No se supone que deje la llave después de las once para hacer la limpieza.
–Por favor, dame la llave –le rogó Izzy, desesperada–. Si los clientes llegan y el apartamento no está limpio, tendré serios problemas.
–Solo por esta vez –le concedió y le dejó la llave encima del mostrador–. ¿Qué tal una copa esta noche? –añadió tomándola de la mano.
–Lo siento, estoy saliendo con alguien –mintió.
No quería rechazarlo abiertamente después de que le estuviera haciendo un favor al darle la llave.
–Avísame cuando estés libre –dijo guiñándole un ojo mientras ella se dirigía al ascensor de servicio.
En el ascensor, Izzy sacó su uniforme del bolso y se lo puso. Después, se pasó la mano por los rizos de su melena pelirroja y suspiró. No recordaba la última vez que había tenido una cita. Entre los estudios, su trabajo limpiando y las visitas a su familia los fines de semana, apenas le quedaba tiempo libre. De hecho, una tarde libre era todo un lujo que dedicaba a leer o a ver una película con Maya, con la que compartía un diminuto apartamento. Su padre siempre decía que los años más divertidos de la vida eran los de la juventud. Apartó aquel pensamiento de la cabeza, deseando que al menos le gustara el vigilante de seguridad. Todavía no había conocido a ningún hombre que despertara su interés.
Maya era la belleza de la familia con su melena rubia lisa, sus largas piernas y su piel impecable. Izzy era pelirroja, apenas medía metro y medio y tenía más curvas de lo que le habría gustado. Por la calle, los hombres se volvían para mirar a Maya y rara vez reparaban en que Izzy iba a su lado. Aunque las hermanas fueran gemelas, apenas se parecían.
Insertó la llave magnética en la ranura de la puerta de servicio, entró en el apartamento y sacó los productos de limpieza y un juego de sábanas limpio del armario de almacenaje. Luego, pasó por la cocina sin apenas detenerse más que para echar un vistazo. Aunque la limpiaría antes de irse, los turistas y los ejecutivos que se quedaban en el apartamento rara vez la usaban porque solían cenar fuera. Como norma, solía dedicar la mayor parte del tiempo a los cuartos de baño hasta dejarlos inmaculados y, con ese objetivo en mente, se dirigió directamente al baño del dormitorio principal para empezar por ahí.
Rafiq había pasado una mañana muy dura. Como consecuencia de un accidente a la salida del aeropuerto dos terceras partes de los miembros de su equipo de seguridad y su cocinera estaban en el hospital. Por suerte, ninguno estaba grave, pero Rafiq había pasado horas en el hospital y estaba cansado y hambriento. No estaba de humor después de haber tenido que soportar la aprensión de su tío ante la idea de que su sobrino estuviera en el extranjero con tan solo dos hombres velando por él. El regente había insistido en que se contratara a una empresa de seguridad externa como medida de precaución, a pesar de que Rafiq volvería al día siguiente en avión. Había ido a Oxford solo para inaugurar el centro de investigaciones de la universidad que había financiado.
Una mujer entró en el baño justo cuando salía de la ducha y soltó una palabrota en su idioma antes de preguntarle quién era y cómo había entrado en el apartamento.
Rápidamente tomó una toalla, se cubrió por la cintura y se quedó callado. Parecía una niña más que una mujer y su cuerpo menudo se había quedado rígido del sobresalto. Su rostro evidenciaba el desasosiego que le producía la situación.
Izzy se detuvo en seco al percatarse de que el baño estaba ocupado. Un hombre corpulento y bronceado acababa de salir de la ducha y se cubría con una pequeña toalla blanca. Incapaz de salir de su asombro, se quedó mirándolo y sintió que el estómago le daba un vuelco. No podía apartar la vista porque era el hombre más guapo que había visto jamás. Su pelo negro y alborotado contrastaba con sus extraordinarios ojos color ámbar. Tenía largas pestañas, pómulos marcados y una sombra de barba acentuaba su mentón y sus labios sensuales. Era imponente. Nada más formarse aquel pensamiento en su cabeza, unas manos fuertes la tomaron desde detrás por los hombros y la apartaron. Le ardía el rostro de la vergüenza.
