Marcelo Paladino

Integridad


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boletería del cine a cambio de un módico billete o coimear en la Aduana —a la que nunca se logró transformar éticamente- hasta hacer lo mismo en grandes licitaciones del Estado o de sus empresas o, quizás lo más preocupante hoy, torciendo desde el narcotráfico el comportamiento debido de fuerzas de seguridad o del Poder Judicial.

      En ese marco, la evasión tributaria no suele ser considerada como “corrupción”, pese al enorme daño que causa a los cumplidores, a la equidad y a las finanzas públicas en general. Quienes lo hacen, parecen ignorar que la evasión de los impuestos normales, como el IVA o ganancias, conduce a que se voten nuevos impuestos, distorsivos, que obstaculizan el crecimiento. En 1990, todavía en hiperinflación, el Congreso votó, con gran pompa, la ley penal tributaria. Pareció que había llegado el momento de dejar de considerar a la evasión impositiva como una “piolada”. Así lo viví a los 23 años, en 1967, cuando, necesitando inscribirme en la Dirección General Impositiva —todavía no existía la AFIP- fui a ver un contador, graduado en una universidad del estado, que me dijo: “No Llach, no se inscriba, una vez que lo agarra la DGI no lo suelta más”. La ley votada con pompa en el Congreso tuvo escasísima aplicación y hubo “moratorias” impositivas que permitían a quienes se anotaran y cumplieran, ser eximidos de toda causa penal tributaria, cualquiera fuera su estado de avance, mientras pagara las cuotas de la moratoria. Recién en los últimos años se están sustanciando en la justicia causas importantes de evasión que, es de esperar, reciban las sanciones previstas en la ley.

      Lo brevemente narrado evidencia que la corrupción, fuera de ocasionales charlas de sobremesa, tiene muy escasas sanciones en la vida argentina. Más aún, estamos habituados a la impunidad y al incumplimiento de la ley. Sin dudas, corregir esto es un elemento crucial para caminar hacia una sociedad más ética, más íntegra.

      Pero el libro Integridad, de Marcelo Paladino, Patricia Debeljuh y Paola Delbosco, apuesta a otra vía, la del cambio cultural, no para reemplazar a la justicia o negar su necesidad, sino para lograr que sea menos necesaria por la mejora de los comportamientos de la sociedad toda. En ese marco, el concepto de integridad pasa a ser la nave insignia del cambio cultural de la sociedad. Y ese cambio debe empezar de arriba hacia abajo. En el “arriba” el libro se concentra en los empresarios porque los autores, lógicamente, no pueden dejar de lado el hecho de ser profesores del IAE Business School. Y también es muy bueno que el libro cierre problematizando hasta qué punto es posible enseñar la integridad, y cómo. Pero aquí y allá, en otras partes del libro, pueden encontrarse muchos y diversos textos que amplían el conjunto de los actores que habitan el “arriba” de la sociedad. Y también incursionan en la “insoslayable integración de la actividad empresaria en la vida social y política de la comunidad, de la cual representa sin duda un decisivo factor de desarrollo”.

      Calando más hondo, los autores plantean que “la integridad está íntimamente ligada a una concepción del ser humano centrada en la libertad y la dignidad, puesto que pone el acento en la interioridad”. No hay ingenuidad en estas afirmaciones, porque los autores confrontan esta necesidad con las dificultades que plantea, por un lado, la “mentalidad moderna”, con su énfasis en el relativismo propio de una sociedad plural o multicultural. Por otro lado, no pocas teorías del management y de la propia economía, con su énfasis habitualmente unilateral en la maximización de los beneficios, dejan —o quizás mejor, parecen dejar— poco espacio a una cultura de la integridad y a su enseñanza. Este punto es, quizás, el nudo central de las controversias socioeconómicas nacidas con el capitalismo y todavía hay mucha tela para cortar en ellas, porque cada día es más evidente la incidencia de la cultura, la sociedad y la política en los comportamientos “económicos”. Está así muy bien que los autores lo problematicen y lo discutan porque, es cierto, no son pocos los ambientes empresarios, políticos o sociales donde el concepto de integridad puede ser tomado con escepticismo, y hasta con sorna. Por eso destaco, en este punto, la mención de los autores a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, un documento único, tanto por las circunstancias en que se escribió —después de la guerra más cruel de la historia humana— como por ser el más significativo acordado por dirigentes políticos de buena parte del mundo.

