Alexandre Jollien

¡Viva la libertad!


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cualquiera que esta sea, lo frágil y lábil que es el circuito del placer: se desintegra rápidamente. Mientras que el circuito cerebral de la adicción es mucho más sólido, mucho más estable, y resiste a ser borrado, con el paso del tiempo. Poco a poco, ser dependiente acaba siendo estar «enganchado» a aquello que no nos procura más placer del que podrían proporcionarnos el dolor o el miedo…

      ¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL SALIR DE LA DEPENDENCIA?

      Matthieu: Liberarse de una adicción representa un auténtico desafío. La experiencia de la vida, corroborada por la neurociencia, muestra que, además de los esfuerzos de la voluntad y de la necesidad de mantener tales esfuerzos durante un tiempo lo suficientemente prolongado, existen cuatro obstáculos suplementarios. En primer lugar, se ha comprobado que, en los individuos en estado de dependencia, resulta más difícil activar las zonas del cerebro asociadas a la voluntad. De tal modo que se encuentran en una situación de discapacidad con respecto a esa misma voluntad de la que tanto necesitan.

      En segundo lugar, la adicción modifica el cerebro de una manera estable, de forma que lo hace más susceptible de reaccionar a los estímulos que desatan los comportamientos adictivos. Esta sensibilización del cerebro hace que reaccionemos más fácilmente y con mayor fuerza a los factores que desencadenan el deseo de consumir una sustancia tóxica o de jugar a un videojuego.

      Lo que es peor, en todo entrenamiento, ya se trate de una práctica meditativa o del aprendizaje del piano, la neuroplasticidad, es decir, la transformación de ciertas asociaciones de neuronas en algunas zonas cerebrales determinadas, se produce principalmente en la zona del cerebro llamada hipocampo. Sabemos, por otra parte, que la actividad del hipocampo queda inhibida durante una depresión, lo que dificulta el cambio. Por el contrario, se reactiva cuando uno aprende a hacer malabarismos, a meditar, o cuando hace deporte. Por desgracia, el hipocampo resulta también inhibido en una persona con dependencias; se encuentra por tanto con menos voluntad y con una capacidad de cambio menguada. Así pues, el obstáculo es cuádruple: refuerzo del deseo, hiperreactividad al estímulo adictivo, debilitamiento de la voluntad e inhibición de la zona del cerebro que impulsa el cambio. Para lograr salir del atolladero, es muy valioso conocer todo esto. Debemos movilizar al máximo que podamos la voluntad que aún conservemos y reforzarla día a día con paciencia.

      Alexandre: Como subraya la filósofa Simone Weil, existe un ascetismo del apasionado. Parece cosa de locos, si se piensa en todo lo que estamos dispuestos a hacer, a sacrificar, para calmar esa carencia que sentimos, para obedecer a ese deseo que nos acucia. En el fondo, quizá haya dos tipos de liberación: la liberación radical, súbita, el famoso clic en el cerebro, por la cual me doy cuenta de que me hallo en un callejón sin salida, veo el abismo al que me precipito y encuentro la energía, la fuerza para decir adiós a los hábitos adquiridos y cambiar de vida… Y luego estaría una conversión más lenta, más ardua, en que paso a paso tenemos que lograr poner fin a las guerras civiles, para pacificar y unificar nuestra interioridad. Guardémonos mucho de preconizar de un modo absoluto uno solo de estos dos caminos. Cada persona se emancipa y progresa a partir del punto en el que se encuentra, con sus recursos y con sus debilidades.

      En cierto momento de mi vida en que cargaba con una dependencia afectiva de órdago, me ayudó profundamente tomar conciencia de esta distinción: no debe confundirse el placer con el deseo. Matthieu, tú me diste una herramienta fabulosa. Gracias a ti, comprendí que las zonas cerebrales asociadas al placer eran muy inestables, cambiantes, fluctuantes, mientras que las regiones del cerebro responsables del deseo eran más bien coriáceas, sólidas, estables. Por poner un ejemplo concreto, yo puedo experimentar un placer inmenso con una persona, pasar ratos muy agradables en su compañía, hasta colmar el vacío de lo que era un sentimiento de soledad… Eso está muy bien, pero el problema radica en llegar a desear a ese ser humano, o las circunstancias que comparto con él, sin experimentar el menor goce. Desde el momento en que esto se produce, una voluntad, una pulsión que tiende al vacío, me vuelven esclavo sin saciarme jamás. Incapaz de cualquier tipo de satisfacción, reducido a una sensación de carencia constante, me convierto en una marioneta patética.

