Sherryl Woods

E-Pack HQN Sherryl Woods 2


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      —¿Mamá?

      Adelia se giró hacia su hija de doce años esperándose otra rabieta. Selena no había dejado de tener berrinches desde que la había castigado y habían empeorado desde que Ernesto no había vuelto a casa. Aunque entendía por qué estaba tan furiosa, lo de intentar manejar con calma esos arrebatos era otra cuestión.

      Observó el rostro de Selena, pero por primera vez lo que vio en él fue miedo más que un gesto desafiante.

      —¿Qué pasa, niña?

      Selena frunció el ceño.

      —No soy tu niña. Ya soy casi una adolescente.

      —Serás mi bebé hasta que tenga cien años y tú casi ochenta —le dijo Adelia.

      Selena puso cara de espanto.

      —Eso es horrible.

      —Pero cierto. Así es como funcionamos las madres. Y ahora dime qué te pasa.

      La niña miró a todas partes menos a ella.

      —¿Os vais a divorciar papá y tú? —acabó preguntando.

      Adelia había sabido que era solo cuestión de tiempo que uno de sus hijos le lanzara la pregunta. Y también había sabido que lo más probable fuera que se tratara de la precoz y franca Selena. Los niños más pequeños parecían aceptar las cada vez más flojas explicaciones que les daba achacando la ausencia de su padre al trabajo. Ni uno solo había cuestionado por qué eso implicaba que no estuviera en casa por las noches.

      —Ya sabes lo que esta familia opina del divorcio —le dijo a Selena con calma—. Somos católicos. No creemos en eso.

      Selena no parecía muy convencida.

      —Deanna Rogers es católica, pero sus padres están divorciados.

      —Unas personas se toman más en serio que otras las doctrinas de la iglesia. El divorcio es una decisión muy personal.

      —Querrás decir que la abuela se lo toma muy en serio, porque nosotros no solemos ir a misa los domingos y ella va casi todos los días.

      —Con una familia como la nuestra, tiene mucho por lo que rezar —dijo Adelia sonriendo—. Espera salvarnos a todos.

      Selena sonrió.

      —¿Crees que ha rezado por lo que le hice a Daisy?

      —Oh, seguro que sí. Hasta yo he rezado por eso.

      Por primera vez desde el incidente, en el rostro de su hija se registró lo que parecía ser una expresión de verdadera culpabilidad.

      —Lo siento —dijo sin apenas voz—. Lo siento mucho, mucho. No sé por qué fui tan mala.

      —¿Quieres oír mi teoría? —le preguntó Adelia aliviada de ver que su hija le había abierto una puerta y que la escucharía.

      Selena asintió y se sentó en la mesa de la cocina donde habían mantenido tantas conversaciones después del colegio a lo largo de los años.

      —Creo que a lo mejor estabas celosa.

      —¿De Daisy? —preguntó Selena incrédula—. ¡Pero si sigue siendo prácticamente un bebé!

      Adelia sonrió.

      —Pero esa noche tenía algo que tú querías con todas tus fuerzas. Tenía a alguien en el baile con ella que de verdad quería estar ahí, tenía a tu tío Elliott. Creo que la actitud de tu padre, su reticencia a acompañarte, hirió tus sentimientos y lo pagaste con Daisy.

      Selena suspiró profundamente mientras las palabras de Adelia quedaban pendiendo del aire.

      —Podrías tener razón —admitió—. Supongo que me daba miedo gritar a papá cuando imaginé que no quería estar allí conmigo, así que lo pagué con Daisy.

      —Entonces tal vez, la próxima vez que te disculpes con ella, podrías sonar un poco más sincera —le sugirió con delicadeza—. Lo que dijiste esa noche fue muy cruel y a propósito. Ya sabes lo mucho que te idolatra tu prima —la miró fijamente al añadir—: Y es tu prima, ¿entendido?

      Selena se sonrojó de vergüenza ante ese juicio tan claro y el crudo recordatorio de su tan hiriente comentario.

      —Seguro que ahora me odia y el tío Elliott también.

      —Tal vez ella sí, pero sois familia y te adoraba hace no mucho tiempo. Creo que si cree que lo lamentas de verdad, te dará otra oportunidad. En cuanto a tu tío, está decepcionado contigo, pero él jamás podría odiarte.

      —¿La llamo ahora? Seguro que está en casa de la abuela. Sé que tengo prohibido el teléfono, pero a lo mejor esto podría ser una excepción —dijo esperanzada.

      —Creo que podría serlo. Pero diez minutos, nada más. Y no pienso levantarte el castigo.

      —Ya me lo imaginaba —contestó Selena resignada.

      Estaba a punto de salir de la cocina cuando Adelia sacudió la cabeza.

      —Usa el teléfono aquí dentro —le ordenó.

      —¿No te fías de que haga la llamada y diga lo que te he prometido?

      —Lo siento, niña. Vas a tener que volver a ganarte mi confianza.

      —Imagino que es parecido a lo de papá —dijo sonando de pronto como una chica mayor—. Él también estaría castigado si eso funcionara con los mayores.

      «Ojalá», pensó Adelia. Pero no estaba segura de que existiera un castigo apropiado para la forma tan humillante en que la había estado tratando su marido. Aunque eso era algo que Selena no tenía por qué saber.

      —Haz esa llamada y después puedes volver a tu habitación para terminar los deberes.

      —¿Vendrá papá a cenar esta noche?

      —Lo dudo.

      Selena se puso seria.

      —¿Va a volver a casa?

      —Volverá —dijo Adelia con una confianza que estaba muy lejos de sentir. Y el problema era que cada vez estaba menos segura de querer tenerlo en casa.

      Karen había estado haciendo turnos extra en Sullivan’s durante la última semana. Estaba haciéndolo en parte por las horas extraordinarias, pero también porque en cierto modo esperaba evitar más batallas con Elliott por el asunto del dinero del gimnasio. Hacía días que no tenían oportunidad de mantener una conversación privada en casa, y esa mañana durante el desayuno había oído la impaciencia en su voz después de que le hubiera dicho que esa noche volvería a trabajar hasta tarde.

      —Pero no tienes que preocuparte por los niños —le había dicho como si ese fuera el problema—. Es sábado por la noche y tienen planeado dormir en casa de sus amigos.

      —¿Y no hace eso que sea la noche perfecta para que los dos tengamos una noche para nosotros solos? —le había preguntado con tono razonable.

      Ella no había podido ni mirarlo a los ojos al responder.

      —Necesitamos el dinero, Elliott, sobre todo si sigues pensando meterle mano a nuestros ahorros.

      —Esa es una de las cosas que tenemos que hablar. He solucionado el asunto. Seguiré necesitando un poco de nuestros ahorros para invertir, pero no habrá necesidad de hipotecar la casa.

      Lo había dicho como si, alguna vez, esa hubiera sido una opción viable.

      —Me alegra saberlo —le había respondido incapaz de contener la ironía en su voz.

      Pareció que Elliott quisiera enzarzarse en otra discusión, pero ella se había marchado diciendo que llegaba tarde al trabajo.

      Sin embargo, Karen sabía que no podría evitar el tema para siempre.