el pueblo tiene una plaza de toros, monumentos a los toros, restaurantes con carne de toro... en fin, algo raro como en el Norte el tiempo seco ver ese culto al toro en Francia. Mario y yo cenamos un bistec de toro que para mí era la primera vez que lo probaba. También tiene un parque ornitológico, y curiosamente consideran una atracción turística el “Digue à la Mer”, el muro que comenté que está evitando que el agua del mar inunde su término municipal por la regresión del delta del Ródano en esa zona. Tiene un recorrido peatonal y ciclable que es uno de los que más recomiendan en la oficina de turismo. Como en Port Gardian ya nos veíamos retenidos varios días por el temporal y éramos tan pesimistas sobre poder llegar a Marsella a tiempo para que Mario cogiese su avión (era jueves y el avión salía el sábado por la mañana) estuvimos mirando todos los transportes alternativos para que llegase. Por desgracia el pueblo está mal comunicado y lo único realista era coger un taxi, que costaba entre 185 y 235 euros. Nos fuimos a dormir preocupados con esa perspectiva. Yo pasé la noche muy revuelto y con dolor de estómago por la cena abundante y las dosis de ibuprofeno que estábamos tomando para los síntomas gripales. Por si fuera poco el surtidor de gasolina no funcionaba, y si fuéramos por mar nos veríamos obligados a salir hacia Marsella, nuestra siguiente etapa, de 46 millas, con solo 22 litros de gasolina, una cantidad demasiado ajustada pues si no hubiera habido viento nos habría dado solo para 44 millas a motor. En el siguiente capítulo os contaré cómo acabó todo.
Capítulo 3
Golpe de mistral en Marsella
y primeras islas
Pues madrugamos para ver el pronóstico en la capitanía de Port Gardian e intentar llegar a Marsella. Lo que pronosticaban eran vientos del Oeste al Suroeste de fuerza 5-6 con posibilidad de refrescar por la tarde a fuerza 7 y el día siguiente a 8. Como nuestra ruta era hacia el Oeste y los vientos serían portantes nos decidimos a salir, lo que hicimos a eso de las 8 h. Y no erramos el tiro, porque hicimos todo el recorrido a vela y no tiramos del motor nada más que unos minutos al salir y entrar a puerto y nuestra preocupación por la gasolina se esfumó. El cielo estaba completamente cubierto, en panza de burro como decimos en el Norte, y en cuanto nos vimos fuera del puerto pusimos el espí amurados a estribor y prácticamente no lo cambiamos en todo el viaje, haciendo una media de 6-7 nudos y puntas de hasta 11,2 cuando cogíamos una ola en surf, como si al Corto Maltés le hubieran puesto las botas de las siete leguas. Increíble. Esa velocidad endiablada a lomos de las olas nos permitió comernos las 46 millas en 7 horas, algo inaudito. Murphy: 4, Corto Maltés: 2. Eso sí, el Corto Maltés discutía tan fuerte con el viento y la marejada que aquello era una coctelera, y en todo el día solo pudimos “comulgar” un café (con tanta ola no sirve la cincha antiescoras, y hay que prepararlo de rodillas frente a la cocinilla y parece que estás haciendo la Comunión) y llegamos a puerto hechos picadillo y sin haber comido. Y luego me preguntan por qué cuando navego me quedo en el fuselaje. En la navegación a Elba ese verano perdí 6 kg.
A media mañana dejamos a babor el Golfo de Fos (43º 21,17’ N; 4º 56,71’ E) uno enorme en el entorno de la desembocadura del Ródano y por el que entraríamos a la vuelta para remontar ese río. Tiene una entrada de más de 7 millas de amplitud, aunque una parte, la del Oeste que es donde desemboca el Ródano, está cerrada por una lengua de arena como El Puntal de Santander. Se le reconoce de lejos por las chimeneas de sus industrias petroquímicas, las más grandes de Francia. Cuando hay poco viento el humo de tanta chimenea llega a reducir la visibilidad en el golfo y a borrar el sol, lo que no era el caso ese día (sobraba viento y faltaba sol). Su entrada y su interior están perfectamente balizados con marcas de enfilación y boyas cardinales y de babor-estribor que hay que seguir a rajatabla si no quieres verte varado en esos arenales, como de hecho se veían algunos barcos. La cartografía también señalaba varios pecios en aguas someras. Además hay un abundante tráfico de mercantes entrando y saliendo de los puertos industriales y tienen preferencia sobre los barcos deportivos, por lo que teníamos que dejarlos pasar.
