Alexandre Jollien

¡Viva la libertad!


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los tranquilizantes. Sin embargo, solo servía para rebajar mi nivel de ansiedad unas horas, porque a la mañana siguiente ahí estaba de vuelta, fiel en su puesto, y por si fuera poco, venía acompañada de todos los trastornos físicos propios del alcohol, que mi cuerpo no soportaba. Con el paso de los años, me iba deteriorando, y mentía, y sobre todo, sentía una vergüenza terrible. Una noche, me “vi”. Comprendí con toda crudeza que estaba perdiendo a mi marido, a mi familia, a mis amigas más queridas, mi trabajo. Y a mí misma. Aquella noche decidí no volver a beber ni una gota de alcohol nunca más. Fue algo racional y emocional a la vez; una “visión” clara y poderosa de la realidad; un rayo que me sacudió profundamente, como si pudiera ver el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo, junto con aquello que me esperaba si persistía en mi decadencia. Me he mantenido firme, aunque no ha sido fácil. La ansiedad se intensificó, naturalmente, pero peleé con las manos desnudas, sin paliativos ni placebos. Esta experiencia me ha ayudado en cualquier otro tipo de tentación. Hace ya más de veinte años que soy abstemia. Ahora, puede haber encima de la mesa todos los licores del mundo, que ya no me tientan. Mejor aún, me resultan sencillamente indiferentes».

      Alexandre: En el zen, las preferencias entre el método gradual y el cambio súbito están muy repartidas. Para los partidarios de la primera opción, el Despertar se produce progresivamente, mientras que para los defensores de la segunda, sobreviene de golpe. ¿Por qué absolutizar a cualquier precio, sostener un discurso universal, cuando cada cual está llamado a inaugurar una vía, a salir adelante con los medios de que dispone? Decirle a alguien cuya dependencia se ha apoderado de él como una gangrena que abandone de un día para otro sus hábitos, su modo de vida, puede tener un efecto totalmente contraproducente; puede aumentar su sentimiento de privación y crearle un pánico infernal. El desafío estriba en preguntarse por aquello en concreto que pueda ayudarme aquí y ahora a dar un paso decidido hacia la sanación completa, a abandonar una a una las esclavitudes.

      Christophe: Es complicado y peligroso lanzar ultimátums a las personas. Pienso que esto solo funciona cuando uno se lo dirige a sí mismo.

      Se dice a veces que para cambiar hay que haber tocado fondo, no por el placer de tocar fondo y lastimarse, sino porque en esas situaciones de dependencia extrema, nuestra vida se ha vuelto tan vacía y desierta, que es posible que estemos muy receptivos ante un acontecimiento, aunque sea simple y banal, que nos abra los ojos por la fuerza y produzca en nuestro cerebro un estado de vigilia particular. Así como hay estados de vigilia para la gracia, también los hay para el sufrimiento, para la aflicción, ya sea propia o ajena. Y tales estados no son tan solo constataciones intelectuales. Cuando eres dependiente, y lo eres todos los días, eres consciente de tu decadencia, de tu debilidad, de la estupidez de esa opción que has tomado. En general, lo haces a un nivel intelectual, sabiendo en el fondo de ti mismo que vas a volver a caer; pero puede haber momentos de revelación, y en esos instantes, se da de repente como un resplandor cerebral, una conmoción completa, que afecta tanto a la mente como al cuerpo.

      Matthieu: Por lo que he entendido, nuestros puntos de vista y nuestras decisiones son resultado de un estado de coherencia entre diferentes zonas del cerebro. Pero esta coherencia es un estado dinámico susceptible de reconfigurarse súbitamente, dando lugar a un nuevo estado, que representa un equilibrio diferente al precedente. Estos estados resultan de la interacción de zonas cerebrales asociadas a las emociones principales —atracción, repulsión, placer, desagrado, miedo, aversión, etc.—, así como de otras zonas implicadas en la regulación de estas emociones, el córtex prefrontal principalmente.

      Christophe: Lo que sugiere esa concepción es que, efectivamente, ese tipo de cambio sobreviene de manera repentina y global. Cuando sobreviene. No recuerdo quién decía un día: hay ciertos hábitos a los que, para despedirlos, es preciso acompañar hasta la puerta de casa, haciéndoles bajar la escalera peldaño a peldaño, ¡y otros a los que hay que arrojar sin más por la ventana! Ahora estamos hablando de esta segunda vía.

