saber nada más que el hecho de que ahora sois legalmente mi esposa… —antes de que Gillian pudiera pensar en algo que decir, Brice se agachó y la besó de nuevo antes de seguir hablando—… y pronto dejaréis de ser doncella.
Algo estalló por fin en su interior, ya fuera idiotez o valentía, y se apartó una vez más.
—Y, si morís en la inminente batalla, no sabré nada de vos salvo vuestro nombre. ¿Eso no os preocupa? —a juzgar por la mirada de seguridad en sus ojos, supo cuál sería la respuesta.
—No perderé en la batalla, milady. Si alguien muere, será vuestro hermano.
Sus palabras la asustaron, pues realmente no había pensado suficiente en todo el proceso. Oh, sí, sabía que habría una pelea por recuperar el control de Thaxted y algunos acabarían heridos. Incluso sabía de algunos nombres que le gustaría ver en una lista o en otra, pero también habría otros; gente inocente en aquel juego entre reyes y nobles. Los inocentes siempre acababan por pagar el precio.
—Perdonadme por esas palabras —dijo agarrándola por los hombros—. La guerra no es fácil para los que luchan y os pido perdón por hablar de la muerte de vuestro hermano.
Había vuelto a sorprenderla, lo sabía, pues sus ojos turquesa se abrieron más aún, al igual que su boca. No era tonto cuando se trataba de seducir a mujeres y aun así todas sus habilidades parecían haberlo abandonado cuando más las necesitaba. Debía poseerla esa misma noche. Debía convertirla en su esposa en todos los sentidos para que, ocurriera lo que ocurriera durante las batallas, contara con la protección de sus amigos e incluso del rey. Brice comenzó de nuevo a seducirla para llevarla a la cama.
—Tendremos muchos días para conocernos mejor. Vamos a dar el primer paso —le susurró mientras le apartaba el pelo de los hombros.
Ella se estremeció bajo sus caricias, lo supiera o no, mientras su cuerpo se preparaba. Brice se inclinó y la besó sin esperar sus preguntas y protestas. Al principio permaneció quieta, pero cuando la tentó con la lengua y comenzó a tocarla, Gillian cerró los ojos y aceptó aquella invasión íntima una vez más. Fue suavizándola con más besos hasta oír su respiración entrecortada. Pero fue aquel suspiro de placer el que estuvo a punto de hacerle perder el control.
Aunque era él quien llevaba la iniciativa en aquel encuentro, su cuerpo reaccionó a los sonidos de su excitación inocente y cada suspiro enviaba más sangre a su entrepierna, hasta hacerle sentir que iba a explotar.
Deslizó un brazo por sus hombros y luego la levantó, y la besó mientras la llevaba a su catre y se arrodillaba para depositarla encima. Aunque limpio, sabía que le faltaba el nivel de comodidad y lujo al que ella estaría acostumbrada. De pronto se vio abrumado por la idea de poseerla en un catre en una tienda de campaña en mitad de un campamento de armas.
Una dama merecía algo mejor que ser poseída así. Una dama debería ser cortejada y renunciar a su virginidad por propia voluntad. Una dama debería ser honrada y amada con intimidad y comodidades.
Permitiéndose sólo un instante de arrepentimiento por las circunstancias, Brice tumbó a Gillian en el catre y se recostó a su lado, con el brazo aún alrededor de sus hombros. Cuando se vio obligado a renunciar a su boca, le besó la mandíbula y llegó hasta el lóbulo de la oreja. Complacido al notar cómo su cuerpo temblaba, deslizó un dedo por sus labios y fue bajando por el cuello hasta llegar al escote. Gillian emitió un grito ahogado cuando le desató los nudos del vestido y le agarró la mano para que se detuviera.
—Puede que entre alguien —susurró.
Aunque Brice sabía que nadie se atrevería a interrumpirlos, intentó disipar su miedo.
—A no ser que la tienda se incendie, no entrará nadie.
Brice se inclinó una vez más y le besó el cuello mientras seguía desabrochándole el vestido. Acarició sus pechos con los dedos al deslizar la mano por debajo del vestido. Gillian se arqueó cuando le tocó los pezones y tomó aliento mientras seguía acariciándola ahí. Sintió su propio deseo, dispuesto a poner fin al acto a pesar de sus esfuerzos por ir despacio y garantizarle placer a ella.
