comedia.
Sin embargo, a su alrededor pudo ver que el resto se rendía a su sencillez y su sonrisa inquebrantable. Incluso el nuevo redactor parecía tranquilo por primera vez desde que había llegado.
Miró a Victoria, que no parecía tan satisfecha como su sonrisa podía dar a entender. La conocía, y sabía que no cedería con tanta facilidad ni sus páginas ni sus ventajas como favorita en la revista. Incluso dudaba de que hiciera esos vídeos que le pedían. No, no la princesa de la revista, la mismísima lady Perfecta, que meaba Chanel Nº5. Ambrose tampoco se lo pondría fácil a Lola, por mucho que el viejo periodista siempre dijera que odiaba su trabajo, la revista, y todo lo que significaba.
En cuanto a ella, su sección sobre moda urbana había sido su vida durante los últimos cinco años, y no estaba dispuesta a rendirse sin luchar.
Tenía que haber una forma de salvar la revista sin cambiar su espíritu. Que los lectores pidieran algo en masa, no tenía que significar por fuerza que tuvieran razón.
Capítulo 3
¿Nuevo en la oficina?: no dejes que nadie huela tu miedo
La reunión acabó en cuanto Lola afianzó su poder sobre todos los presentes, dejando bien claro que, si era dura, era por el bien de los demás, como si de una madre o un dictador se tratase.
Abatidos y sabiéndose derrotados, los miembros de la revista dejaron uno a uno la sala, sin intercambiar palabra entre ellos. A solas de repente, Reuben se encontró con que no sabía qué hacer. Tenía notas que analizar y, sobre todo, un suelo sobre el que aterrizar, pero para eso tenía que averiguar antes dónde se suponía que iba a trabajar.
Volvió a atravesar el frío y desolador pasillo, esta vez en sentido inverso, hasta la recepción, donde había varias puertas sin rotular. Una, la más grande e impresionante, era la de Lola, así que la descartó al instante. Tim, que se había sentado tras un escritorio de aspecto moderno e incómodo, lo ignoró deliberadamente, a pesar de que, estaba muy seguro de ello, sabía lo que necesitaba.
Dio un par de vueltas por el vestíbulo, fingiendo no estar acechando detrás de cada puerta que se abría, hasta que Tim levantó uno de sus dedos finos y de aspecto huesudo y le señaló el pasillo por el que había venido.
—Pregunta por ahí, alguien te asignará una mesa y un ordenador. No esperes olor a rancio ni a testosterona, esto es una redacción moderna y limpia. De este siglo, digamos.
—Gracias, Tim.
Solo entonces salió el asistente de su apatía, mirándolo con los ojos entrecerrados y llenos de cruel ironía.
—Te crees muy gracioso, pero no durarás más que el anterior, que venía de sucesos. Lola pensó que tendría un lugar entre nosotros, y él también se creía listo e imprescindible, pero salió de aquí con el rabo entre las piernas.
Reuben sintió que, por primera vez, algo le estimulaba desde que había llegado. Les demostraría a aquellos estirados que podía levantar aquella revista llena de superficialidad de la nada y convertirla en algo que una persona inteligente podía leer sin sentir arcadas.
—Seguro que lo asustasteis en la primera y acogedora reunión de trabajo —replicó Reuben, con una sonrisa llena de encantadores hoyuelos que hizo rechinar los dientes al asistente perfecto—. Pero tranquilo, yo no me asusto con tanta facilidad, fui corresponsal de la sección de tiro de martillo femenina en los principios de mi carrera y una vez intentaron usarme de blanco. Cuando me fui, lloramos todos de pena. Si sobreviví a eso, esto será coser y cantar.
Pudo ver cómo un nervio palpitaba en uno de los párpados de Tim, mientras fingía no escuchar nada de lo que decía. Volvió a lo que fuera que estaba haciendo y lo ignoró hasta que Reuben decidió seguir por el pasillo en busca de alguien que lo ayudara.
—Bonito discurso, pero prepárate para el grupo de alimañas más terrible desde que existe la palabra escrita.
