tambaleaba por la borrachera. Estaba con la mirada perdida, parecía un poco rollizo con su grueso abrigo viejo de marinero, con dos filas de botones plateados hasta el cuello. No llevaba gorro, pero el frío no parecía afectarle.
—Perdona —dijo Agnes, que se había dado la vuelta y ahora miraba a Ómar a los ojos—. Pero no tengo más remedio. —Y entonces extendió las manos, con guantes de lana, y le desbrochó varios botones del abrigo. Le metió las manos por la espalda, por debajo de la camisa blanca y el chaleco azul, le puso las palmas frías sobre los omóplatos y la cara sobre el hombro—. Qué asco de frío —añadió, levantando los ojos—. ¿Te molesto? Tengo un frío espantoso.
Ómar no respondió, sino que se puso a olerle el pelo. Tenía el cabello negro que olía como a Head & Shoulders.
***
Tercer intento de contextualización.
Nos interesa saber lo que pensáis del Holocausto. ¿Conocéis a alguien que «acabara» en él? ¿Conocéis a alguien que conozca a alguien que participara? ¿A alguien que conozca a Leif Müller, prisionero de un campo, o al oficial nazi, participante en el Holocausto, Evald Mikson, o al jefe nazi que era hermano mayor de nuestro primer ministro Geir H. Haarde (o como quiera que se llame)? ¿Sabéis algo de las «protestas» de los neonazis? ¿Qué pensáis de ellas? ¿Es necesario someter a una «revisión» radical el Holocausto? ¿Ha llegado el momento de debatir sobre él? ¿Llegará algún día ese momento? ¿«Concluirá» el Holocausto en algún momento?
***
El día siguiente, Agnes despertó y se encontró a Ómar lavándose los dientes con su cepillo. Le pareció una desfachatez, pero no dijo nada. Todo era como tenía que ser. Cotidiano, hermoso y bueno, y la única noticia era ese hombre que estaba en calzoncillos en la puerta del baño cepillándose los dientes con su cepillo. Como si fueran un matrimonio. Y él parecía un novio estupendo, recién salido de la ducha, limpio y peinado, con la mirada limpia.
—Gracias por lo de anoche —dijo Ómar después de escupir el dentífrico.
—Gracias a ti —respondió Agnes.
—¿Dónde nos conocimos?
—¿Te refieres a ayer?
—Si no fue ayer, estaba más borracho de lo que creía.
Agnes meditó un momento.
—Te eché el gancho en la cola de los taxis.
—¿Me echaste el gancho?
—En la cola de los taxis.
—¿Y qué estaba haciendo yo en la cola de los taxis?
—Supongo que esperar un taxi —se incorporó y se apoyó sobre los codos.
—Yo vivo en Þingholt —dijo Ómar.
—Entonces no pensabas ir muy lejos.
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Cuarto intento de contextualización.
El sentido de grandes acontecimientos como el Holocausto va más allá de lo de «sucedió de verdad» hasta llegar a «¿cómo pudo suceder?» y de ahí a «¿qué beneficio podemos sacar de esto?».
Aquí, los nazis hacen un doble juego. Por un lado, el Holocausto no sucedió nunca: Rudolf Hess lo llamó una conspiración sionista para atacar al nacionalsocialismo; pero, por otra parte, los judíos se merecían «eso». («Nosotros no os matamos, pero teníamos todo el derecho a hacerlo»).
Toda protesta contra la ocupación de Palestina por los israelíes se califica de continuación del Holocausto (los europeos ya no pueden seguir dando rienda suelta a su connatural antisemitismo y lo disfrazan de preocupación humanitaria, más o menos como los derechistas se transforman de pronto en feministas cuando hablan del islam).
El Holocausto se ha convertido en una experiencia universal, que todos conmemoran a su manera, a fin de servir a los propios intereses. Nosotros no visitaremos las fosas comunes sin más: aquí se habla del Holocausto únicamente para vender libros.
***
Agnes volvió a tumbarse. Se volvió de espaldas a Ómar mientras se ponía las bragas y una camiseta. El sol de invierno se multiplicaba en la nieve de fuera y se filtraba al interior del angosto apartamento de sótano. Ómar entornó los ojos para mirar a Agnes, que cogió el preservativo del suelo, hizo un nudo en el extremo y se volvió hacia él, hacia el chico.
—¿No tienes resaca? —preguntó.
—Sí, un poco.
—No se te nota.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Ómar.
—¿Tampoco te acuerdas?
—No.
—Me llamo Agnes —dijo Agnes.
—Agnes —dijo Ómar.
—Agnes.
—He usado tu cepillo de dientes.
—Ya lo vi —Agnes atravesó la habitación con paso rápido y tiró el preservativo a la basura, parecía molesta.
—¿Pasa algo? —dijo Ómar. Agnes tenía ojos verdes, piel clara y se le notaba el vello púbico a través de las braguitas blancas.
—Casi llegué —dijo ella, con la cabeza en otro sitio, tras un breve silencio.
Ómar se movió nervioso y se acercó a la cama.
—¿Sí? ¿Anoche, quieres decir?
—Espero que fuera anoche. Desde luego que no llegué ni anteanoche ni la noche antes.
—¿Y la anterior a esa?
—Eso no es asunto tuyo.
—Perdona —se movía inquieto en la puerta.
—¿Perdona por no haberme hecho llegar o por ser tan divertido?
—Por las dos cosas.
Agnes sonrió.
—No hay nada que perdonar. Pero me parece ridículo estar aquí casi desnuda y que no te acuerdes de nada. Ni siquiera te acuerdas de cómo me llamo.
Ómar se subió la cinturilla del pantalón hasta el ombligo y se rascó la cabeza.
—De algo sí que me acuerdo.
—¿De qué?
—De que no llegaste.
—Acabo de decírtelo.
—Pero me acuerdo. Me acuerdo.
***
Quinto intento de contextualización:
Los nazis no vencieron en la segunda guerra mundial. Pero consiguieron llevar a cabo el Holocausto. Vencieron en el Holocausto. En Europa no quedan judíos. Prácticamente.
***
Agnes se sentó en la cama deshecha y Ómar se aproximó y se sentó a su lado, cogió los pantalones del suelo y se los puso sobre las rodillas.
—Recuerdo todo lo del taxi y luego cuando llegamos aquí.
—Enhorabuena. —Callaron.
—¿Quién eres? —preguntó Ómar después, metiendo los pies por las perneras del pantalón.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que… no recuerdo, o no sé si sé algo de ti.
—¿Quieres saber lo que «hago»?
—Algo por el estilo.
—Tú primero.
—Yo pregunté primero.
—No importa. Tú primero. —Agnes sonrió. Ómar devolvió la sonrisa. Ya no estaban discutiendo. Ahora estaban jugando.
—¿No