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Odio Barcelona


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por la exageración icónica de un Gaudí erguido como punto g de la ciudad, turistas tostados al sol que arrastran unas cogorzas y un sex lag considerables.

      Barcelona continúa con el programa sanitario basado en las curas al sol; se instaura como una ciudad helioterapéutica, como una Marina d’Or postadolescente, como el territorio ideal donde la adolescencia puede transitar; poblada de sujetos que, en una perpetua bildungsroman, nos comportamos como reluctant heroes que no aceptamos ningún destino, abandonándonos a la melodía machadiana del «comer, dormir, tal vez follar».

      Para compensar años de espaldas al mar y para continuar de cara a la galería, existen colectivos que, en una clara prolongación del asociacionismo, se pasan el día ravaleando sin molestar, y clamando un «estás con nosotros» o bien un «no das el perfil». Todos apiñados en el Raval. (Fem pinya a favor del Raval!) Recortables que basan su existencia en un vagabundeo no periférico institucionalmente teledirigido. ¡Eterna imagen del flâneur! Tropas gafapasti que sobreviven a la crudeza de los inviernos macbianos, siempre a la espera de la llegada de un verano sónar. Nuevo asociacionismo también basado en la cultura de la queja, con el típico victimismo fashion de no ser Nueva York, o incluso todavía París, o ya puestos el eje Roma-Berlín-Tokio. Aspiraciones truncadas nunca reconocidas; nos instauramos como perfectos mediadores del fraude en una ciudad rodeada, ya no por murallas, sino por muros de contención. En Barcelona no existe nada que sea ni que pueda ser excesivo, no podemos hacer nada fuera de lugar —no hay posibilidad de un no-lugar en Barcelona— ni queremos nada que distorsione nuestra estada en este balneario. Sólo pedimos que nos dejen jugar en paz: ¡Mamá, quiero ser artista! ¡Mamá, llévame al Chiquipark! Retorno a la infancia que se sintetiza en la imagen de un treintañero abonado al bicing; montado felizmente en esa bicicleta salida del catálogo de Fisher-Price.

      Con su juego de dinámicas cerradas, Barcelona se constituye como una ciudad de celebridades de barrio, promoviendo la modernez de baja estopa. Ante ello me quedo con el eslogan inscrito en una de las paredes del barrio del Born que proclamaba: «Los feos odiamos a Labanda». Porque, admitámoslo, no somos una ciudad de visionarios; somos, en todo caso, una ciudad en la que se agudiza el oído, el oído barra. Aunque no seamos personajes de acción, ni héroes homéricos, lo cierto es que nos movemos mayoritariamente por espacios exteriores, recuperándonos mediante atrezos, saneando nuestra imagen a pie de macba, delante de sus paredes blancas cual sanatorio. Justo han abierto un spa llamado Original —¿qué otro nombre se le podría dar?—, que ofrece en su terraza ingestas de sol chorreadas con alcohol como forma para superar las exigencias impuestas por aquello que Zigmunt Bauman bautizó como «vida líquida». Porque, en Barcelona, la malta es el material con el que se construyen los sueños; gracias a ella podemos soportar vivir en una ciudad dominada por una latencia lactante, por ausencias latentes, por presencias ausentes. Con todo, levanto la copa sueños y le dedico a mi ciudad un «Me gusta cuando callas porque así no me rallas».

      Barcelona Arcade, Robert Juan-Cantavella

      pantalla/01/ Otra fresa. Doscientos cincuenta puntos. Un melón trescientos cincuenta. Barcelona Arcade es una metrópoli muy agradable. No hace tanto, el centro estaba construido de los mismos materiales que el resto de la ciudad: acero, piedras, cemento, alquitrán, vidrios, start! Aquí siempre es un día glorioso.

      Ya empiezo a caminar recto como una flecha, esclavo de un eterno travelling lateral. Salgo de la torre agbar y recorro con mi Cabeza de Grandes Dimensiones el escenario de esta ciudad siempre hacia delante. Un sol tremendo brilla en el cielo azul intenso. Empieza la partida. El marcador de vida intacto y cero puntos.

      Todavía no ha salido ningún Monigote Azul de Uniforme Amarillo Fosforescente a mi encuentro y llevo casi ocho segundos jugando. start! Si no hago nada por evitarlo, en menos de un segundo ese Muñeco Amarillo que acaba de personarse en la pantalla se abalanzará sobre mí con todo el peso de la justicia.

      Según parece, estás haciendo algo ilegal. Le das al botón y salto por encima de su gorra y sigo hacia delante. En tu pantalla, hacia la derecha. Barcelona Arcade es un lugar tranquilo y hermoso… Siempre hace buen tiempo. Es ideal pasear a lo largo de sus Ramblas mullidas y acondicionadas. Nada que ver con ese ridículo ascenso en vertical de Mario el tonto buscando la absurda corbata de Donkey Kong.

