el flujo de inversiones de cartera, proceso que sumergió a la economía argentina en una profunda recesión. Si bien la crisis generó cierto alivio en la situación de la cuenta corriente, el déficit externo se mantuvo, dado que no se frenó la masiva fuga de capitales, que fue sostenida con la venta de las reservas del Banco Central obtenidas a través del endeudamiento previo con el sector privado y, sobre todo, a partir del nuevo préstamo otorgado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Al respecto, cabe destacar que luego de descoordinadas y fallidas intervenciones del Banco Central –que implicaron una considerable pérdida de reservas–, la Argentina acudió al FMI y acordó uno de los créditos más grandes del organismo y el mayor en la historia de nuestro país (por 50.000 millones de dólares). Aun así, la devaluación del peso se profundizó y el incumplimiento de las metas acordadas condujo enseguida a una revisión del acuerdo con el organismo que implicó un incremento del monto (a 56.300 millones de dólares) y, sobre todo, un adelantamiento de los desembolsos.
Gráfico 1.8. Inversión de portafolio y endeudamiento externo argentino, 2003-2019 (en millones de dólares)
Fuente: Elaboración propia sobre la base de datos del BCRA.
La fuga fue facilitada a lo largo del gobierno de Macri mediante varios mecanismos: a) la supresión de controles y restricciones a la compra de moneda extranjera; b) la eliminación de tiempos mínimos de permanencia para las inversiones de cartera; c) el fin de la obligación de los exportadores de liquidar las divisas en el mercado de cambios; d) la generación de una redistribución regresiva del ingreso que favoreció el ahorro en “moneda dura” de los sectores de altos ingresos. Como se plantea en el capítulo 2, la fuga no fue aún mayor gracias al ingreso extraordinario que supuso el blanqueo de capitales en 2016 (que implicó la repatriación de más de 7000 millones de dólares).
El acuerdo con el FMI profundizó el ajuste fiscal y monetario que venía realizando la gestión de Cambiemos, lo cual no solo deprimió aún más la actividad económica, sino que recortó fuertemente los grados de libertad en el manejo de la economía. Ello implicó pasar de la situación de impasse (stop) en 2012-2015 a una de abierta crisis con un profundo deterioro económico y social (crash) (gráfico 1.1).
En este contexto, el gobierno de Macri terminó su mandato sin poder hacer frente a los compromisos externos asumidos por la propia gestión (véase el capítulo 2). Como en otras etapas de predominio de políticas neoliberales, la Argentina volvió a acudir al ingreso de capitales especulativos y al endeudamiento externo para compensar su desequilibrio estructural, el cual se agudizó a partir de las políticas desreguladoras y aperturistas. La experiencia reciente ha demostrado una vez más que, si bien el ingreso de divisas bajo estas modalidades puede operar como un paliativo transitorio por un corto período, en la medida en que no estén destinadas a generar o ahorrar divisas, terminan por agravar la restricción externa con severas consecuencias en términos económicos y sociales.
Comentarios finales
El largo ciclo de crecimiento económico iniciado en 2003 se vio interrumpido en la segunda década del siglo por las crecientes dificultades en el sector externo que se agravaron a partir de las políticas llevadas adelante por el gobierno que llegó al poder a fines de 2015. Las condiciones en las que se encontraba la economía argentina tras la crisis de la convertibilidad -con una fuerte caída de los salarios y una amplia capacidad productiva ociosa- sumadas a un importante incremento de la renta internacional a partir de una mejora en los precios de exportación habían posibilitado la aplicación de políticas expansivas y redistributivas que dieron lugar a altas tasas de crecimiento y a significativas mejoras sociales.
Este sendero encontró serias dificultades cuando dichas condiciones excepcionales se fueron agotando y la renta comenzó a mermar a raíz de la reversión de los términos de intercambio. Ante esa situación, el último gobierno kirchnerista incrementó las regulaciones comerciales y financieras y utilizó las reservas internacionales acumuladas anteriormente en su intento por preservar la que se había constituido como su principal base social tras el conflicto con el sector agropecuario en 2008: una alianza entre la burguesía mercadointernista y los sectores populares.
Dando un giro político, el gobierno de Macri buscó sortear la restricción externa a partir de una alianza con el capital financiero y los grandes exportadores. Así fue que incurrió en un nuevo proceso de apertura económica acompañado de un acelerado y abultado ciclo de endeudamiento externo, que terminó volviéndose insostenible. Ante la imposibilidad de seguir obteniendo una fuente de compensación por el lado del financiamiento externo, la última apuesta del gobierno de Macri –apoyada por el FMI– fue lograr una fuerte reducción de los salarios reales (y más aún en dólares). Se trata de una salida dentro de la lógica de las ventajas comparativas estáticas: en un país con una heterogeneidad estructural como la Argentina, donde las actividades productivas que están en condiciones de operar en libre cambio cuentan con poca capacidad de tracción sobre el resto de la economía y, sobre todo, son poco demandantes de mano de obra, el nivel de empleo recae en sectores con menores niveles de productividad cuya subsistencia pasa a depender, en economías abiertas, de la reducción del valor de la fuerza de trabajo.
En este sentido, si bien el macrismo representó el “retorno triunfal” del capital financiero y del resto de las y los proveedores de divisas (burguesía agroexportadora y empresas transnacionales vinculadas a la explotación de ventajas naturales –mineras y petroleras–) al bloque de poder en la Argentina, su fracaso en términos económicos no pudo ser más rotundo. El gobierno de Cambiemos no solo no logró superar la restricción externa y relanzar el ciclo de acumulación en la Argentina, sino que dejó al país en un virtual default financiero y social.
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