: la población está formada mayoritariamente por productores agrícolas, por campesinos. Solo una minoría de la población que constituye la sociedad es especialista, ya sea en la milicia, la política, la religión o la economía. Asimismo, la mayoría de las poblaciones agrarias se ven afectadas por las otras dos grandes innovaciones de la era agraria: el gobierno centralizado y el descubrimiento de la escritura. (…)
Los tres factores cruciales que