Reuben frunció el ceño al ver a un hombre vestido con una camisa como recién salida del tinte y una corbata negra aflojada con elegancia, todo ello completado con un traje que parecía salido del ropero de Beckham. Su corte de pelo demostraba que era del tipo que es capaz de perder dos horas de su vida hasta que cada mechón queda despeinado de la manera perfecta. Y esa persona estaba acechando tras él, casi oliendo su champú, esperando a que se alejara de Tim para saltar sobre su espalda. Nunca había tenido fobia por el contacto, pero le molestó de igual manera. ¿Acaso allí nadie lo respetaba?
—No pueden ser tan terribles —masculló, acercándose y rozándole con el hombro para pasar, dejándole claro que aquel era su territorio y que debía dejarle paso franco.
El desconocido se dio por aludido y lo siguió con una sonrisa divertida, al parecer, nada impresionado por su despliegue de carácter.
—Soy Donald Bergen, oficialmente el corrector de esta publicación de cuarta categoría, pero también me encargo de otras cosas, como el consultorio sentimental, o lo hacía hasta que ha llegado la rubia que siempre sonríe como si el mundo fuera bonito y estuviera lleno de globos, o el horóscopo. Ojo, porque si te descuidas, Lola te pondrá a crear crucigramas.
Reuben emitió una sonrisa cascada y se paró al llegar a una intersección entre dos corredores. Miró hacia ambos lados. Odiaba la idea de preguntarle a aquel sabelotodo, pero él le ahorró el dilema cuando le señaló el de la izquierda y luego lo acompañó hacia un cubículo que parecía una caja blanca vacía, salvo por un ordenador bastante nuevo y una silla de aspecto incómodo. Si no fuera porque tenía una puerta y cuatro paredes, aquello parecería una caja de zapatos. Probó la silla, pero se tuvo que levantar al instante. Compraría una nueva si no quería dejarse su sueldo en masajes.
—Reuben Barton, el nuevo redactor de deportes. Me han dicho que llevaré algo que se llama Muévete, pero no tengo ni idea de lo que es. Ojalá lo supiera, porque…
Donald levantó una mano para interrumpirle, como si su verborrea lo aburriese.
—Ya sé quién eres, lo sabe todo el mundo aquí, desde los periodistas, pasando por los fotógrafos, hasta el personal de limpieza. Dicen que te has atrevido a cuestionar a las estrellas —añadió con una cierta incredulidad—. Déjame que te dé un consejo…
Esta vez fue Reuben el que levantó una mano. Desde que había llegado, todo el mundo había hecho lo imposible por hacerle sentir que no pertenecía a ese lugar y que no tenía ni idea de nada, pero nadie iba a enseñarle cómo hacer lo que llevaba casi media vida haciendo.
—Te lo agradezco, pero tengo mucho trabajo.
Donald no se tomó a mal su desplante, sino que echó la cabeza atrás y rio, haciendo que Reuben se sintiera todavía más molesto.
—Dentro de una semana vendrás tú mismo a por mis consejos. Pero podré esperar hasta entonces para decirte «te lo dije». Soy una persona paciente.
Desde su incómoda silla, Reuben vio marchar al corrector y redactor de horóscopos fingiendo una indiferencia absoluta. Sin embargo, sus palabras habían despertado el recuerdo de lo que había visto y escuchado en la sala de reuniones: envidias, viejas rencillas y, no quería pensarlo, pero incluso un aura de maldad.
Pero no todo podía ser tan horrible.
Victoria, sin ir más lejos. Nadie con un aspecto tan angelical podía ser mala persona. Sobre los demás, se reservaba su opinión hasta poder conocerlos más a fondo, pero sobre Victoria no tenía ninguna duda: ella era un ángel lleno de amor.
A los pocos días de haber llegado, decidió que su cubículo estaba desangelado. Era tan… blanco. Acostumbrado a trabajar rodeado de sus cosas, en redacciones llenas de voces y gente por todas partes, Reuben sintió que necesitaba compañía, aunque fuera la de un helecho. Así que a la semana se presentó con una enorme maceta y una mochila llena de estúpidos artículos personales que sabía que lo harían sentirse como en casa, aunque sabía muy bien que aquello no era ni una