antes de que supiera andar, Willow llevaba a su hijo a cabalgar con ella.
Frank O’Malley contrató a Luis para que se ocupara de los establos y de los caballos. Cuando Sarita apenas tenía cinco años, Luis empezó a llevarla consigo, de manera que su camino y el de Wolf se cruzaron muy pronto.
Sarita alzó la mirada.
–Siempre tratabas de mandarme.
–Porque siempre estabas haciendo algo con lo que podías dañarte.
Los ojos de Sarita destellaron, desafiantes.
–Teníamos dos caballos y yo tenía mi propio pony. Mi abuelo me enseñó cómo cuidar de ellos. Yo sabía lo que hacía.
Wolf recordó a la niña de oscuro pelo que lo había mirado con la misma intensidad que la mujer en que se había convertido.
–Supongo que aún sabemos cómo sacarnos mutuamente de quicio.
–Eso parece –admitió ella.
Otro distante recuerdo del pasado regresó a la mente de Wolf.
–Aún me debes las gracias.
Sarita sabía a qué se refería. Por entonces tenían catorce años. Había salido a cabalgar sola y su caballo se había desbocado a causa de una serpiente, derribándola de la montura. Cuando el caballo llegó solo a los establos, su abuelo organizó una búsqueda. Fue Wolf quien la encontró. A pesar de su combativa relación, Sarita experimentó una inevitable excitación al ver que era él quien había acudido en su rescate. Entonces Wolf lo estropeó todo.
–Soportar un sermón de media hora en ese tono de sabelotodo que tenías anuló cualquier sentimiento de gratitud que hubieras podido despertar en mí.
Wolf la recordó sentada en una roca, con la camisa desgarrada y una pierna ensangrentada. No le gustó nada verla herida. Aún ahora, el recuerdo le molestó.
–No deberías haber salido a cabalgar sola.
–Era lo suficientemente mayor como para no necesitar carabina.
–Es evidente que no lo eras.
–Teníamos la misma edad, y tú te creías cualificado para cabalgar solo –espetó Sarita.
Wolf se apartó de la encimera.
–Parece que aún nos mezclamos como agua y aceite –fue hasta la puerta y miró a Sarita–. Pensaba que tal vez visitabas mi tumba porque te remordían nuestras continuas peleas. Al parecer estaba equivocado.
Mientras sus pasos se alejaban, Sarita sintió deseos de gritar. Nadie era capaz de sacarla de quicio como Wolf O’Malley.
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