La miró a la cara y vio que tenía los ojos cerrados con fuerza. Sólo su boca daba muestras de que sus intentos por tranquilizarla estaban surtiendo efecto. Mientras la observaba, Gillian se mordió el labio inferior y luego se lo humedeció con la lengua. Cada movimiento y sonido que hacía le producía escalofríos por el cuerpo y hacía que la sangre le ardiese en las venas. Aunque deseaba arrancarle la ropa y poseerla, se conformó con algo más sutil.
Sin dejar de mirarla a la cara, deslizó la mano hacia abajo y empleó el reverso para acariciarle los pechos, el vientre y luego los muslos. Ella se retorció en sus brazos; su cuerpo inocente respondía a sus caricias a pesar de que probablemente no lo comprendiese. Luego, cuando deslizó la mano entre sus piernas y tocó el lugar que ansiaba ver, ella gritó e intentó incorporarse.
—No, cariño —susurró él—. Dejad que os muestre el placer que puede haber entre un hombre y una mujer. Entre un marido y una esposa —su piel mientras la acariciaba era suave y brillante; y sus piernas, expuestas ya a sus ojos, eran largas y curvilíneas. Estuvo a punto de soltar el vestido cuando ella le agarró la muñeca con fuerza.
—Pueden oírnos, milord. Pueden oír cualquier sonido que hagamos.
Ésa era una de las razones por las que nunca se acostaba con vírgenes; su timidez interfería con el nivel de placer que podían alcanzar. Y un bastardo como él nunca era lo suficientemente bueno como para tener acceso a una virgen, sobre todo una de buena familia como lo era su esposa.
—Os aseguro que tienen órdenes de no molestarnos. E ignorarán cualquier sonido que hagamos, si acaso lo oyen entre todos los sonidos del campamento. No os preocupéis por eso.
Brice colocó la mano sobre la piel desnuda de su muslo y comenzó a acariciar el vello aún oculto bajo el vestido, pero ella dio un respingo y consiguió apartarse de él.
—¿Habéis oído eso? —susurró—. Hay alguien ahí fuera.
Brice escuchó, pero no oyó nada. Si aquello iba a hacer que se tranquilizase, se aseguraría de que los soldados siguieran sus órdenes. Dudaba que alguno se hubiese acercado a la tienda, aun así se puso en pie y se subió los pantalones para ocultar su erección. Se acercó a la entrada, levantó la solapa y se asomó al exterior.
Los guardias estaban en sus posiciones, a varios metros de distancia. No detectó ningún movimiento ni sonido adyacente a la tienda. Cuando se dio la vuelta para decírselo, esperaba que aquello le diese la tranquilidad necesaria para entregarse a él.
No vio acercarse el arma hasta que le golpeó en la cabeza. Pero ya era demasiado tarde.
Cuatro
Gillian lo agarró de la túnica mientras caía y se aseguró de que aterrizara dentro de la tienda. Incapaz de creerse su suerte, dejó la espada envainada en una esquina y buscó su capa. Pasó por encima del caballero inconsciente y se dispuso a escapar de nuevo. Luego se dio cuenta de que Brice no se había movido desde que había aterrizado boca abajo en el suelo.
¿Lo habría matado? No era ésa su intención, pero le había golpeado en la cabeza con la empuñadura de la espada con todas sus fuerzas. Se agachó a su lado, le levantó un hombro y deslizó la mano hacia su boca y su nariz. El calor de su aliento acarició su piel y Gillian suspiró aliviada. No era su intención matar a nadie.
Le soltó el hombro y lo dejó ahí, pues no había tiempo y no tenía fuerza para moverlo. Lo que sí hizo fue quitarle la daga de la pierna, donde le había visto guardarla. Al menos así estaría protegida en su huida. Se asomó al exterior y vio a sus hombres montando guardia a pocos algunos metros de distancia.
Bien. Si era cierto que no prestarían atención a lo ocurrido en la tienda, entonces podría escabullirse y llegar al convento, que estaba a menos de dos kilómetros de allí. Se arrodilló y