Angy Skay

Maureen


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Aguarda unos minutos, como te he dicho.

      —Está bien.

      Me extrañó su reacción y observé cómo se afanaba en terminar su tarea.

      —Sube a tu dormitorio, yo te avisaré.

      No me atreví a decirle que sabía que había alguien en su cama, por miedo a su reacción. Aunque luego pensé que había deducido demasiado pronto que sería algún amigo suyo y también podría ser alguna amiga. Mejor era no decir nada, porque alguna vez había visto a John enfadado y no me apetecía volver a verlo de aquella manera.

      —Ya está, arreglado.

      Entró en mi dormitorio y me avisó, mientras yo esperaba allí, ya que no me dejó pasar a su habitación.

      —Gracias. Eh… ¡John! —lo llamé al ver que abandonaba el dormitorio.

      —¿Sí? —Se giró.

      —Si tengo alguna duda, ¿puedo preguntarte?

      —Claro —contestó a modo obvio.

      Cerró la puerta y me mantuve mirándola unos segundos, pero no me quedé satisfecha. Mi hermano escondía algo en su cama, mejor dicho, a alguien, y no estaba dispuesto a que fuera descubierto.

      Entreabrí la puerta y me senté en el suelo, al borde de mi cama y mirando hacia la puerta con el libro abierto, esperando atisbar algún movimiento. Esperé y esperé, hasta que se oyó algo que se caía en el dormitorio de al lado. Mis ojos se abrieron como platos y comencé a impacientarme.

      —¡Vamos! Abre la puerta —susurré bajito. Pero ese acto no se llevó a cabo hasta unos minutos después.

      El pomo comenzó a girar con lentitud y la puerta a abrirse. Mis ojos se pusieron como platos por la intriga, hasta que vi una cara asomarse, vigilando por si había alguien.

      —Puedes salir, no hay nadie —dije, sin verle la cara al invitado—. Todos están fuera y John está en el pub.

      Esperaba que mis palabras lo tranquilizaran y pudiera salir, y así fue. La puerta se abrió del todo y se dejó ver de cuerpo entero. Era alto, moreno, con los ojos verdes y con un torso desnudo que le dejaba al descubierto un gran número de tatuajes marcados en la mitad visible de su cuerpo. Se detuvo y me miró. ¡Dios! Aquella mirada se me clavó de tal manera que mi bajo vientre dio un respingo y de repente me ruboricé. No esperaba aquella reacción en mí.

      —¿Esta puerta es el baño? —preguntó señalando la tercera puerta del desván.

      —Sí, sí —tartamudeé.

      Entró sin darme las gracias, pero no me importó. Aquel chico había producido una reacción en mí que nunca en mi vida había sentido. Me toqué la frente y noté que estaba sudando. Mi corazón se había acelerado y mi mirada seguía fija en la puerta. Al salir del baño, volvió a mirarme.

      —¿Dices que John está en el pub y que no hay nadie en casa?

      —No. Es domingo por la mañana, estarán en misa y dando el paseo familiar.

      —¿Y tú no has ido? —se extrañó.

      —No, yo… —miré los libros— debo estudiar.

      Me observó y se dirigió a las escaleras para bajar, sin ni siquiera despedirse. Miré la puerta con fijeza y seguí ensimismada por unos minutos. ¿Quién era? Nunca lo había visto. Llevaba cinco años en aquella casa y, si lo hubiera visto antes, lo habría recordado. Cerré la puerta y volví a mis apuntes.

      —Maureen —me llamó mi hermano entrando en la cocina—. Tenemos que hablar —aseguró mirando de un lado a otro.

      —Todavía no han llegado. —Cogí un paquete de patatas del armario.

      —Perfecto. Lo que has visto antes, no lo has visto, ¿de acuerdo? —Levantó el dedo a modo de advertencia.

      —¿Me estás amenazando?

      Alcé las cejas a modo de sorpresa mientras me sentaba en la encimera.

      —No, pero hazme el favor.

      —John, desde que estoy aquí nunca me he chivado de nada, y menos de las chicas que has metido en tu cama. —Le guiñé un ojo—. Pero no sabía que también metías a chicos. —Le lancé una mirada pícara a la vez que me metía una patata en la boca.

      —¡No seas tonta! Yo no soy como tu amiguito Dylan.

      —No empieces a meterte con Dylan y nos llevaremos mejor —le sugerí—. Bien, ¿vas a decirme quién es tu amigo?

      Se oyeron unos ruidos en el pub y miramos a la puerta.

      —Ven al pub y te cuento. Ahora tengo que ir a atender.

      La curiosidad me picaba tanto que no pude resistirme. Di un salto para bajarme de la encimera, bajé las escaleras y crucé la gran puerta de madera que comunicaba el recibidor de casa con el local. Apenas había cuatro clientes que requerían la presencia de John para otra ronda. Los de siempre: Tom, Phil, Declan y el viejo Matt,

      —¿Y bien?

      Me puse a su lado tras de la barra, mientras llenaba las cuatro pintas. No fue hasta que las sirvió, que me llevó al rincón, alejados de los oídos de los demás.

      —Prométeme que no vas a decirle a papá que has visto a Aidan en casa.

      —Vamos bien, por ahora ya sé que se llama Aidan —ironicé.

      —No seas infantil. —Se puso serio—. ¿Me lo prometes?

      —Parece más serio de lo que parece. Está bien, te lo prometo —aunque reaccioné a tiempo—: ¿por qué debo prometerlo?

      —Aidan está metido en un lío y ha venido a pasar la noche aquí porque no puede ser visto.

      —¿Por quién? ¿Por la policía?

      Me miró sin asentir, pero con aquella mirada lo dijo todo.

      —¡Dios, John! —me escandalicé—. Tú no tendrás nada que ver en esto, ¿no?

      —No, por eso recurrió a mí.

      —¿Qué tipo de lío? ¿Drogas?

      —Esta vez, no. Ha habido una pelea entre dos bandas y él estaba en una de ellas.

      —¿Y lo buscan?

      —Está fichado y tiene todas las papeletas de que lo cojan. Así que, mantenme el secreto.

      Me miró de reojo para que los allí presentes no oyeran nuestra conversación.

      —¿Y va a quedarse en tu cuarto?

      —Hasta que no tenga nueva orden, sí. —Hizo una pausa al ver cómo yo asimilaba aquella información—. Bueno, entonces, ¿me echarás una mano, sí o no?

      Lo miré a los ojos. John y yo nos llevábamos bien y nos apoyábamos cuando flojeábamos. Nos llevábamos como dos buenos hermanos. Él fue quien más me ayudó a integrarme en la familia. En cierto modo, se encontró en la misma situación que yo al llegar tarde a aquella casa.

      —Está bien…

      —Perfecto. Entonces… ¿puedes subirle algo de comer?

      —¡¿Para eso me quieres?! —me molesté—. ¿Para hacer de recadera? Además, no lo he visto subir.

      —¡Maureen! —Puso los ojos en blanco—. Está arriba. Vino a verme y lo mandé a subir otra vez a mi dormitorio.

      —Estaba bromeando. Anda, yo me encargo. —Me dirigí a la puerta—. Eso sí, intenta que Jake no suba al desván.

      Miré el reloj y