Álvaro González de Aledo Linos

Un tripulante llamado Murphy


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a la mitad. Ante la amplitud de la catástrofe, el antiguo puerto de cuarentena, que era simplemente el fondeadero de la Isla de Pomègues, era insuficiente. Cuando estuvimos nosotros no había ningún peligro y la gente paseaba por encima del dique tanto andando como en bici.

      Después fuimos a recorrer las islas en las bicis. No tienen carreteras asfaltadas sino pistas y senderos. Durante muchos años han sido posiciones defensivas avanzadas y por eso están sembradas de restos de fuertes militares, baterías, puestos de observación, etc. En la Segunda Guerra Mundial estuvieron ocupadas por los alemanes, quienes construyeron nuevas fortificaciones que se distinguen por ser ya de hormigón. Las construyeron con mano de obra de marselleses reclutados a la fuerza por los invasores. Los aliados bombardearon masivamente las islas para destruir esas fortificaciones que les impedían el avance sobre Marsella, y por todas partes se distinguen los agujeros de las bombas. Tras la guerra siguieron siendo terreno militar y su entrada estando prohibida, hasta que en 1975 el puerto militar se transformó en puerto deportivo y se autorizó a crear un pequeño núcleo urbano alrededor, y en 1995 la isla entera se cedió a la comuna de Marsella. No se admiten los coches e incluso las bicis tienen limitaciones, que conocimos posteriormente.

      Por la mañana recorrimos la de Ratonneau, al Norte. Estaba plagada de gaviotas patiamarillas. Al parecer se han censado más de 8.000 parejas y ya son, como en otros lugares, un problema pues degradan la flora y compiten con otras especies, desplazándolas. Son la misma especie que anida en Santander, pero en Ratonneau ya tenían a los pollitos crecidos, mientras que en Santander salen de los huevos, blandos como un edredón, a primeros de junio. Ratonneau tiene más restos militares (ruinas de cuarteles, baterías defensivas, santabárbaras o polvorines, búnkeres, nidos de ametralladoras, etc.) que Pomègues. Algunos fuertes son ahora de propiedad particular, y después de dar un largo rodeo para llegar a ellos te encontrabas un cartel que prohibía su entrada. Vimos las ruinas del hospital Carolina, donde se hacía la cuarentena de la fiebre amarilla, que estaban restaurando. En el patio había una especie de tarima o escenario porque allí se celebra cada año un festival de música. Finalmente, en Ratonneau se encuentra el pueblecito habitado y los pocos comercios, bares y restaurantes. No hay plazas hoteleras ni está permitido el camping, o sea que si no vives allí la única forma de pernoctar es llegando en velero.

      En una plaza nos sorprendió un intercambiador de libros con forma de rinoceronte, obra de un escultor que ha realizado otros muchos intercambiadores con forma de animales que iríamos viendo en este viaje en otros puertos. Es Jean Michel Rubio, de la compañía Art Book Collectif, y como siempre la justificación de la obra está sujeta a mucha subjetividad. También ha realizado una enorme jirafa en Marsella, un toro y una enorme concha en Port Saint-Louis du Rhône, que veríamos a la vuelta, y otras. Por lo demás Frioul no tiene servicios públicos, policía, escuela, médico, etc., y los pocos habitantes deben ir a Marsella para cualquier necesidad. Eso crea un cierto resentimiento contra el Continente, y en 1997 el propietario del fuerte Brégantin, en la punta más occidental de Ratonneau, y algunos amigos fundaron la República Libre de Frioul, una pantomima que nombró su propio presidente, editó su propia moneda y hasta solicitó la entrada en la ONU.

      Por la tarde salimos con las bicis para recorrer la de Pomègues, al Sur, pero en una de las primeras curvas nos alcanzó la Guardia de la reserva para decirnos que esta segunda isla no está permitido recorrerla en bici. Nos lo dijo una guardia jovencita y muy amable, ágil como un gamo, que se quedó a comprobar que dejábamos las bicis en el pueblo y volvíamos andando. La prohibición hubiera sido innecesaria, porque las pistas de Pomègues son más abruptas y con el suelo peor que las de Ratonneau y era muy difícil pedalear por ellas. Como en Ratonneau, nos sentó mal que algunos de los monumentos en ruinas no se pudieran entrar a ver, pero no te lo avisaban desde el principio del camino con lo que te dabas la paliza para nada. Visitamos el puerto de cuarentena original, el que se usaba antes de construir la escollera de unión de las dos islas. Todavía se ven las muescas que habían hecho en las rocas para amarrar las cadenas de los barcos y usar la propia roca como noray. Una obra de cantería impresionante. En la ensenada se ha instalado una granja de cultivo marino, la única actividad económica de la isla aparte del turismo. Aun así quedaba espacio para fondear y como da al Este, protegida del mistral, había varios veleros. Por otra parte en todo el perímetro de la isla hay bonitas calas y buenos fondeaderos, más que en su vecina del Norte.

