que tengas razón, pero es que verla así de hundida me hace querer ir a por Ernesto y darle una buena paliza.
—Tengo la corazonada de que Adelia lo agradecería, pero puede que no sea una buena idea. Cuando la gente se posiciona, si después hay una reconciliación, a veces es difícil olvidar todas las palabras desagradables que se han dicho o los puñetazos que se han dado.
Elliott le agarró la mano.
—El matrimonio es mucho más complicado de lo que me imaginaba.
—Eso es porque lo único en lo que pensabas era en tener sexo de modo estable y constante.
Él se quedó impactado por el burlón comentario.
—¡Eso no es verdad! —protestó—. Pensaba en las mil y una cosas que adoraría de pasar mi vida contigo.
Ella lo miró a los ojos y aprovechó la oportunidad para intentar recuperar las emociones que los habían unido.
—Cuéntame más.
—Pensaba en abrazarte por las noches. Pensaba en despertar a tu lado y mirando a tus preciosos ojos. Pensaba en tener un hijo contigo y formar una familia. Pensaba en cuando seamos mayores y estemos en unas mecedoras charlando sobre los recuerdos que hemos creado.
—¿Y nunca se te pasó por la cabeza la posibilidad de que tuviéramos desacuerdos?
Él sonrió.
—No, solo pensaba en hacer el amor para hacer las paces —suspiró dramáticamente—. La verdad es que eso sí que lo estaba deseando.
Ella se rio.
—Y voy yo y te lo niego.
Elliott le guiñó un ojo.
—Pero no pierdo la esperanza, cariño. Puede que pase esta noche si juego bien mis cartas durante el resto del día. ¿Tú qué piensas?
Con el corazón a punto de rebosar por las palabras que le había dirigido antes, asintió.
—Creo que existe una muy buena posibilidad.
Tal vez el sexo no fuera la respuesta a sus problemas, ni mucho menos, pero en sus brazos siempre recordaba lo segura y mimada que podía hacerla sentir. Y a veces con eso bastaba para que fuera más sencillo superar sus baches.
Capítulo 9
Durante la cena, Karen estuvo muy pendiente de Daisy y Selena, pero no vio muestras de que las niñas estuvieran seriamente enfadadas. En todo caso, Selena, que por lo general era muy habladora, parecía más callada de lo habitual. No pudo evitar preguntarse si sería porque su padre no había vuelto y su madre había desaparecido antes de la comida, o por la situación con Daisy.
La abrupta marcha de Adelia sin dar ninguna explicación había desatado las lenguas de la familia y fue el tema estrella durante la degustación de los tamales de la señora Cruz.
—Está pasando algo —especuló la señora Cruz—. Algo le pasa a Adelia para que se haya marchado así, sin decirnos ni una palabra.
—¿Y dónde demonios está Ernesto? —preguntó Laurinda, la otra hermana de Elliott, sin alzar la voz en un flojo intento de evitar que Selena lo oyera. Las niñas estaban en la mesa principal del comedor, mientras que los niños más pequeños estaban comiendo en una mesa de picnic en el patio trasero, lejos de la conversación.
—Eso me gustaría saber a mí —apuntó Carolina—. Hace tiempo que no se presenta los domingos.
—¡Ya basta! —ordenó Elliott en voz baja y mirando a Selena de soslayo para que lo entendieran.
Por desgracia, sus hermanas no captaron la indirecta y las especulaciones continuaron. De pronto, Selena se levantó con la cara muy pálida.
—¡Se ha ido! —gritó—. Dejad de hablar de eso, ¿vale? Mi padre se ha marchado, y no creo que vaya a volver nunca.
Un silencio cargado de impacto fue la respuesta a ese anuncio. Selena salió corriendo del comedor con Daisy detrás. Karen iba a seguirlas, pero Elliott se levantó antes de que pudiera dejar la servilleta sobre la mesa.
—Mirad lo que habéis hecho —les dijo a sus hermanas al salir detrás de las niñas.
En cuanto se hubo marchado, los hombres empezaron a ofrecer sus opiniones, la mayoría de las cuales en apoyo a Ernesto, tal como Karen se había imaginado. Al cabo de unos minutos escuchándolos tachar a Adelia de bruja que había echado a su marido de casa y que tenía lo que se merecía, ya sentía que no podía soportarlo más. Y lo peor era que ninguna de sus hermanas, ni siquiera la señora Cruz, salió en su defensa. Ahí se estaba exponiendo la mentalidad de unos hombres machistas y esas mujeres lo estaban permitiendo.
Con el volumen de la discusión elevado, y aprovechando que nadie estaba pendiente de ella, se levantó de la mesa y fue a buscar a Elliott y a las niñas. Lo encontró sentado en el césped en un extremo del jardín con Selena llorando en sus brazos y Daisy a su lado. Se agachó junto a ellos y posó una reconfortante mano sobre la espalda de la niña que, lentamente, empezó a calmarse.
Elliott le lanzó una mirada de agradecimiento y asintió hacia la casa.
—¿Aún siguen con el tema? —preguntó moviendo solo los labios por encima de la cabeza de Selena.
Ella asintió.
—Selena, cielo, ¿por qué no buscas a tus hermanos y nos vamos a casa? —sugirió.
Selena se sorbió la nariz y lo miró.
—¿Y si mamá tampoco está allí?
—Pues entonces nosotros nos quedaremos allí hasta que vuelva, ¿de acuerdo? Aunque tengo la sensación de que la encontraremos allí.
—Vale —terminó diciendo Selena—. Pero no quiero volver a entrar en casa de la abuela. ¿Puedo esperar en el coche?
—Claro —respondió Elliott de inmediato.
—Me quedaré esperando contigo —se ofreció Daisy.
—Yo también —añadió Karen, que no tenía ninguna gana de volver a entrar y arriesgarse a tener que participar en la conversación, ya que dudaba que quisieran oírla—. Elliott, ve a buscar a los niños y trae mi bolso.
—Controlado —le contestó.
Unos minutos después, la camioneta de Elliott estaba abarrotada de niños. Cuando llegaron a casa de Adelia, al ver el coche de Ernesto en el camino de entrada, los más pequeños salieron del coche y corrieron hacia la casa. Solo Selena se quedó atrás, claramente reticente a enfrentarse a lo que pudiera estar pasando.
Karen lo comprendía por completo. Intercambió una mirada con su marido y murmuró:
—No hay suficiente dinero en el mundo para hacerme entrar ahí. ¿Y tú?
—Yo preferiría comer barro, pero tengo que entrar para asegurarme de que todo marcha bien. Si quieres esperar aquí, créeme que lo entiendo.
—Me quedo con Karen —dijo Selena dirigiéndole una suplicante mirada—. Si te parece bien.
—Claro que sí —le respondió dándole un apretón en la mano.
—Quiero entrar —dijo Mack desde el asiento trasero.
—No —contestó Karen de inmediato—. En cuanto Elliott vuelva, nos marchamos.
Ante sus palabras, Selena se puso recta y de pronto pareció demasiado adulta para su edad.
—Entonces puede que ahora sí que quiera ir con Elliott —dijo con resignación.
Elliott extendió la mano y la agarró.
—Pues vamos.
Daisy se quedó sumida en un extraño silencio cuando la niña se marchó.
—Me