      Matthieu: La imagen que me viene a la mente es la de las bandadas de estorninos, o la de los bancos de peces, que se desplazan por miles de manera sincronizada, como una nube, y que cambian súbitamente de forma y de dirección cuando los persiguen los depredadores. En el cerebro, de modo similar, todo puede cambiar radicalmente de un estado de coherencia a otro, muy diferente del anterior. En ciertos casos, esta nueva actitud se convierte en algo estable e irrevocable para el resto de nuestros días, lo cual me parece fascinante.

      Me han hablado del caso de un prisionero de Estados Unidos, autor de varios asesinatos. Para pasar el tiempo, se había apuntado a las sesiones de meditación propuestas por la prisión. Explicaba que un día había tenido una impresión extraña, como si una pared se derrumbara en su interior. Se dio cuenta, con una evidencia fulgurante, de que hasta aquel momento no había pensado ni actuado más que siguiendo el patrón del odio y de la violencia. Todas sus relaciones con los demás se habían fundamentado en la dominación, la brutalidad y el deseo. Comenzó entonces a considerar el mundo y a las demás personas bajo una luz por completo diferente. Empezó a dar muestras de buena voluntad, a apaciguar conflictos y a animar a sus compañeros de prisión a renunciar a la violencia. Un año más tarde, lo apuñalaron con un cristal afilado en los servicios de la prisión, en venganza por un crimen que había cometido en el pasado.

      Christophe: Él sin duda sabía que se ponía en peligro al renunciar al uso de la violencia en un medio ultraviolento. Pero era más fuerte que él. Todos los estudios contemporáneos muestran que, en ocasiones, nuestro cerebro pone en marcha el proceso vinculado a la decisión antes de que seamos conscientes y de haberlo querido; en tal caso, no hacemos más que seguir lo emprendido. Es una especie de estado de revelación, emanada de lo más profundo de nosotros, que hace que nos digamos: ¡no puedo continuar así!

      Matthieu: Según el neurocientífico Wolf Singer, es desagradable sentir una situación de conflicto y de indecisión, lo cual corresponde a un proceso inacabado al nivel de la actividad cerebral. La resolución de este conflicto interior y la toma de una decisión se perciben como un alivio.

      Christophe: Pero yo creo que también existe, por desgracia, una sensación de comodidad, o más bien una habituación a la incomodidad, cuando esta última ha durado demasiado tiempo. A continuación, del hábito se pasa a la resignación, a la sumisión, uno se deja llevar por el camino en pendiente del menor esfuerzo, aun si es doloroso y nos conduce a estar peor. Ante la dificultad y lo desconocido, preferimos lo fácil, aunque sea algo destructivo, y lo previsible.

      Alexandre: Para quien lucha contra la adicción, es tentador llenar el vacío, ocuparse de compensar la carencia por todos los medios, aunque sea con soluciones baratas. Frente a tan tristes mecanismos, ¿cómo hacer para emerger de ese sufrimiento abisal? El individuo que está enganchado y se fuma un porro, el adicto al sexo que se pone a ver una película X, intuyen que ese subidón no aporta más que una tregua muy breve. Huir del mundo es arriesgarse a sufrir un aterrizaje en la realidad más grosera. Singular paradoja, quizá tras la adicción se oculta una voluntad de control: agarrar una botella, beberse una copa de un trago, sin duda no deja de ser un esfuerzo desesperado por calmar la angustia, por expulsar de sí el tormento, por anestesiarse. Ante el mal que nos corroe, cada cual se las arregla como puede, optando a veces por recursos que nos hunden aún más. ¿Cómo abandonar estos medios contraproducentes e intentar otros caminos a largo plazo? Consumir, entregarnos al comportamiento adictivo, supone siempre buscar un alivio, un consuelo, un respiro. Por supuesto, siguiendo este camino solo conseguimos ir a peor, no encontramos más que migajas, mientras dejamos pasar de largo la mejora, la libertad, la alegría profunda.

      ¿Cómo ponernos en marcha de una vez por todas, optar por la ascesis, encontrar el placer en otras cosas que no sean estas conductas nocivas? ¿Será que los cambios de 360 grados son en realidad ilusorios, utópicos? La contemplación de lo cotidiano nos muestra la dificultad de desprenderse de los hábitos adquiridos, de los actos reflejos y los esquemas que nunca terminan de girar en forma de bucle. ¿Y si nos centráramos, para empezar, en identificar los medios ineficaces que ponemos en práctica para intentar aliviarnos, llenar el vacío y cerrar nuestras heridas?

      Christophe: