Кэрол Мортимер

Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós


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que había sido un hombre el que la había obligado a refugiarse en su torre de marfil. Era el mismo hombre parcialmente responsable de su cambio de vida.

      El mismo del que había estado huyendo durante tres años.

      Y ese hombre era Gabriel Vaughan.

      Capítulo 5

      –NO TE preocupes tanto, Jane –se burló Gabe–. Esos instintos asesinos estaban exclusivamente dirigidos a Jennifer. En realidad, aborrezco la violencia.

      Y ella también. Pero, sin embargo, no era ajena a ella…

      –Dicen que es muy pequeña la barrera que separa el odio del amor.

      Y ella también lo sabía por experiencia. Se había casado con Paul estando perdidamente enamorada de él, pero al final de los cuatro años de matrimonio, lo odiaba. Por lo que le había hecho a su familia y por todo lo que le había quitado a ella.

      Y también sabía que por difícil que hubiera sido vivir con ella y por egoísta que Jennifer fuera, Gabe la había amado. Al menos lo suficiente como para salir en busca de toda persona a la que creía involucrada con su muerte.

      –¿No deberíamos terminar de hacer la cena? –sugirió Gabe.

      Jane continuó mirándolo en silencio. Ya no tenía ningún interés en cocinar, y mucho menos en cenar. No, después de lo que Gabe había dicho… Y de la forma que la había besado.

      –Vamos, Jane –la animó Gabe alegremente–. A los dos nos sentará bien comer –se volvió y continuó cocinando como si no hubiera nada más que discutir. Se notaba que era un hombre acostumbrado a dar órdenes y a ser obedecido.

      Pero no fue aquel ejercicio de autoridad el que impulsó a Jane a seguir cocinando. La razón fue mucho más sencilla. Cuando cocinaba, se sentía creando algo y era capaz de olvidarse de todo lo que la rodeaba. Y, después de haber estado pensando en su matrimonio con Paul, necesitaba urgentemente evadirse.

      –¡Excelentes! –exclamaba Gabe tiempo después, tras haber terminado los espaguetis de su plato–. Creo que deberíamos hacer negocios juntos.

      Jane le dirigió una dura mirada, pero pronto adivinó que Gabe estaba bromeando.

      –No te imagino trabajando para nadie –replicó entonces Jane sonriente.

      –Yo estaba pensando en algo más parecido a una sociedad.

      –¡Y yo estaba pensando en el tipo de clientes para los que trabajo!

      Gabe rio suavemente.

      –¿Por qué una cocinera de tu categoría no se decide a poner un restaurante, como sugirió Felicity la otra noche? –le preguntó con interés–. Seguramente, en un restaurante, tendrías más clientes, más…

      –Más gente trabajando para mí y, en definitiva, más complicaciones –se encogió de hombros.

      Cuando había comenzado a montar su negocio, no habían sido esas las razones que la habían decidido a trabajar sola. No tenía dinero suficiente para invertirlo en un restaurante. Con lo único que había podido contar había sido con ella misma y su talento para la cocina.

      –Y tú eres una persona a la que le gusta evitarse complicaciones, ¿verdad?

      –Pensé que tendría más posibilidades de éxito si nadie dependía económicamente de mí.

      –Pero eso fue al principio. ¿Y ahora? Ya has consolidado una importante clientela, no te costaría mucho…

      –No todo el mundo es tan ambicioso como tú, Gabe. Hace tres años ni siquiera tenía este negocio…

      –¿Qué pasó hace tres años? –la interrumpió Gabe suavemente–. Es simple curiosidad –le aseguró al advertir su mirada asustada–. Aunque quizá no haya formulado la pregunta de forma correcta. Quizá debería haberte preguntado a qué te dedicabas antes de montar este negocio.

      Hasta los dieciocho años, Jane se había dedicado a estudiar. Cumplidos los dieciocho, en vez de matricularse en la universidad, había decidido ir a Francia a tomar un curso avanzado de cocina. A los veinte, pocos meses antes de regresar a su casa, había conocido a Paul y se habían comprometido. A los veintiuno estaba casada. Y viuda a los veinticinco. En los detalles de la vida con Paul, prefería no pensar.

      –Estaba ocupada con otras cosas –contestó vagamente–. Pero siempre había querido montar mi propio negocio –en vez de vivir agazapada tras la sombra de otro.

      –Y ahora lo tienes –admitió Gabe–. ¿Y es tan divertido como pensabas?

      ¿Divertido? Jane nunca había esperado que fuera divertido. Ella quería independencia, libertad. No buscaba nada más. Y su negocio le había dado todas esas cosas.

      –En la vida hay más cosas que el éxito, Jane –añadió Gabe al ver que no contestaba.

      –¿Como cuáles? –lo desafió burlona. No le parecía el hombre más indicado para darle ese tipo de consejos.

      Gabe se encogió de hombros.

      –El amor, por ejemplo.

      Jane rio con desprecio.

      –No entiendo cómo puedes decir eso cuando es evidente que tuviste una relación amor-odio con tu esposa.

      Gabe apretó los labios.

      –Jennifer no me hizo feliz, es cierto. Yo creía que había encontrado a la mujer perfecta y tuve que ver cómo desaparecía ante mis ojos –miró a Jane con expresión de dolor–. No he sido capaz de mirar a otra mujer durante todo este tiempo sin ver las facciones de Jennifer dibujadas en su rostro. Hasta hace seis días…

      –¿Qué ocurrió…? Oh, no, Gabe. No seas ridículo. No puedes sentirte atraído por mí.

      Gabe inclinó la cabeza y la miró con expresión pensativa.

      –Esa es una forma interesante de plantearlo.

      Jane volvió a darse cuenta de su error cuando ya era demasiado tarde. Lo último que quería era que Gabe supiera por qué había dicho una cosa así.

      –No creo que yo sea una mujer de tu tipo –dijo con impaciencia.

      –¿Así que hay un tipo de mujeres para mí?

      –Claro que sí –respondió ella irritada–. Te gustan las mujeres altas, elegantes, rubias. Te casaste con una mujer así. Mientras que… –se interrumpió bruscamente al darse cuenta de que Gabe la miraba con los ojos abiertos como platos. Había vuelto a hablar demasiado.

      Parecía no poder evitarlo. A ella no se le daban nada bien los sofisticados juegos con los que personas como Gabe o Paul disfrutaban. Esa era una de las razones por las que Paul había empezado a aburrirse de ella. Se había dado cuenta de que la mujer con la que se había prometido no había cambiado al convertirse en su esposa. Y lo que antes de su matrimonio parecía encantarle, había comenzado a fastidiarlo. No soportaba su timidez, su devoto amor lo irritaba…

      Su matrimonio había llegado a convertirse en un infierno. Con el paso del tiempo, Jane había transformado su timidez en frialdad como única manera de protegerse de las burlas de Paul; y su amor se había deteriorado hasta convertirse en una compasión que evidentemente Paul no era capaz de sentir por sí mismo.

      –¿Cómo sabes que mi esposa era rubia? No creo haberlo mencionado.

      Había una dureza en su voz completamente nueva. Jane comprendió que todo dependía de su siguiente respuesta.

      –Celia Barnaby insistió en hablar conmigo la otra noche –le dijo, aliviada al ver que la tensión desaparecía de su rostro. Eso era verdad, aunque Celia no le hubiera dicho que su esposa era rubia–. Creo que lo que pretendía insinuar era precisamente eso, que siendo rubia y alta, tenía posibilidades de despertar tu interés.

      –Hace