      Cada vez manejas el joystick con mayor destreza. ¡Mira a pantalla! De nuevo lo has logrado. El Muñeco de Uniforme queda otra vez aturdido a mis espaldas. ¿Qué habré hecho, por qué me persiguen? Igual me han confundido con un mendigo y quieren ponerme una multa de 120 euros, o con ese tipo del telediario que va por ahí cortándole las piernas y las orejas a la gente. Esto es el barrio gótico. Ahora me manejas por entre sus calles. Sigo adelante. Salvo como puedo los Escollos Fosforescentes y Amarillentos que me salen al paso. Cualquiera de ellos informa al visitante de que el Parque Güell queda por allí y también le dice que no debería marcharse de Barcelona Arcade sin fotografiarlo. Recorro todos y cada uno de los lugares agradables que encuentro a diestro y siniestro: encantadoras callejuelas y pequeñas plazas en las que tomarse una cervecita fresca o una paella con sabor a fresa o unas tapas. En serio, ven a Barcelona Arcade, vas a ver qué bien, aquí todos somos diseñadores y los domingos por la mañana cantamos canciones de Manu Chao.

      pantalla/02/ Los edificios de Barcelona Arcade son muy ricos en arquitectura y temática cultural. El cartón piedra que los cimenta es de la mejor calidad. El scroll del travelling es perfecto. Aquí el fin de semana a uno se le pasa volando, con toda su vida nocturna. Ahora llego a la Sagrada Familia y me doy cuenta de que debo de haber caminado mucho. Todos esos Espantajos de Uniforme y tan pocos bonus… Si salto sobre un Muñeco Fosforescente y le pisoteo la gorra una sola vez lo aturdo durante tres segundos en los que no actúa.

      Por menos de quince euros puedes meterte en la Sagrada Familia y estar viéndola todo el día si quieres. Esas bolas de colores que coronan las torres se esculpían antes en vulgar y tosca piedra pero ahora ya están hechas de pvc, un material mucho más higiénico y moderno, aunque no tan versátil como el cartón piedra. Sigo caminando por este adictivo juego de plataformas de dos dimensiones. Es todo tan bonito que el turista no se lo pasa nada mal. Con cierta frecuencia, la ciudad se detiene y todos cantamos de nuevo, esta vez el himno del Barça. Nunca dejo de caminar. Ahora doy una voltereta que supera por encima al primero de los tres Muñecos Amarillos que han venido a velar por mi seguridad y yo me pregunto si es que habré tocado la guitarra en el espacio público. Has vuelto a presionar el botón: salto sobre el segundo de los Muñecos de Uniforme y, de rebote, también sobre el tercero. Sigo sin entender por qué me persiguen. Igual quieren recordarme que la Ordenanza Cívica Municipal 2006 no permite la práctica de acrobacias ni juegos de habilidad con patines o monopatín ni tocar la guitarra ni hacer uso u ostentación de Cabezas de Gran Dimensión. Ya no importa. Quedan aturdidos a mis espaldas y el sol sigue brillando. La Sagrada Familia es tan hermosa, toda esa gente ha venido a verla desde el mismo Japón.

      También puedes saltar por encima de ellos y evadirte de la Fosforescencia de sus Uniformes Amarillos, que acaba perdiéndose en el limbo posterior de la pantalla, donde va a morir ese escenario repetido que ahora se desliza tras de mí como una cinta sin fin paseando los bártulos de un aeropuerto.

      También el cartón piedra lo inventaron los japoneses.

      Desde entonces, el tiempo ha pasado muy deprisa. Poco importa. Sigues en Barcelona Arcade, sobreimpresionada contra esta Cabeza de Enormes Dimensiones, dibujada tras mi perfil. Por su dureza, versatilidad y colorido, aquí hemos descubierto que el cartón piedra es un material muy superior en prestaciones al cemento, la piedra y los simples ladrillos. De pronto, me detiene de forma preventiva un Dominguillo Amarillo de Uniforme y pierdo una vida. Me quedan dos hasta el próximo euro. Enjoy Barcelona. Otro crédito. Más diversión.

      pantalla/03/ La pantalla 03 transcurre en El Metro. Con mi Cabeza de Grandes Dimensiones busco sus tesoros escondidos y pienso en lo afortunado que soy, pues si me apeteciese ahora mismo podría insertar otro euro y saltar directamente a la pantalla 08 y pasearme hasta decir basta por las inmediaciones del Camp Nou, o tal vez —por qué no— podría ir a preguntarle a un Muñeco Azul de Uniforme Amarillo Fosforescente, quien sin duda me repetiría amablemente esa verdad mediterránea y deliciosa según la cual el Parque Güell