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Hace unos días, Juan Forn observaba jocosamente en estas páginas que la revista Cabildo es como Barcelona, pero en serio. Bien: Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, es como el funcionario de Educación Juan Estrasnoy, el impagable personaje de Capusotto del latiguillo “estamos preocupados porque los jóvenes usan mal el lenguaje”, pero en serio. Desde 2001, Barcia se ha preocupado por resaltar la “decadencia” en el lenguaje de los jóvenes. Vale aclarar que ningún estudio científico avala sus afirmaciones catastrofistas: no hay estadística que dé cuenta de una disminución del vocabulario promedio de los jóvenes, ni ontología que le otorgue mayor valor lingüístico a “buenísimo” que a “re bueno”, ni usos de los insultos que sean más legítimos que otros, por citar algunos de sus caballitos de batalla. Sus resquemores se apoyan apenas en el axioma “todo tiempo pasado fue mejor” que, justamente por su referencia al sentido común, encuentra buen eco mediático.
Kornfeld, Laura. 2010. “Lenguaje y sentido común”, en Página 12, 9/4/2010.
Texto 2
Kornfeld, Laura
UNGS / UBA/ CONICET. Argentina
El español de la Argentina: descripción de las variedades y políticas sobre la lengua
Entre la prolífica obra lingüística de Berta Vidal de Battini (1900-1984), se destaca El español de la Argentina, cuya primera versión data de 1954 (la segunda, definitiva, apareció diez años después, editada por el Consejo Nacional de Educación). En ese libro, basado en las investigaciones de campo de su autora, se enumeran una serie de particularidades léxicas, morfosintácticas y fonológicas dialectales de distintos puntos del país, con el objetivo manifiesto de proporcionar a los maestros elementos para el conocimiento y reconocimiento de las particularidades regionales. Menos entusiasmo provocan las conclusiones que se extraen de ese meticuloso análisis: luego de una morosa descripción de cada pronunciación, expresión o estructura gramatical que no corresponden al español estándar, Vidal de Battini recomienda corregir la mayor parte de las particularidades en aras de la homogeneización social y cultural propugnada como objetivo central de la educación pública argentina. El español de la Argentina resulta, así, menos un estudio teórico que un proyecto de política lingüística, si bien las 34 recomendaciones de corrección sistemática vienen matizadas por el reconocimiento de que no hay una norma unívoca para todo el país, sino que esta debe ser pluricéntrica.
En la preceptiva sugerida en El español de la Argentina, juega, pues, un papel central el concepto de corrección lingüística, que se define monolíticamente a partir del habla de la “gente culta” del país, opuesta a las “impropiedades y defectos” del habla vulgar. En ese sentido, Battini participa del puritanismo lingüístico del grupo de investigadores creado en torno de la figura de Amado Alonso, director del Instituto de Filología de la UBA durante el período 1927-1946, aunque en ella se exprese de forma visiblemente más moderada que en otros integrantes, como el propio Amado Alonso o Américo Castro.
La presente comunicación se propone no solo revisar los principales aspectos reunidos por Vidal de Battini que atañen a la morfosintaxis de las variedades del español de la Argentina, sino también discutir su ideología en relación con la norma para una lengua nacional, ideología que a lo largo de las décadas ha seguido impregnando la concepción de la lengua, y particularmente de la gramática, en la enseñanza.
Libro de resúmenes del Congreso Regional de la Cátedra UNESCO en Lectura y Escritura. “Cultura escrita y políticas pedagógicas en las sociedades latinoamericanas actuales”. Los Polvorines: Biblioteca Nacional – Universidad Nacional de General Sarmiento, 2010, p. 76.
