Cara Colter

Siempre queda el amor - Entrevista con el magnate


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aun así había sido un golpe para él. Había ido allí con la esperanza de que la cuidadora solo estuviese exagerando, y que quizá, si contratase a más personal de servicio, su madre no tendría que abandonar el que había sido su hogar durante cuarenta años.

      Era muy doloroso ver que a su madre se le estaba yendo la cabeza, que la estaba perdiendo, pero no iba a contarle eso a Kayla; no quería su compasión.

      –¿Pensaste que tu madre me diría dónde estás viviendo ahora?

      –David, somos vecinas.

      Él se quedó mirándola boquiabierta, y tardó un momento en volver a cerrar la boca. No, eso precisamente no se lo había dicho su madre. ¿Estaba viviendo en la que había sido la casa de la familia de Kevin?

      –Albergaba demasiados recuerdos para los padres de Kevin –le dijo Kayla–. Al final decidieron deshacerse de ella.

      David sabía que hacía tiempo que los Jaffrey no vivían allí, pero nunca habría imaginado que Kayla acabaría comprándosela y volviendo a vivir en Blossom Valley.

      Las últimas veces que había ido a visitar a su madre había visto la casa cerrada y vacía, y se le había hecho raro porque para él aquella casa también estaba ligada a muchos recuerdos de su infancia. Había pasado tanto tiempo allí como en su propia casa, jugando con Kevin, y muchas veces se había quedado a almorzar o a cenar.

      No había un solo recuerdo de su infancia que no incluyera a Kevin: cada Navidad, cada cumpleaños… Habían aprendido a montar en bicicleta juntos, a patinar juntos, habían compartido su primer día de colegio… Habían escogido juntos al perrito que su madre le había comprado siendo un chiquillo, y hasta su adolescencia aquel perro siempre había ido corriendo detrás de ellos, fueran donde fueran.

      Habían construido una casa en el árbol del jardín trasero de la casa de Kevin, y habían nadado juntos en la bahía cada verano.

      Cuando su padre había muerto, el señor Jaffrey, el padre de Kevin, se había convertido en una especie de segundo padre para él. Bueno, más que un padre, un amigo. Muchas veces había pensado que ese había sido parte del problema con Kevin. El señor Jaffrey nunca le había impuesto regla alguna a su hijo, ni lo había tratado con mano firme, por lo que Kevin, como hijo único, se había convertido con el tiempo en un adolescente egoísta, a pesar de que le caía bien a todo el mundo porque era divertido y tenía carisma.

      Cada vez que había ido a visitar a su madre, había visto más estropeada la casa vacía de los Jaffrey: necesitaba una buena mano de pintura, las tejas se estaban combando y el césped del jardín estaba muy alto debido al tiempo que hacía que no se cortaba.

      Aquella casa que antaño había estado llena de amor y risas, de esperanzas y sueños, estaba en tal estado que más bien parecía las últimas palabras del último capítulo de un libro con un final triste.

      A veces David se preguntaba si no sería esa la razón por la que aún estaba enfadado con Kevin, porque temía que al dejar atrás la ira lo engulliría esa inmensa tristeza.

      –Los Jaffrey se compraron un apartamento cerca del lago –continuó Kayla–, y me dijeron que querían que me quedase yo con la casa, porque siempre habían pensado dejársela a Kevin.

      A David le resultaba difícil hacerse a la idea. Kayla y su madre eran vecinas, y estaba viviendo en la casa en la que Kevin y él habían jugado horas y horas durante los gloriosos días de su infancia, en los que habían vivido sin la menor preocupación.

      No quería preguntarle nada; no quería saber nada más. Y, sin embargo, se encontró preguntándole:

      –¿Y no necesita un montón de reformas?

      Por un instante vio una expresión de agobio en el rostro de Kayla, prueba de que aquello la abrumaba, pero de inmediato cambió la cara y lo ocultó tras una sonrisa de entusiasmo forzado.

      –Sí, ya lo creo; es todo un reto.

      Típico de ella. No pudo contenerse y le dijo:

      –¿No te cansas de ser la abanderada de las causas perdidas?

      Capítulo 5

      KAYLA lo miró dolida, pero, casi al instante, su expresión se tornó iracunda. Claro que David casi prefería verla enfadada a dolida, porque cuando lo miraba dolida parecía vulnerable, y eso lo hacía sentirse como un miserable.

      –¿Lo dices por lo de la casa? –inquirió con los ojos entornados.

      –Claro –respondió él, aunque los dos sabían que podría haber estado hablando de Kevin.

      –¿Y tú?, ¿no te cansas nunca de ser un aguafiestas?

      –Yo lo llamo ser la voz de la razón.

      –Pues no tengo ningún interés en que me des un sermón.

      A David le daba igual que Kayla no quisiera escucharlo. Era evidente que necesitaba oír unas cuantas verdades, le gustara o no. Alguien tenía que protegerla de sí misma, y según parecía hasta la fecha nadie se había atrevido a ponerle el cascabel al gato.

      –Esa casa –le dijo poniendo énfasis en cada palabra– se cae a pedazos, y acabará arruinándote.

      –No es verdad –replicó ella, como si no estuviese diciendo más que tonterías–. Y no es una causa perdida.

      Estupendo. Aunque su negocio eran las inversiones, y entre ellas las de tipo inmobiliario, Kayla acababa de desdeñar su experiencia y conocimientos de un plumazo. Pero él podía marcharse con la conciencia tranquila; no podía decirse que no le hubiese advertido.

      –Van a ponerme todas las ventanas nuevas –le dijo ella tercamente–. Y también tengo fecha para que me acuchillen y barnicen los suelos.

      Eso sería solo el comienzo de todo el dinero que se tendría que gastar, pensó David. No iba a decir nada, pero se le escapó un áspero:

      –Kayla al rescate.

      Ella frunció el ceño. «¡Basta!», se ordenó David, pero no pudo contenerse y añadió:

      –Y seguro que ese perro también lo recogiste de algún refugio de animales abandonados, ¿a que sí?

      No hizo falta que Kayla respondiera. Supo que estaba en lo cierto cuando la vio sonrojarse. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no era solo con Kevin con quien estaba enfadado.

      –Cuando Kevin murió y sus padres me dijeron que querían que me quedase yo con la casa, pensé que no podría haber mejor manera de emplear el dinero de su seguro de vida que en reformar la casa en la que había crecido.

      David, que aconsejaba a la gente cómo invertir mejor su dinero, sacudió la cabeza.

      –Es una pésima idea invertir en una casa vieja y destartalada de un sitio como Blossom Valley.

      –¿Siempre tienes que verlo todo de un modo pragmático?

      –Sí.

      –Ya, pues además de reformar la casa también voy a comprar un negocio aquí, en Blossom Valley –contestó ella.

      –¿Ah, sí? –dijo él, sin intentar disimular siquiera la nota de cinismo en su voz.

      –Pues sí. De hecho, estoy pensando en comprar una heladería.

      –¿Una heladería? Eso es una inversión peor aún que la casa.

      –Es la heladería More-moo, la que está en la calle principal –continuó ella, como si no le hubiese oído–. Me han dicho que los dueños quieren vender el negocio.

      ¡Como si la ubicación supusiese alguna diferencia! David se dijo que le daba igual en qué se gastase su dinero. ¡Por él como si se lo gastaba todo!

      Sin embargo, la verdad era que sí le importaba. Si la dejasen, Kayla intentaría salvar al mundo dando todo lo