un hermano adolescente y también soy muy protector con él –le confió.
Izzy le sonrió, relajada, reconociendo su perspicacia y su inteligencia. Al ver el brillo de aquellos ojos oscuros sintió un aleteo de mariposas en el estómago. Era una sensación casi de embriaguez, a pesar de que apenas se había tomado una copa y media de champán.
–Nada hay más importante que la familia –subrayó.
Sin apartar la vista de su rostro animado y de la sonrisa que iluminaba su piel de porcelana, Rafiq apretó los dientes. Seguía sin coquetear con él y no acababa de entender cómo la conversación se había vuelto tan seria, como si estuvieran en una cita o algo así. ¿Cómo saber qué se sentía si nunca en su vida había tenido una cita? Pero cuando la miró y se fijó en sus grandes ojos azules y en aquellos generosos labios llenos de promesas, ardió en deseos como nunca lo había hecho por otra mujer. La tensión de su entrepierna casi le resultaba dolorosa. Estaba deseando hundir los dedos en aquellos rizos del color del atardecer en el desierto.
–Me ibas a hablar de tu país –le recordó Izzy.
Rafiq empujó el plato cuando acabó de comer.
–Cielo santo, tanto hablar y se me había olvidado el postre –exclamó Izzy, dirigiéndose presurosa a la cocina.
Rafiq no quería postre. Se preguntó qué pasaría si iba a la cocina, la tomaba entre sus brazos y la llevaba al dormitorio. Podía rechazarlo, darle una bofetada y decirle que no. En aquel instante prefería una reacción negativa que quedarse de brazos caídos. Lo habían educado para gobernar y cerrar negociaciones. ¿Y no era el sexo una forma de negociación, un intercambio en el que ambas partes sabían a lo que se exponían? No era posible que hubiera ido al apartamento con la única intención de cenar a solas con él, pero ¿cómo demonios saberlo?
Sintiéndose frustrado, Rafiq se quedó mirándola y advirtió un brillo especial en sus ojos. Echó hacia atrás su silla y se levantó. Izzy salió de la cocina con unos cuencos de fruta y, mientras los dejaba sobre la mesa, Rafiq la atrajo entre sus brazos.
Sin salir de su asombro, Izzy parpadeó y dejó escapar un jadeo. Había pasado de tener los pies en el suelo a sentirse flotar entre sus brazos mientras la besaba.
–Ahora mismo, solo tengo hambre de ti –susurró Rafiq.
Izzy se estremeció entre sus brazos, sus grandes ojos azules fijos en él con un brillo que ya no daba lugar a ninguna malinterpretación.
Después de aquel beso explosivo, el corazón de Izzy latía con tanta fuerza que no le llegaba el aire a los pulmones y aunque no esperaba que saltara sobre ella como una pantera y la levantara del suelo, tenía que reconocer que le gustaba sentir la ansiedad de sus ojos y labios. Era muy excitante, la cosa más excitante que nunca le había pasado. ¿No era triste para una persona de su edad? ¿Tan hambriento estaba Rafiq de ella? Era muy emocionante para una mujer que nunca había despertado una pasión tan intensa en un hombre respetuoso.
Y no solo era respetuoso, sino increíblemente apuesto.
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