      Las dos islas nos encantaron, aunque están despobladas de vegetación como si las hubieran rociado con el agente naranja, y cuando más tarde conocimos las demás de la fachada mediterránea de Francia, que fueron muchas, Frioul cayó en desgracia en nuestro recuerdo porque las demás la superaron. Tienen un paisaje muy seco porque, curiosamente, llueve mucho menos que en Marsella, y la poca vegetación que hay es de arbustos bajos y leñosos. De hecho el archipiélago es uno de los sitios más secos de Francia. Los pinos que hay se podrían contar con los dedos de las manos y tienen unas formas retorcidas e inclinadas, forzado su crecimiento por la fuerza del mistral. Están habitadas principalmente por aves marinas, y como mamíferos solo por conejos, ratas y gatos introducidos por el hombre. Sus fondos marinos son praderas de posidonia y, más profundamente, barreras de coral. En algunos sitios sigue habiendo caballitos de mar, y en tierra una especie de lagartija de costumbres nocturnas, el Phyllodactyle d’Europe, que está en peligro de extinción. El futuro de Frioul es incierto, pues los promotores quieren convertirla en un paraíso insular para gente de monedero abultado mientras que el estado quiere preservarla como espacio natural, y desde 2012 forma parte del Parque Nacional Les Calanques, que protege las preciosas calas al Este de Marsella que conoceríamos a la vuelta, y el propio archipiélago.

      En el terreno práctico, seguía haciendo un calor impresionante por el día, y en las excursiones a pie o en bici por aquellos parajes agrestes se nos quedaba la garganta seca como el desierto de Tinduf. En Frioul estrenamos el ventilador eléctrico que llevábamos para utilizar en las marinas, cuando estuviéramos conectados a la electricidad del pantalán. En las horas de canícula era un alivio. Pero por la noche volvía a refrescar y teníamos que dormir con toda la ropa de invierno y hasta con el maridillo dentro del saco. A mí me recordaba mucho nuestra navegación a Bretaña del año anterior, donde se daba esa misma diferencia brutal entre el día y la noche y por la mañana teníamos que despertarnos de dos cosas, del sueño y del entumecimiento. Pero no me lo esperaba en el Mediterráneo. Dormimos tranquilamente pensando continuar el día siguiente la ruta de las islas.

      Capítulo 4

       Islas Embiez y Porquerolles

      El día siguiente seguía soplando del Oeste pero sin la intensidad de temporal y salimos de Frioul a las 8:30 h. Antes pasamos por las oficinas a recoger los frigolines. Al comentar con Rudi los detalles de nuestras siguientes escalas previstas me regaló la Guide Méditerranée 2016, una guía con los puertos franceses del Mediterráneo, las características luminosas de todos sus faros y el RIPAM (Reglamento Internacional para Prevenir los Abordajes en el Mar) que al parecer es obligatorio llevar a bordo al navegar en Francia. Aunque ya teníamos a bordo la Guía Imray como portulano, la que me dio tenía más detalles y se lo agradecí. Posteriormente me sería de mucha utilidad.

      Desde el principio tuvimos una brisa moderada del Oeste, de fuerza 4, y el cielo despejado de un horizonte al otro. Pusimos el espí y el génova atangonado en orejas de burro, haciendo así todo el camino. Al poco de salir decidimos atravesar el archipiélago de las islas Riou y adyacentes, todas deshabitadas, para ver la cala Monasterio (43º 10,74’ N; 5º 23,08’ E) de la que teníamos muy buenas referencias. La cala nos decepcionó, pero no así los despeñaderos rocosos de Riou. Estaban llenos de Zodiac de submarinistas. Toda la costa estaba sin urbanizar y muy salvaje. Pasamos por el estrecho entre la Isla Riou y el islote Le Grand Congloue (43º 10,50’ N; 5º 23,94’ E) entre paredes rocosas de 50 metros de alto. Aunque su anchura es de menos de 200 metros la profundidad no nos generaba ninguna preocupación, pues tiene 26 metros. Lo que sí nos preocupó un poco es que íbamos a 4 nudos y con el espí izado, una vela que en caso de que algo salga mal se tarda mucho en corregir o arriar. Solo notamos que en el estrecho la mole de