trabajo y no me dijeron que intentaría violarme.
–Yo no voy a hacer tal…
Sin esperar una explicación, Loretta corrió apresurada a la cocina que comunicaba con las dependencias de servicio. Se encerraría allí, llamaría a la policía y…
–¡Espera! ¿Qué diablos…?
Ella no se detuvo, pero dado su estado, su carrera no era más rápida que la de un pato. Él la atrapó en la barra del mayordomo en mitad de la cocina y la asió por el brazo.
–¡No haga daño al bebé! Por favor, no…
–¡Por Dios bendito, no voy a hacerte daño! Solo quería saber qué estaba pasando.
A ella le temblaba la barbilla. Griffin era un hombre realmente corpulento, de hombros anchos bajo la americana y sus ojos penetrantes eran tan claros que una sombra azul destelleó como una daga de plata. A Loretta no le hubiera gustado estar en una mesa de negociaciones enfrentada a Griffin Jones. Aquel hombre intimidaría hasta al mismísimo presidente.
–Mira, no llores –suplicó él aflojando la mano–. No puedo soportar ver llorar a una mujer.
–No estoy llorando.
–¿Estás diciendo que te envió la agencia de empleo?
Ella asintió.
–¿Estás segura de que no has visto el artículo del Inside Bussines acerca de que yo era el soltero más codiciado en el mundo empresarial y pensaste que podrías reclamarme la paternidad de tu hijo?
–Yo nunca haría una cosa así –gimió ella–. Isabella nunca hubiera querido tener un bebé suyo.
Él pestañeó.
–¿Quién es Isabella? Pensé que te llamabas Loretta.
–Es mi tía. O lo era. La hermana pequeña de mi madre. Yo estoy embarazada de su bebé.
Con una sacudida de su cabeza, Griffin dio un paso atrás. Quizá tuviera fiebre, después de todo. Lo que decía aquella mujer no tenía ningún sentido.
–¿Dónde está tu marido?
–Yo no tengo exactamente marido.
–De acuerdo. Entonces tu novio.
–Tampoco tengo exactamente uno. O al menos no desde que me quedé embarazada.
–Pensaste que si te quedabas embarazada tu novio se casaría contigo, ¿verdad?
Una mujer le había intentado hacer aquello a él no mucho tiempo atrás. Él había querido hacer lo correcto. Tenía que hacerlo. La muerte de la madre de Griffin al dar a luz siempre lo había acosado. Él había estado insistiendo a sus padres que quería tener un hermanito y cuando había resultado que su madre estaba embarazada de una niña, no la había querido. Entonces, de repente su madre se había ido y también su hermana. Desde entonces se había sentido culpable y de alguna manera responsable.
Así que, años más tarde, naturalmente se sintió responsable por la mujer con la que se había acostado, Amanda Cook, hasta que descubrió que ni siquiera estaba embarazada. No era más que una busca fortunas, ansiosa por poner las manos encima del dinero que él había ganado dirigiendo una de las cadenas de electrónica más importantes del país. Él no caería en una treta como aquella de nuevo y desde entonces había despachado cualquier relación que siquiera supusiera un compromiso.
–¡Oh, no. Este no es el bebé de Rudy! Es el de Wayne.
–¿Wayne? –definitivamente aquella mujer tenía una intensa vida sexual, más de la que había conseguido mantener él últimamente–. ¿Y por qué no se casó contigo?
–Ya estaba casado con Isabella.
Ya entendía Griffin exactamente lo que había ocurrido.
–O sea que Isabella te pilló con su marido.
–No, por supuesto que no –Loretta pareció seriamente ofendida de que él hubiera sugerido siquiera aquella posibilidad–. Yo no haría una cosa así. Yo quería a Wayne como lo que era, mi tío carnal.
–¿Y por eso estás embarazada de su bebé?
Griffin había perdido el hilo de la historia en algún momento.
–Bueno, Isabella no podía tenerlo y alguien tenía que ayudarlos, así que me ofrecí yo. A Rudy no le gustó. Dijo que sentía que yo fuera una mercancía usada por estar embarazada de su bebé –le empezó a temblar la barbilla de nuevo y sus ojos de gacela se empañaron de lágrimas. No fue una cosa muy agradable de oír, ¿no cree?
Griffin no estaba seguro.
–Y es por eso por lo que de verdad necesitaba este trabajo, señor Jones. Pero de ninguna manera pienso irme a la cama con usted, así que ya puede olvidarse de esa idea desde ahora mismo.
–No ha sido idea mía. Pensaba… –maldición, no sabía en qué había estado pensando–. Mira, ¿por qué no nos sentamos un minuto y hablamos? Podemos empezar por el principio, tomar una taza de café y…
–Un té de hierbas sería mucho más beneficioso para su resfriado.
–Yo no tengo ningún resfriado.
–Por supuesto que lo tiene. Todo el mundo pilla resfriados en invierno, sobre todo durante las vacaciones. No es nada de lo que avergonzarse, pero podrá poner sus iones en forma en poco tiempo si me da la oportunidad de…
¿Cómo podía un hombre discutir con una mujer cuyos ojos le recordaban al chocolate caliente? Sobre todo con una mujer embarazada.
–De acuerdo, tomaremos ese té y me contarás todo acerca de Isabella y Rudy.
–No quiero hablar más de Rudy. No me casaría con él ni aunque me lo pidiera de rodillas.
Loretta se fue al otro lado de la encimera, abrió el armario y sacó una lata de lo que Griffin supuso sería su té mágico. Solo esperaba poder tragárselo. Sospechaba que Loretta Santana pondría aquella mirada de cierva herida en sus enormes ojos si no lo bebía hasta el final. Y para su eterno desmayo, siempre se había sentido perdido con las mujeres con lágrimas en los ojos. Algún día aprendería la lección.
–Bueno, podrías empezar por Wayne e Isabella –sugirió.
Con sorprendente eficacia, ella llenó un recipiente con agua caliente y lo colocó al fuego antes de sacar las tazas y los platitos de otro armario. No era una mujer alta, comprendió Griffin, quizá de un metro sesenta y cinco. Sus rasgos eran delicados y sus mejillas preciosamente esculpidas. Él había oído que las mujeres embarazadas adquirían un brillo especial. Curiosamente, no quería pensar en el proceso que la había dejado embarazada ni en el hombre que había tenido aquel privilegio. O en los riesgos que una mujer pequeña como ella podría correr, los mismos riesgos que habían matado a su madre.
–Le he preparado un guiso de pollo por si tiene hambre. Rodgers no estaba seguro de que viniera a cenar.
–¿Has hablado con Rodgers?
–Sí, me ha dado una orientación completa del trabajo. A la hora que se levanta por las mañanas, lo que le gusta para desayunar, ese tipo de cosas.
–¿Sabía él que eras mujer?
Ella lo miró por encima del hombro.
–Creo que probablemente lo notara.
Él sonrió.
«¡Vaya pregunta más tonta, Jonesy! Normalmente eres más fino con las damas».
–Solo pensaba que era raro que Rodgers estuviera de acuerdo en que su sustituto fuera una mujer.
–Le dije que sabía escribir a máquina.
–¿Y por qué le iba a importar a Rodgers que supieras escribir a máquina?
Dándose la vuelta, ella plantó