rel="nofollow" href="#ulink_e1afdd7e-1d28-54d2-b8f2-4b702dba1203">Capítulo 2
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Queridas amigas,
Desde la primera vez que escribí sobre Karen Ames, una madre soltera en apuros, en Lágrimas de felicidad, libro de la trilogía original de las Dulces Magnolias, las lectoras querían saber más, mucho más, sobre ella y su romance con el sexy y cariñoso entrenador personal, Elliott Cruz. Ya que al final de aquella novela se encontraban de camino al altar, di la historia por terminada.
Sin embargo, no hace mucho pensé que el conflicto y el romance no siempre terminan cuando uno pronuncia los votos matrimoniales. Y cuando los sueños de Elliott por su familia colisionan con las dificultades por las que ha pasado Karen... pues entonces... tenemos una nueva historia que contar. Y encontrarás esa historia justo aquí, en Promesas a medianoche, mientras esta pareja se enfrenta a las mismas preguntas a las que se enfrentan tantas otras parejas casadas. Tal vez las respuestas y las concesiones a las que llegan puedan ser soluciones para algunas de vosotras también.
Además podréis pasar un rato con las «Senior Magnolias», como a mí me gusta llamarlas; tres mujeres mayores animadas y llenas de vida que generan una buena ración de risas y momentos conmovedores durante este libro y los otros dos que están por llegar.
Espero que disfrutéis volviendo al mundo de las Dulces Magnolias. Como siempre, me encantaría saber qué os parece. Podéis escribirme a [email protected] o haceros fan en Facebook y uniros a la charla allí.
Os deseo lo mejor,
Sherryl
Prólogo
La novia lucía un vestido por la rodilla y hombros al aire de satén en un resplandeciente blanco roto y una mantilla de encaje antigua, reliquia familiar, que su futura suegra le había prestado a regañadientes.
En el interior de la pequeña iglesia católica de Serenity se encontraba el hombre que había hecho cambiar la opinión que Karen Ames tenía del amor, convenciéndola de que el pasado, pasado estaba. Le había prometido un amor inquebrantable, una relación de verdad, y se lo había demostrado una y otra vez durante el largo tiempo que la había cortejado.
Karen se agachó cuando Daisy, su hija de seis años, le tiró de la falda con gesto de emoción.
—¿Cuándo nos casamos? —le preguntó la niña prácticamente dando saltos de ilusión.
Karen sonrió ante su entusiasmo. Después de demasiados años sin una figura paterna, Daisy y Mack se habían enamorado de Elliott Cruz tanto como Karen. Y, en muchos sentidos, había sido su bondadosa y generosa relación con sus hijos lo que la había convencido de que Elliott no se parecía en nada a su primer marido, un hombre que los había abandonado dejándolos sumidos en una montaña de deudas.
—Quiero casarme con Elliott —dijo Daisy tirando de ella de nuevo en dirección al altar—. Vamos a darnos prisa.
Karen miró a su hijo de cuatro años para asegurarse de que Mack no se había quitado la corbata que le había puesto ni se había empapado de refresco el traje nuevo. También comprobó que las alianzas seguían firmemente sujetas al cojín que el pequeño llevaría hasta el altar.
Dana Sue Sullivan, su jefa, amiga y dama de honor, le puso la mano en el hombro.
—Todo va bien, Karen. ¿Qué tal esos nervios?
—De punta —respondió sinceramente—. Pero entonces me asomo ahí dentro, veo a Elliott esperando y todo se calma.
Miró a Daisy y a Mack, que ya estaban entrando en la iglesia.
Tras una indicación de la que Karen ni siquiera se percató, el organista empezó a tocar para que entraran. Daisy recorrió el pasillo casi corriendo y lanzando pétalos de rosa con entusiasmo y entonces, cuando alguien comentó algo entre susurros, se giró hacia su madre y empezó a caminar más despacio. Mack iba justo detrás de la niña con gesto solemne y fue avanzando muy concentrado hasta que estuvo al lado de Elliott.
Dana Sue fue a continuación y le guiñó un ojo a su marido, que estaba sentado en primera fila; después le dirigió una amplia sonrisa a Elliott que, nervioso, se pasaba un dedo bajo el cuello de la camisa.
Karen dio un último y profundo suspiro y se recordó que esta vez su matrimonio sería para siempre, que por fin lo había logrado.
Alzó la mirada y, una vez Elliott la miró, dio el primer paso por el pasillo, un paso cargado de confianza y esperanza hacia el futuro que prometía ser todo lo que su primer matrimonio no había sido.
Capítulo