Lynne Graham

El plan del jeque


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Tengo una historia que contarte.

      Capítulo 2

      RARA vez me dices que un hombre está bueno –dijo Maya, preocupada–. ¿Estás segura de que no corres peligro con él en ese apartamento? ¿No será un tipo sórdido?

      –Desde luego que no. Creo que ni siquiera se ha dado cuenta de que soy una mujer –replicó atropelladamente Izzy, con el teléfono sujeto contra el hombro mientras metía mantequilla y huevos en el carrito que empujaba el guardaespaldas–. Creo que estaba en el lugar y el momento adecuados cuando se ha dado cuenta de que necesitaba una cocinera, y ya sabes que me hace falta dinero.

      –El dinero hace falta siempre, ¿no? –dijo Maya y suspiró–. Escucha, voy a volver a casa un par de días. Mamá tiene una infección y necesita ayuda con Matt. No es nada serio, pero ya sabes que le cuesta respirar y enseguida se cansa.

      Izzy asintió mientras elegía una variedad de vegetales para hacer una ensalada.

      –Dales un beso de mi parte –se despidió.

      Luego se fue a buscar leche y café, además de azúcar y algunos otros condimentos al acordarse de que la cocina estaba completamente vacía. También se preguntó si debía comprar algo para la cena, pero decidió que no. Si era muy quisquilloso, y seguro que lo era, sería mejor que antes le dijera qué quería. ¿Quién no encargaba comida a domicilio? Nadie que ella conociera.

      Por otro lado, tampoco conocía a nadie que tuviera guardaespaldas. ¿A qué venía tanta seguridad? Tal vez fuera comerciante de diamantes, un peligroso delincuente con muchos enemigos o un asesino a sueldo en una misión para un gobierno. Izzy se entretuvo con aquella idea mientras terminaba las compras, pendiente continuamente de la hora. El tiempo límite que Rafiq le había dado se acercaba a toda velocidad.

      Sintió alivio al ver que el guardaespaldas que la acompañaba sacaba una tarjeta para pagar y al instante se dio cuenta de por qué la había mandado con ella. Izzy se sonrojó, avergonzada ante la idea de que no habría podido afrontar los gastos de esa semana porque había recortado sus turnos para hacer los exámenes finales. Una vez más, Maya se estaba haciendo cargo. Sus ingresos eran superiores y casi había acabado el doctorado. Aun así, a Izzy solo le quedaba un año más con su presupuesto de estudiante, aunque eso solo dependía de que consiguiera el título con una media aceptable.

      No había ni rastro de Rafiq cuando volvió al apartamento. Enseguida descubrió las deficiencias de un espacio de cocina al que nadie esperaba que se le diera uso. Una vez superadas las dificultades, cuando le puso el plato con la tortilla y un poco de ensalada frente a él, se sintió orgullosa de lo que había conseguido, aunque le pareció una cena escasa para un hombre de más de un metro ochenta de estatura.

      –Deberías haber pedido una cena más contundente. Podía haber comprado patatas o arroz. Claro que a lo mejor vigilas tu alimentación para no ganar peso o limitas la ingesta de carbohidratos.

      Mientras concluía sus especulaciones, sus ojos se encontraron e Izzy sintió como si un tridente la atravesara. De repente el pecho se le cerró. No podía respirar y la boca se le había quedado seca. El corazón le latía desbocado.

      –¿Hay muchos hombres que controlen la ingesta de carbohidratos? –preguntó Rafiq interesado.

      Hizo caso omiso del guardaespaldas que debía probar la comida antes que él y confió en que captara la indirecta de que pensaba saltarse aquella regla.

      –Sí, los culturistas. ¡Pero si conozco hombres que usan más maquillaje que yo!

      Rafiq estaba muy entretenido con aquella conversación. Estaba acostumbrado a que la gente que se relacionaba con él hablara de temas más conservadores y aburridos con el propósito de no ofenderlo.

      –Siéntate y charla conmigo mientras como –le dijo y sonrió.

      Sorprendida por la sugerencia y llevada por aquella sonrisa que había iluminado su rostro, Izzy se sentía flotar.