Solo llegando a Marsella y ya a la vista de la ciudad el viento roló al Norte (nos entraba por el través de babor) y arreció tanto que con el espináker el barco se tumbaba mucho y lo sustituimos por el génova. Fijaos cómo soplaría que solo con el génova navegábamos a más de 5 nudos. Por desgracia también se puso a llover y las gotas, que caían como agujas inclinadas, nos deslucieron el final de la etapa. Al ver que a esa velocidad nos quedaba media hora o más izamos también la mayor y llegamos a Marsella a las 17:30 h. Cuando salimos de Port Gardian nadie dijo “damas y caballeros” ni cuando entramos a Marsella “bravo, bravísimo”, pero nosotros estábamos orgullosos por haber hecho las 46 millas con aquel ventarrón, con aquel tiempo tan sucio y en aquel barquito, sí señor.
Marsella es un puerto comercial impresionante, lleno de mercantes y ferris, y numerosas empresas de vedettes que garantizan el tránsito de personas hacia las islas o las “Calanques” de las que hablaré en otro capítulo, como las Pedreñeras en Santander. En la entrada al gran golfo donde se ubica la ciudad, que se conoce como Rada de Marsella, hay un archipiélago de islas preciosas, algunas habitadas, como la Isla de If, con un castillo que fue prisión ocupando toda su superficie, o las de Ratonneau y Pomègues, que al principio estaban separadas pero las unieron por un muro donde ahora está el puerto, y que al haberse convertido en una sola ahora llaman Isla de Frioul (43º 16,73’ N; 5º 18,55’ E). Los próximos días iríamos a conocerlas. Más hacia alta mar, en el horizonte, hay un faro sobre un islote rocoso enano, de 200 metros de lado, conocido como Islote y Faro de Planier (43º 11,87’ N; 5º 13,87’ E). Es sorprendente porque está a 5 millas de la tierra más cercana (a 8 millas de Marsella) pero los fondos a su alrededor ascienden bruscamente, de unos 70 metros en la rada de Marsella a 0,8 en el entorno del faro. Te pone la piel de gallina imaginar lo que debía ser entrar a Marsella antes de construirse el faro. Ahora se le ve desde lejos, está rodeado de algunos pecios, y nosotros nos limitamos a disfrutar de su imagen en la lejanía, tanto por el rodeo a que nos obligaría acercarnos a él (16 millas entre ida y vuelta) como por la peligrosidad de la zona, y más con aquel viento y aquellas olas de tan buena pegada.
De momento decidimos entrar en el Vieux Port o Puerto Viejo (43º 17,73’ N; 5º 21,58’ E), el más céntrico de todos los de Marsella y situado en una esquina al Sur del superpuerto. La vista llegando a Marsella es impresionante, con en primer plano el largo malecón de 8 kilómetros que protege los múltiples puertos interiores (Marsella es el segundo puerto más grande de Francia) por encima del cual asoman los ferris y mercantes amarrados dentro, y sobre ellos la ciudad vieja con sus edificios y, sobre todo, la basílica de Nuestra Señora de la Guarda (en francés, Notre-Dame de la Garde) en lo alto de una colina vigilando todo. Este enorme malecón y los superpuertos interiores se construyeron en el siglo XIX cuando se inauguró el Canal de Suez en 1869 y empezaron a llegar barcos que no cabían en el Vieux Port. Pasado el malecón lo que te guía es la catedral y su enorme cúpula. Entramos sin ninguna fanfarria, y una vez dentro llamamos por radio por el canal 12 para solicitar plaza y alguien salió diciendo que no tenían plazas de atraque. Era el puerto público. La noticia era para destrozar los nervios más templados, porque aunque hay otros puertos más al Norte el cambio de destino nos obligaría a volver a salir al mar por fuera del malecón que protege los puertos (no se puede navegar por dentro en los barcos deportivos) navegar esos 8 kilómetros ciñendo contra el viento que ya era de fuerza 6-7, y confiar en que en alguno de ellos tuvieran plaza. Y eso lloviendo. Podía suponer 2 o 3 horas más de navegación y ya eran las 17:30 h, estábamos desmoronados como si los huesos nos hubieran desaparecido, y no habíamos comido, o sea, estábamos casi en K.O. técnico.
Pero se metió en la conversación alguien que no se identificó y nos dijo que también había marinas privadas en el Vieux Port y que habitualmente tenían plazas; que llamáramos por el canal 27. Luego los de la capitanía del puerto público regañaron a ese que no se había identificado por meterse en una conversación que no le concernía, pero gracias al voluntario anónimo nos evitamos el cambio de puerto. A los que habría que reñir es a ellos, que sabiendo que podíamos encontrar plaza en el mismo puerto no nos daban la información. Para entonces habíamos pasado por delante de la entrada de los pantalanes del club privado CNTL (Cercle Nautique et Touristique du Lacydon) en el Muelle