un espacio de juegos de poder violentos y de exclusiones.
Hay cada vez más indicadores de la implosión de esta forma del matrimonio y la familia. Un artículo en un periódico a fines del año 2011 informaba de que en Haryana, un estado con un grado muy marcado de preferencia por los hijos varones y con una de las proporciones mujer/varón más bajas de India, «aparecen alrededor de media docena de anuncios por día en periódicos locales y británicos» de padres, y a veces madres, repudiando a sus hijos e hijas y excluyéndolos de sus derechos de propiedad y herencia (Siwach 2011). Aunque estos anuncios no tienen valor legal, su proliferación revela las tensiones explosivas que el marco de la familia apenas logra contener.
Nuevas tecnologías reproductivas: ¿un desafío a la patrilinealidad?
Nuevos desarrollos tecnológicos en la ciencia reproductiva han hecho posible separar tres aspectos diferentes de la experiencia biológica de la maternidad. Tres mujeres diferentes podrían desempeñar potencialmente lo que llamo «funciones maternas» claves: proveer el material genético (la donante del óvulo), gestar el feto por nueve meses (la subrogante o «vientre de alquiler») y el cuidado y la crianza del niño o niña (la «madre social»). En el modo en que solía entenderse la maternidad biológica, se suponía que estas tres funciones las cumplía la misma mujer; pero ahora es perfectamente posible que haya dos o tres mujeres cumpliendo estos tres roles en cada embarazo.
De este modo, una mujer puede llevar en su útero a través de la fertilización in vitro (FIV) —es decir, la fertilización realizada fuera del cuerpo— un embrión que puede provenir de un óvulo de ella misma o de otra mujer, fertilizado por un donante de esperma o por su marido o pareja. Muchas veces el hijo que resulta de este proceso es criado por otra persona (en el caso de la maternidad subrogada), pero las mujeres también pueden optar por gestar a sus propios hijos a través de este proceso. Esto significa que una mujer que no quiere un varón en su vida puede embarazarse a través de una donación de esperma; este proceso puede ser utilizado también por mujeres casadas si ellas o sus maridos no producen óvulos o espermatozoides de la calidad necesaria.
Hay una preocupación feminista legítima sobre la explotación de las mujeres pobres que ejercen la maternidad subrogada con fines comerciales, de la que nos ocuparemos en una sección más adelante. Pero ¿cuáles son las implicaciones de estas tecnologías para un entendimiento feminista de «la familia»? En este caso, la preocupación feminista más significativa es que la promoción de estas tecnologías por parte de las grandes empresas farmacéuticas y las fuerzas del mercado refuerza el supuesto patriarcal de que solo los hijos biológicos son verdaderos hijos «propios», volviendo así marginal la opción de adoptar. Al mismo tiempo, no obstante, muchas feministas reconocen también el potencial que estos desarrollos científicos y tecnológicos tienen de fracturar, en principio, las construcciones patriarcales sobre la «maternidad» que combinan el rol social con «la biología». Es decir, ¿qué sucede con la idea de «maternidad» una vez que el «útero» (la subrogante) ha sido separado de la «madre» (la madre «social» que criará al niño o niña)? ¿Y no es posible que estos desarrollos tengan el potencial de reducir el monopolio heterosexual de la familia, al permitir que las personas «socialmente infértiles», como las llama Chayanika Shah, —mujeres solteras, varones solteros y parejas homosexuales— tengan hijas e hijos biológicos?
Es igualmente importante abrir y desenredar la idea misma de la familia «biológica», que, en general, es el único tipo de familia que se reconoce posible. En el contexto de las nuevas tecnologías reproductivas, nos encontramos con que las empresas farmacéuticas y los médicos aseguran a los padres potenciales que buscan un vientre de alquiler que, mientras el material genético (es decir, el óvulo y el esperma) sea de ellos, el niño o niña será «biológicamente» suyo, dado que el útero de la subrogante funciona solamente como un «horno», «un cuarto de alquiler», etcétera. No obstante, en los casos en que una mujer desea gestar un bebé fecundado in vitro a partir de dos donantes de gametos, las mismas farmacéuticas y médicos le aseguran que el verdadero trabajo de «hacer el bebé» sucede en el útero y que el bebé está, de hecho, «biológicamente» emparentado con la mujer en cuyo útero crece el feto11.
En otras palabras, como ya hemos visto, las relaciones «biológicas» también se construyen socialmente. Como sucede con la mayoría de los desarrollos tecnológicos, las implicaciones sociales de la subrogación tenderán a variar de un contexto a otro.
La familia es una institución que impone de forma rígida sistemas de herencia y descendencia; en esta estructura, las personas —hijos, hijas, esposas y maridos— son recursos que están estrictamente unidos por la violencia implícita y explícita de esta estructura. Tendemos a dar esta estructura por sentada, y solo se hace obscenamente visible en circunstancias extraordinarias.
Como feministas, tenemos que construir la capacidad y la fuerza de mujeres y varones para vivir de forma que el matrimonio sea una elección voluntaria y construir comunidades alternativas que no se basen en el matrimonio.
Si la familia basada en el matrimonio es la base del orden social tal como lo conocemos, en el corazón de esa familia hay una identidad que ahora debemos desestabilizar: la diferencia sexual.
*Ah, ¡y aquí suspendo todas mis observaciones cínicas sobre el amor romántico!
**Aveces me dan ganas de decirles, ¡al menos defiende tu propio maldito patriarcado!
***Si pensamos en la enorme cantidad de amargas pujas de propiedad entre padres e hijos o entre hermanos varones, ¡quizás haya que decir que los varones ya son los peores enemigos de los varones!
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