      –Bueno… Iba a prepararte café y no tienes mucho tiempo.

      –Olvídate del café. No me importa beber agua y la tortilla está muy buena –afirmó Rafiq, inclinándose hacia atrás para apartar la silla de su derecha–. Siéntate –volvió a decirle–. ¿Te das cuenta de que todavía no sé tu nombre?

      –Izzy Campbell. Izzy es la abreviatura de Isabel, pero me han llamado Izzy desde siempre.

      Indecisa, Izzy vaciló antes de sentarse a su lado. Estaba tan cerca de él que podía percibir su olor, una mezcla de madera de sándalo, jabón y esencia masculina. Por un segundo sintió la tentación de hundir la nariz en él y no pudo evitar sonrojarse. Le afectaba de una manera extraña, reconoció con angustia.

      –Háblame de esos hombres que usan maquillaje –la animó.

      Rafiq se daba cuenta de que estaba tan desconcertada como hechizada por la fuerte atracción sexual que había entre ellos.

      Izzy reparó en que sus pestañas eran tan largas y tupidas como flecos de terciopelo mientras le hablaba de un conocido que, para impresionar a una chica, se aplicó maquillaje en el cuerpo para hacer resaltar sus músculos. Luego mencionó a un buen amigo que usaba delineador de ojos para resaltar sus ojos azules.

      Rafiq suspiró con desgana y miró la hora en su teléfono, antes de apartar su plato vacío.

      –Tengo que irme ya.

      –No me has dicho a dónde vas –se atrevió a decir Izzy.

      –Tengo una reunión de negocios –mintió Rafiq.

      Si le contaba que iba a inaugurar un centro de investigaciones en la universidad en la que había estudiado, su secreto quedaría al descubierto. En cuanto supiera que era miembro de la familia real de Zenara, su forma de comportarse podría cambiar y no quería que eso ocurriera. Se levantó de su asiento y su mirada se detuvo en sus labios generosos. La imaginación se le disparó. Se aferró con fuerza al respaldo de la silla en la que se había sentado para contener el impulso de atraerla entre sus brazos. Era demasiado pronto para eso, sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera había empezado a flirtear con él. ¿Qué pasaría si no lo hacía? Estaba demasiado habituado a ir sobre seguro y era la primera vez que estaba probando algo diferente. Aquello le ponía un poco nervioso ya que su experiencia con mujeres fuera del matrimonio apenas era de año y medio y un puñado de revolcones.

      –Esta noche prepararás la cena y luego la tomaremos juntos.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Estás seguro?

      –Sí, quiero disfrutar de tu compañía –contestó Rafiq sin dudar.

      Rafiq se marchó con sus guardaespaldas e Izzy se apresuró a recoger la cocina para acabar con las tareas de limpieza que todavía tenía pendientes. Cambió la cama, limpió el cuarto de baño del dormitorio y pasó la aspiradora sin dejar de dar vueltas a la invitación de Rafiq. No se trataba de una cita sino de hacerle compañía. Aun así, tenía que estar interesado en ella de alguna manera. Se miró los vaqueros desgastados y la camiseta. ¿Quería comer con él con aquel aspecto? Tampoco era cuestión de ponerse de tiros largos y maquillarse, pero no había nada malo en arreglarse un poco.

      Izzy volvió caminando al apartamento que compartía con Maya y buscó en su armario antes de hacerlo en el de su hermana. Alguna de su ropa le valía, a pesar de que era más alta y delgada. Al final eligió un vestido de Maya. Después de darse una ducha rápida, se lo puso. Era verde, elástico y resaltaba sus curvas, aunque era un poco largo. Pero era la mejor elección que tenía. Al menos no era llamativo ni demasiado corto, lo que le daría el aspecto de estar tratando de impresionarlo.

      Aunque lo pretendiera, sabía muy bien cómo impresionar, le dijo una voz en su cabeza. Se maquilló un poco y se puso unos zapatos de su hermana. Para cenar con un hombre tan atractivo era lógico hacer un pequeño esfuerzo, se dijo a modo de excusa.

      De