–¡Lo siento! –se disculpó–. Pensé que el apartamento estaba vacío.
–¿Quién es usted? –le interpeló Rafiq impaciente.
–Soy del servicio de limpieza –contestó Izzy, mirando a ambos lados para tratar de ver a los hombres que la sujetaban con fuerza–. Tranquilos, no voy a atacar a nadie.
–¿Cómo ha entrado? –preguntó Rafiq, a la vez que hacía una seña a sus guardianes para que la soltaran.
Aquella mujer parecía una muñeca, con su piel de porcelana, sus brillantes ojos azules y su extraño color de pelo cobrizo cayéndole en rizos alrededor de su rostro en forma de corazón. Enseguida reparó en que no era tan joven como le había parecido en un primer momento. Su mirada se detuvo en las curvas de sus pechos y sus caderas con una ansiedad que tuvo que esforzarse en contener; hacía mucho tiempo que no tenía compañía femenina en su cama.
–Con la llave magnética –contestó.
Hubo un tenso intercambio de miradas entre los hombres.
–Si hubiera entrado por la puerta principal alguien la habría visto –replicó Rafiq con suspicacia.
–No me está permitido usar la entrada principal. He entrado por la puerta de servicio de la cocina.
Se produjo otro silencioso cruce de miradas.
–No sabíamos que el apartamento tuviera otro acceso –admitió Rafiq, e hizo un gesto autoritario con la mano para que la apartaran de su presencia.
–Escuche, siento mucho el malentendido. No debería haber venido tan tarde. Si me denuncia, perderé mi trabajo –dijo Izzy.
–¿Y por qué tendría que importarme? –preguntó Rafiq y se dirigió al dormitorio moviéndose con la misma agilidad que una pantera merodeando por la jungla.
–¡Porque llevo un día terrible! He hecho un examen final que no he podido terminar porque me he quedado sin tiempo, así que es posible que no lo apruebe –contestó Izzy con absoluta franqueza.
–¿Es estudiante? –preguntó y al ver que asentía con la cabeza, continuó–. Espere en la otra habitación mientras me cambio –le ordenó–. Ahora hablaremos.
Izzy suspiró, dejó las sábanas limpias al pie de la cama y salió del dormitorio, con aquellos dos gorilas pegados a sus talones.
–¿Sabe cocinar? –le preguntó de repente el tipo cubierto con la toalla.
Izzy parpadeó sorprendida y volvió la cabeza.
–Sí, pero… ¿por qué?
–Eso luego.
La puerta del dormitorio se cerró a sus espaldas mientras la dirigían al amplio vestíbulo.
–Siéntese ahí –le indicó uno de los guardaespaldas.
–Seguiré con mis quehaceres –replicó Izzy sin dudarlo.
Tomó el cesto con los bártulos de limpieza y se dirigió al otro cuarto de baño para hacer su trabajo.
¿Por qué demonios le había preguntado si sabía cocinar? Por supuesto que sabía cocinar. Había tenido que aprender por necesidad puesto que su madre no era capaz ni de hacer una tostada sin quemarla. Tanto Maya como ella se habían preparado la comida desde niñas. Incluso su padre se apañaba mejor en la cocina que su madre, aunque no tenían nada que reprocharla. Lucia Campbell siempre se había esmerado en dar cariño y seguridad a sus hijas.
Cuando terminara de limpiar el baño, se iría a la cocina y seguramente ya estaría libre el dormitorio para poder cambiar las sábanas. No quería pensar en lo que había ocurrido. Aquel tipo increíblemente atractivo… Izzy parpadeó, incapaz de quitarse de la cabeza aquella imagen. Como cualquier otra mujer, se fijaba en hombres atractivos, pero no de la manera que lo había hecho con el hombre del baño, cuyos hombros anchos, fina cintura y largas piernas parecían haber dejado una imagen imborrable