Alexandre Jollien

¡Viva la libertad!


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de golpe, pero irá perdiendo fuerza paulatinamente, se irá haciendo menos real, menos apremiante, hasta que terminará por desaparecer de nuestro paisaje mental.

      Christophe: Todo esto es muy valioso. En efecto, contemplar la ansiedad con atención consciente plena, sin pretender extinguirla al instante, sino observando simplemente sus manifestaciones, nos ayuda a desprendernos de ella, a liberarnos poco a poco. La meditación ha representado un gran aporte para mí, tanto para ayudar a mis pacientes, como para tratar mis propios desasosiegos: cuando uno siente que comienza a ser absorbido por la ansiedad, ponerse en disposición de observar lo que está sucediendo, recuperar la estabilidad en la respiración, restablecer el centro en el propio cuerpo, examinar los propios pensamientos, todo lo que está a punto de desbordarse… Uno se imagina a orillas de un río, observando el torrente de ansiedad que arrastra con todo. De vez en cuando, resbalamos y caemos de nuevo en la corriente: hay que salir de ella y volver a empezar… Después de las sesiones de terapia y del tratamiento durante los períodos de crisis, enseñamos a nuestros pacientes con ansiedad (y también a los depresivos) a meditar con atención consciente, y casi todos consiguen luego mantener a distancia sus ulteriores crisis de ansiedad, si eventualmente retornan (en circunstancias de cansancio o de dificultades personales, por ejemplo).

      Matthieu: No dejarse llevar por la corriente, contemplarla desde la orilla…

      Christophe: En relación con nuestros miedos, se plantea también una gran pregunta: ¿puede existir una angustia insondable, ontológica, sin contenido visual, mental? De entrada, sería más difícil sustraerse a ella. Constituiría el auténtico «miedo sin objeto»… Un tipo de angustia asociada simplemente al hecho de ser un ser humano que un día morirá, que lo sabe, y que es impotente frente a ello. Muchos filósofos consideran que esto es algo constitutivo de nuestra condición humana, y por tanto inevitable.

      Matthieu: Mi padre pensaba un poco así, decía que, hagamos lo que hagamos, la felicidad siempre queda fuera de nuestro alcance, ya que la muerte es ineluctable.

      Christophe: Y el problema con la muerte no radica tanto en la muerte misma, en nuestra muerte, puesto que tras ella ya no estaremos presentes, cuanto en el miedo a la muerte, si es un miedo constante, si acompaña todos los momentos de nuestra vida. Afrontar la idea de nuestra muerte es enfrentarse al miedo más fundamental, y a su vez afrontar la idea de la muerte de los seres queridos es enfrentarse a la tristeza más fundamental.

      Todos nuestros momentos de felicidad tienen que contar con el olvido pasajero de esta condición, con un olvido de esa muerte que se acerca, o hacia la que vamos. Tú me abriste los ojos sobre esta cuestión, Matthieu, me impulsaste a decirme a mí mismo: si todavía albergas en ti esos miedos y esas tristezas, quizá es porque no has trabajado lo suficiente, no has descendido a la profundidad necesaria. Y es que si vas lo bastante lejos, encuentras la paz. Hay muchas personas que tienen miedo de la psicoterapia, de la interioridad, de la introspección, de la misma meditación, porque tienen miedo de encontrar en lo más hondo de ellas mismas todo un mar de miedos y de tinieblas insondables. De lo que se trata es de tranquilizarlas e invitarlas a ir más lejos, diciéndoles: «Vamos a encontrarnos con esto, pero lo cruzaremos, y saldremos al otro lado de esos miedos, y seguiremos más lejos incluso, y los miedos quedarán atrás…».

      Matthieu: Cierta persona de unos veinte años de edad me dio exactamente esa respuesta: no se atrevía a mirar por temor a lo que pudiera encontrar. Sin embargo, es el único medio para llegar al meollo del problema y aprender a reconocer la presencia despierta en cuyo seno se forman y desvanecen los pensamientos. El budismo tibetano es prolífico en técnicas que permiten desmontar los pensamientos que nos esclavizan y dejar que se dispersen por sí mismos. Estos pensamientos que tanto control ejercen sobre nosotros, ¿son acaso como un fuego ardiente, o como rocas desprendidas de una montaña a punto de aplastarnos, o como un general al frente de un ejército? Nada de todo ello. No son más que construcciones de nuestra mente. Reconocer este hecho es ya dar un paso hacia la liberación. Si es la mente la que ha construido todo eso, entonces ella misma puede también ponerle remedio. La persona comprende que no hay nada irremediable en esa situación, y que con paciencia y con los medios adecuados, la propia mente posee las capacidades para liberarse de los tormentos que ella misma ha creado.

