Belén Ciancio

Estudios sobre cine


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(2000: 161), la filosofía deleuziana era necesaria, porque lo que en el feminismo era llamado nostálgicamente “nuestros cuerpos, nosotras mismas” eran “construcciones inmersas en la industria psicofarmacológica, en la biociencia y en los nuevos medios”. En medio de aparentemente ilimitadas promesas protésicas de perfectibilidad y tecnociencia, para Braidotti, como feminista de la diferencia sexual y pensadora migrante europea, esta filosofía prestaba una ayuda preciosa a quienes permanecen “¡orgullosos de ser carne!” (161). Pero habría que recordar que, incluso cuando el concepto de imagen deleuziano es bergsoniano, es decir material, en el cine –y más aún en la era digital– los cuerpos están inmersos en procesos de dispositivos tecnológicos y “la carne” en la industria cultural del mainstream, normalizada, estandarizada o vuelta carne de cañón.25

      4. (Pos)memoria, cuerpo, género

      En este marco, el concepto de memoria habría sido entendido –sobre todo, a partir de la historiografía cinematográfica– como una “recuperación” o “reconstrucción” del pasado reciente. Al mismo tiempo que desde este supuesto se legitimaba la investigación y el corpus de películas cuando se afrontaba la tarea de escribir acerca del cine argentino en democracia (España, 1994a). Perspectiva según la cual el cine lograría mostrar, a partir de determinadas películas, algo sobre lo que a nivel social no era todavía posible visibilizar o articular en un discurso: las personas que fueron desaparecidas (Kriger, 1994). Esta interpretación se diferencia del concepto de “memoria liberadora” opuesto al de “historia dominadora” que circulaba en algunos de los textos testimoniales y ensayísticos acerca de la praxis del Cine Liberación desde una perspectiva retrospectiva. Sin que esto signifique que no exista una singularidad en el reposicionamiento del lugar de la memoria en la historiografía de mediados de los 90. Aunque en estas investigaciones todavía no está presente el problema de la representación. Este último está relacionado con la cuestión del género, indirectamente, a partir del concepto de “tecnologías del género”.

      Así, desde vertientes feministas comenzaban a enunciarse dimensiones críticas de la mirada, que desarrollaron desde y hacia una crítica del psicoanálisis y desde ahí a la institución cinematográfica, sobre todo, del cine clásico hollywoodense, cuando empezaban a delimitarse los corpus cinematográficos de la historiografía y del ensayo sociológico-político. Así como se “generizaba” en femenino la categoría de “autor” (antes que la de espectador, como en algunas versiones de la teoría cinematográfica feminista anglosajona), recurrente en estas formaciones discursivas. En este contexto, el artículo de Laura Mulvey, “Placer visual y cine narrativo” (1975), y su crítica a través del psicoanálisis lacaniano de la “escoptofilia patriarcal”, los textos de Teresa de Lauretis y el concepto de “tecnologías del género” –ineludible para la teoría queer, denominación introducida (y luego rechazada) en la academia por la misma De Lauretis–, y el libro de Annette Kuhn Cine de mujeres. Feminismo y cine (1994), que revisa las hipótesis de Mulvey, en cuanto presuponen un espectador masculino, así como, en otro contexto, el artículo de Ruby Rich “Hacia una demanda feminista en el nuevo cine latinoamericano” (1992), constituyen algunas de las tendencias de las críticas feministas que tendrán relativa circulación en Argentina durante los 80 y mediados de los 90.

      Podría decirse, sin embargo, que estos conceptos y nociones como “mirada femenina” o “tecnologías del género”, que suponen un efecto performativo, eran leídos en continuidad con la diferencia sexual, para afirmar una cinematografía y no tanto para hacer una crítica del cine hollywoodense, del latinoamericano o de la categoría misma de género como conjunto de efectos de representación. Es decir, reafirmaban un cine de mujeres que se había diferenciado del mainstream hollywoodense, así como de la cinematografía argentina y latinoamericana anterior, como en el caso de María Luisa Bemberg, fundadora de la Unión Feminista Argentina. Una experiencia del feminismo y una cinematografía que ha sido vista desde distintas interpretaciones de género y de clase. Mientras que estas herramientas feministas tendrían, ineludiblemente, mayor implicancia en lo que respecta a una cinematografía como la “picaresca” y las “películas para adultos” o la “comedia familiar”, en el contexto de la hipótesis de Sergio Wolf sobre un “cine de régimen” o en el análisis del cine durante y ya no sobre la dictadura militar (Wolf, 1994a; Varea, 2006; Gociol e Invernizzi, 2006). Aunque esa perspectiva no se haya visto mayormente plasmada, excepto por algunos pocos artículos, en los trabajos sobre la producción de esa época.