Texto 3
“No hay edición de la Gramática de la Real Academia que no pondere ‘el envidiado tesoro de voces pintorescas, felices y expresivas de la riquísima lengua española’, pero se trata de una mera jactancia, sin corroboración”, observó Jorge Luis Borges en “El idioma analítico de John Wilkins”. Más allá de la jactancia, me interesa la insistente analogía que ve al léxico del español como un tesoro y que tiene, indudablemente, resonancias mortuorias. Igual que los tesoros, los cadáveres suelen estar enterrados; así, a través de muchos siglos y muchos diccionarios, la RAE se ha dedicado pacientemente a exhumar palabras desaparecidas, décadas o siglos antes, de la boca de los hablantes. Según esa concepción, el léxico sería un inmenso cementerio que se extiende incluso más allá de la vista de la lengua (ya que luego de los límites estrictos de lo que podemos llamar español están las palabras del latín y del griego y el sánscrito en un camposanto que se vuelve potencialmente infinito). ¿Por qué esa manía mortuoria? Los léxicos muertos –supongo– tienen el atractivo del orden, de la prolijidad, igual que los cementerios. Nada se sale de su lugar allí. Los léxicos vivos, en cambio, son desordenados, cambiantes, imprevisibles, difíciles de dominar y de clasificar. En esa concepción de la lengua, el lugar de un lingüista sería el de las lloronas que, en el velorio, se lamentan de todo lo bueno que se perdió… porque, al fin de cuentas, todo tiempo pasado fue mejor.
A diferencia de esa concepción tradicional, la lingüística moderna tiene, por principio, un irrefrenable impulso vital que la aleja de los cementerios. En el interés de la gramática generativa por los aspectos creativos del lenguaje, por ejemplo, no hay, nunca, siquiera una mínima valoración normativa. Ninguna lengua, ningún dialecto, sociolecto o cronolecto es más valioso que otro desde esta perspectiva: todos encarnan igualmente bien las sorprendentes propiedades de los lenguajes humanos, propiedades que, como advierte Noam Chomsky, nos definen como especie biológica y dicen mucho sobre cómo está estructurada nuestra mente.
En este ensayo pretendo ocuparme de una porción del vocabulario del español de la Argentina que no corre absolutamente ningún peligro de quedar bajo tierra: los insultos.
Kornfeld, Laura. 2010. “Gramática y política del insulto”, en Question, Vol. 1, Nº 29, pp. 1-2.
1. ¿Podría identificar en qué ámbitos fueron producidos/publicados los textos dados?
Sí No. Señale los elementos que le permiten sustentar su respuesta.
2. ¿Cuáles son las principales diferencias temáticas, estilísticas y estructurales que encuentra entre los textos?
a. Temáticas:
b. Estilísticas:
c. Estructurales:
3. Subraye los adjetivos que aparecen en cada texto. ¿En alguno de los fragmentos dados aparecen con mayor frecuencia adjetivos que expresan una valoración o posición de quien enuncia?
Sí No. ¿En cuál?
¿A qué podría responder esta característica?
4. A partir de las respuestas anteriores, formule una hipótesis sobre los géneros discursivos en los que se podrían inscribir los fragmentos textuales leídos.
3. DE LA PANTALLA AL PAPEL
La emergencia y generalización de los dispositivos digitales transforma, ciertamente, aspectos importantes de las prácticas de lectura y escritura. En algunos casos las diferencias respecto de la lectura en papel involucran a primera vista el “soporte”: la lectura en pantalla, los e-books y otros dispositivos traen aparejadas otras formas de aproximarse y de disponerse frente a los textos. Si adoptamos una mirada material sobre las prácticas de lectura, veremos que estos dispositivos y la forma de lectura que conllevan –la lectura en pantalla y especialmente la lectura en pantallas móviles– implica una transformación más amplia que el simple “soporte”: el cuerpo cambia de posición, los ámbitos, momentos y situaciones de lectura suelen diferir, las manos se ocupan de otro modo, los tiempos de la lectura también tienen una disposición diferente. Es interesante reflexionar sobre esta cuestión porque lleva a pensar y observar qué “microprácticas” ponemos en juego en las distintas modalidades y