      Alexandre: En la tarea de eliminar el miedo y dispersar la ansiedad, el libro de Mingyur Rinpoche, La felicidad de la sabiduría, puede resultar muy útil. Sin ninguna duda, nos ayuda a desenmascarar los mecanismos que nos someten a tortura: el miedo extiende sobre lo real una especie de pátina, como una neblina, e imprime en los hechos interpretaciones falaces. La ascesis consiste en desvanecer, en contemplar, como tú decías, la bruma de las emociones. La tradición zen nos guía hacia la conciencia desnuda: observar lo que pasa sin aplicar sobre la experiencia los colores y los tintes de nuestras valoraciones, de nuestras expectativas, ni de las categorías del ego. No obstante, para los aficionados de mi ralea, el acto de meditar puede venir acompañado de un ineludible sentimiento de soledad. Al fin y al cabo, estoy solo observando ese miedo que acontece. ¿Cómo se las arregla uno, cuando tiene una necesidad visceral de otra persona para alcanzar la paz? A veces me pregunto si detrás del pánico, del temor, no asoma una vocecilla que es una llamada de auxilio: «¡Que alguien me ayude, por Dios!». Desvalidos, abandonados, sin recursos, podemos muy bien poseer el bagaje teórico, y seguir teniendo necesidad de otra persona para obtener consuelo, para contar con el valor, con el arrojo para descender hasta lo más hondo.

      Matthieu: Seguir a un maestro espiritual auténtico es fundamental, pero por desgracia no es una solución al alcance de todo el mundo.

      Alexandre: ¡Distingamos entre remedios paliativos y tratamientos de fondo! La meditación es sin duda uno de estos: un tratamiento eficaz, temible y duradero para los venenos mentales. ¿Quién podría negar su utilidad? ¿Cómo no aconsejar esta vía? Yongey Mingyur Rinpoche propone un ejercicio muy sencillo que disipa de forma infalible las espesas brumas mentales. Durante todo el día, tendemos a comentarlo todo indiscriminadamente. En el cuarto de baño, delante del espejo, se pone en marcha nuestra emisora Radio Mental FM: «¡Vaya una cara de moribundo con que me he levantado esta mañana! Y esas bolsas debajo de los ojos…». Aprender a vivir la experiencia sin añadir nada de nuestra cosecha, ¡tal es el desafío que nos lanza el maestro tibetano! Con este fin, el zen nos enseña a distinguir la percepción de las ideas, de nuestra cháchara interior: ¿Qué son esas marcas bajo los ojos? ¿Cuáles son los hechos? Miro al espejo, me encuentro con Matthieu, con Christophe… ¿Por qué añadir siempre un barniz de comparación: «Él está mejor», «esto está bien», «esto está mal»? El ejemplo de la práctica de Mingyur Rinpoche me afecta particularmente, porque este sabio, como él mismo dice, ha pasado por eso. Él también conoció el miedo antes de liberarse de las pasiones tristes, de los sentimientos perturbadores. Es nuestro predecesor, el testimonio de que otro tipo de vida es posible.

      Matthieu: Durante su infancia, le costaba mucho gestionar sus ataques de pánico. También en su caso estaban relacionados con el temor a la muerte: el miedo de que se derrumbara su casa, de que le cayera un rayo, de que se le parara el corazón, o de no poder respirar. Desde los seis años de edad, se iba a veces sin decir nada a nadie a una cueva cerca de su casa, en las montañas de Nubri, en Nepal. Se sentaba y meditaba, antes incluso de que nadie le enseñara meditación. Aquello le tranquilizaba, aunque no se solucionara el problema. Más tarde, a la edad de trece años, inició un retiro contemplativo de tres años, por voluntad propia. Él lo que quería era meditar, por encima de todo. Naturalmente, es un caso bastante excepcional. Al cabo de un año, seguía sufriendo ataques de pánico. Un día, se dijo a sí mismo: «Ya basta. Voy a encerrarme en mi habitación y a aplicar hasta sus últimas consecuencias las enseñanzas sobre la naturaleza del espíritu que me ha transmitido mi padre» (Tulku Urgyen, un maestro espiritual muy respetado, que era también el maestro de Francisco Varela). «No saldré antes de haber resuelto este problema». De modo que puso en práctica metódicamente aquellas instrucciones y, en tres días, se deshizo de una vez por todas de sus pánicos, si bien reconoció más tarde haber experimentado «algunos achaques», que ya sabía resolver, tal y como explica en sus libros La felicidad de la meditación y La