      Nunca hay que perder la paciencia porque, como dicen los autores “la integridad no se consigue por la imposición o declamación de un código de ética” y porque “es necesaria una reflexión comprometida acerca de la naturaleza humana y sobre lo que constituye el bien para el hombre. Este es el mayor desafío para las personas, las empresas y las escuelas de negocios”.

      No puedo terminar este breve prólogo sin felicitar a Marcelo Paladino, Patricia Debeljuh y Paola Delbosco, los tres autores de este libro, ya que han hecho un aporte rico y significativo a un tema de extraordinaria importancia para nuestra calidad de vida y, sobre todo, la de las futuras generaciones. Solo hay que lamentar que sea tan oportuno por las circunstancias que nos toca vivir.

      JUAN J. LLACH

      El Diccionario de la lengua española define “integridad” como cualidad de íntegro y ofrece dos acepciones de “íntegro”: que no carece de ninguna de sus partes y dicho de una persona: recta, proba, intachable. El Oxford Advanced Learner’s Dictionary of Current English recoge dos sentidos de la palabra integrity: uno, state or condition of being complete, (estado o condición de lo que está completo), viene a coincidir con la primera definición de “íntegro” de la Real Academia. El otro sentido de la definición en inglés es quality of being honest and upright in character, que podríamos traducir como cualidad de quien es honrado, recto, probo, y que se aproxima mucho a la segunda definición de “íntegro” dada por la Real Academia; aunque honest se podría traducir también como franco, sincero, lo que añadiría un contenido adicional al término, también correcto en castellano, aunque quizá menos frecuente.

      El recurso al diccionario no suele ser muy fructífero: primero, porque el público culto ya conoce el sentido de los vocablos, y segundo, porque los diccionarios son necesariamente muy concisos y no pueden recoger los muchos matices que se esconden detrás de los conceptos. Pero de estos matices y, sobre todo, de las importantes realidades que están contenidas en ellos, se ocupa largamente este libro. Que no es un libro sobre palabras, sino sobre algo muy importante para las empresas, para sus directivos y empleados y para la sociedad. Los profesores Marcelo Paladino, Patricia Debeljuh y Paola Delbosco, del IAE Business School de la Universidad Austral han volcado en esta publicación sus excelentes conocimientos académicos y su familiaridad con la empresa, fruto de sus años de experiencia en prestigiosas escuelas de dirección, en un estilo directo, atractivo y práctico.

      En la Introducción, los autores anuncian que van a hablar de integridad como opuesto a corrupción. ¿Estamos pues, ante otro libro de crítica social o si se prefiere, de crítica al sistema económico? No. Por encima de esa dimensión negativa se nos ofrece una visión positiva del fenómeno: vamos a hablar de integridad o como los profesores Paladino, Debeljuh y Delbosco anuncian, de unidad. Desde luego, hablan de corrupción: de sus causas, de su caldo de cultivo y de sus consecuencias; de cómo prospera en las sociedades que no le plantan cara con coraje, decisión e inteligencia; de cómo puede llegar a complicar la vida de los directivos y empleados de las empresas, y del daño (a veces poco visible, pero no por ello menor) que causa a las organizaciones y a la sociedad, especialmente a los más débiles�

      Pero no estamos ante un tratado sobre la corrupción, sino que esta es, por decirlo así, la excusa que ellos aprovechan para hablar de la integridad, en positivo. Y esto me parece un acierto. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el concepto de integridad que se desarrolla en estas páginas va mucho más allá de las dos o tres acepciones que recogen los diccionarios: otra razón para dar poca beligerancia a los vocablos y mucha a las ideas. Al contrario de lo que dice el refrán, aquí se nos da “liebre por gato”, con la excusa de criticar la corrupción, se nos invita a considerar toda una dimensión de la vida humana y, en particular, de la tarea del directivo de empresa y de su impacto en la sociedad, que puede servir para construir una empresa mejor y un país mucho mejor.

      Integridad, nos dicen los autores, suena a unidad. En el plano personal, es integración de las diversas facetas de la vida: como persona privada, como miembro de una familia, como vecino