      Pero de todo ello nace una pregunta salvadora: ¿qué es lo que me causa verdadero placer, qué es lo que me colma en lo más hondo de mi ser? No es la moralina lo que nos cura. De nada sirve demonizar la dependencia cuando se trata más bien de descender hasta el fondo de las profundidades, de prestar atención a nuestra brújula interior, que nos informa acerca de lo que de verdad nos regocija. Spinoza tiene razón, una vez más: la alegría nos libera. Es lo que nos da la fuerza para pasar de largo canturreando junto a los falsos bienes.

      Christophe: Hay que retener en el espíritu la idea de que nuestros esfuerzos van a prolongarse necesariamente durante un tiempo, puesto que vamos a reconfigurar nuestros circuitos cerebrales. Cuando uno quiere liberarse de sus dependencias, la dificultad a la que se enfrenta está en que debe luchar contra mecanismos muy arraigados. A los progresos siguen regularmente recaídas o regresiones, que es fundamental no interpretar como pruebas de inaptitud al cambio, sino como la mera señal de que uno ha tropezado en el camino y debe «simplemente» reanudar la marcha.

      Este modelo de cambio psicológico no está aún instalado en nuestro espíritu, nada más: aún seguimos en el modelo de la transformación mediante un clic, como si todo se arreglara una vez se ha comprendido la situación, cuando en realidad el cambio se efectúa a través de un nuevo aprendizaje que contrarresta el primero, o bien gracias al aprendizaje de nuevas capacidades. Es vital transmitir este mensaje: la gran mayoría de los cambios psicológicos que se producen en nuestra mente (en el 90 % de los casos o más), son fruto de nuestro esfuerzo, un esfuerzo regular, paciente y constante. El modelo cinematográfico —comprendo algo y ¡pum!, por virtud un sobresalto salvador, el cambio sobreviene para siempre jamás— es más sexy, pero mucho menos realista.

      Matthieu: Saber que nuestro sufrimiento procede de las huellas que han dejado en nuestro cerebro nuestros malos hábitos nos muestra también que nada de ello está grabado en la piedra, y que el proceso es reversible.

      Christophe: Dicho esto, también me consta que es tremendamente complicado salir de estas situaciones. Sabemos que no cabe esperar resultados inmediatos, que hay que embarcarse con confianza, decirse a uno mismo: «Haz todos estos pequeños esfuerzos, y lo lograrás». Pero uno no sabe cuándo va a funcionar. Y mientras tanto, se sufre. Este es el motivo por el que lo más fácil resulta muchas veces abandonarse a aquello a lo que se está enganchado. Están las dependencias a determinadas sustancias, pero también hay personas que se enganchan a la queja y a los pensamientos recurrentes. Es tentador lamentarse, considerarse un desdichado, una persona sin suerte. Paradójicamente, es una solución que uno adopta para dejar de esforzarse, aunque sea sin darse cuenta. Hasta el extremo de convertirse en un experto de la queja. Es fácil dejarse arrastrar hacia esta pendiente, lo sé muy bien: estoy bastante dotado para este deporte, ¡aunque hoy procuro con esfuerzo no volver a practicarlo!

      Matthieu: Es lo que Eckhart Tolle llama «cuerpo de dolor». Cuando el ego fracasa en su anhelo de triunfo, se reconfigura una identidad convirtiéndose en víctima. Esta permuta cristaliza así en una nueva forma de existencia y de distinción entre el «yo» y «el otro». Se dice a sí mismo: «Todo el mundo está contra mí», y se construye de este modo un «nido» en el que poder atrincherarse, una identidad a la que poder volver a aferrarse.

      EL PUNTO DE INFLEXIÓN

      Matthieu: Se da sin embargo otra situación fascinante y que no resulta fácil de comprender. Algunas personas atestiguan que, después de haber intentado muchas veces salir de su estado de dependencia, se ha producido en ellas, en determinado momento, un punto de inflexión. Se han liberado de golpe, de una vez por todas. Seguirán siendo toda su vida vulnerables a la droga o al alcohol, eso lo saben, pero no vuelven a tocarlo nunca más. Son personas que se la juegan a todo o nada. Tienen que dejarlo por completo, porque, en cuanto volvieran a caer una vez, sería como la piedra de Sísifo. Una amiga me contó que, en cierto momento de su vida, se volvió alcohólica buscando aliviar sus crisis de ansiedad y su agorafobia cotidianas. «Yo