cerveza y asintió.
—Yo no lo veo como un gran problema, pero puede que tú sí.
A Karen no le pareció que eso sonara muy bien, aunque intentó mantenerse neutral hasta oír el resto de lo que le tenía que contar.
—Dime.
—Ya están cerradas las cifras iniciales y son algo más elevadas de lo que habíamos calculado en un principio.
—¿Cuánto más elevadas? —le preguntó secamente, viendo ya que la conversación se deterioraría enseguida—. ¿Y qué supone eso para ti? Ya has estado hablando de usar casi todo lo que tenemos ahorrado, Elliott.
—Tenemos un poco más —le dijo mirándola fijamente—. Y tenemos las escrituras de la casa.
A ella se le paró el corazón.
—¡No puedes estar hablando en serio! —contestó con incredulidad—. ¿Quieres usar todos nuestros ahorros y, además, hipotecar la casa? De eso nada, Elliott. Lo digo en serio. Es nuestro hogar. No te permitiré que lo pongas en peligro.
—Solo serán unos cuantos miles de dólares. Y será a corto plazo. Devolveremos el dinero en unos pocos meses como mucho.
Ella seguía mirándolo incrédula.
—No se trata solo de unos miles de dólares. ¡Es nuestra casa! ¡Nuestra red de seguridad! Después de lo que hizo Ray, ¿cómo puedes plantearte seriamente hacer algo así? Ya sabes cuántas veces he estado a punto de que me echen de casa y de verme tirada en la calle con dos niños. Ya sabes que estuve a punto de declararme en bancarrota. ¿Qué te hace pensar que aceptaría algo que podría volver a poner a mi familia en esa situación?
—Escúchame —le suplicó.
—No —contestó intentando apartarlo para poder levantarse y marcharse. Por desgracia, él era como un bloque de granito y casi imposible de mover. Ya que no podía irse, se conformó con recordarle—: Mi nombre está en las escrituras de la casa junto con el tuyo. El banco nunca te concederá un préstamo sin mi consentimiento y no te lo daré. Te prometo que no lo haré, Elliott.
Apenas era capaz de mirar esos ojos cargados de dolor porque tenía que aferrarse a toda la rabia que la recorría, ya que uno de los dos debía ser sensato, y estaba claro que ese papel le tocaba asumirlo a ella.
—Karen, sé razonable. Decidimos que hablaríamos sobre esta clase de decisiones, pero eso no significa que tú tengas que tomarlas unilateralmente.
—Ni tú tampoco.
Él suspiró.
—Cierto, pero si me escucharas, verías que todo este negocio es muy sólido. Cal ha hecho algunos estudios de mercado.
Ella enarcó una ceja.
—Me imagino que habrá hablado con algunos padres del colegio.
Elliott hizo una mueca de vergüenza que demostró que había acertado.
—Lo que quiero decir es que hay demanda para este gimnasio. Lo que vamos a invertir en él es una miseria comparado con los beneficios.
—Los beneficios potenciales —lo corrigió—. No hay nada seguro cuando se trata de negocios, Elliott. Serenity no es un pueblo grande. La economía sigue floja y la gente no tiene mucha liquidez.
—Seguro que a Dana Sue le dijeron lo mismo cuando quería abrir Sullivan’s en un pueblo donde a las hamburguesas de Wharton’s se las consideraba el equivalente de la alta cocina —respondió Elliott—. Y mira lo que ha hecho Ronnie con su ferretería a pesar de que la última que hubo fracasó. Tenía una visión única del local y la hizo funcionar.
Karen no podía discutirle los ejemplos, pero eso no le hacía cambiar de idea.
—¿Sigue sin convencerte? Entonces fíjate en The Corner Spa. Maddie, Helen y Dana Sue no tenían ninguna experiencia, pero ahora su reputación se ha extendido por todo el estado. Este gimnasio tendrá la mía. Llevo años en el negocio del fitness. Conozco a mucha gente. Se me conoce por saber lo que hago.
Como sabía que no la dejaría escapar hasta que le hubiera dejado las cosas claras, Karen intentó relajarse.
—Elliott, no estoy cuestionando tu valía como entrenador personal. Al fin y al cabo, he visto por mí misma los resultados que puedes obtener, pero esto no se trata de creer o no en ti.
Él la agarró suavemente de la barbilla y la forzó a mirarlo.
—Sí que lo es. Las oportunidades así no surgen todos los días, Karen. ¿No puedes dar este salto de fe por mí? ¿Por los dos?
Ella oyó la súplica en su voz y quiso desesperadamente ofrecerle todo su apoyo, pero ¿cómo iba a hacerlo? ¿Y si se arruinaban? No estaba segura de que pudiera volver a pasar por lo mismo.
—Quiero esto para ti —le dijo intentando hacer que lo comprendiera—. Si tuviera una bola de cristal y pudiera ver el futuro y saber que va a ser un éxito enorme, o incluso un negocio estable y sólido, te apoyaría al cien por cien. Pero la vida no funciona así.
—Estás dejando que el miedo pueda con el sentido común —la acusó.
—Probablemente sí —admitió sinceramente—. Porque no veo otra opción. Podría soportar que utilizaras nuestros últimos ahorros, pero no que volvieras a hipotecar la casa. Creo que con eso se rompe nuestro acuerdo. Si los demás tienen tanta fe en esto, deja que carguen ellos con todo el peso. Como has dicho, la mayoría tienen negocios prósperos. Su situación económica es mucho más estable que la nuestra.
—Se han ofrecido a hacerlo.
—Bueno, ahí lo tienes —dijo sintiendo un inmenso alivio—. Hay una solución. No estoy destruyendo tu sueño.
—No, solo destruyes mi orgullo —se levantó—. Tengo que ir a dar un paseo. Volveré antes de que nos traigan la comida.
—¡Elliott! —le gritó, pero o no la escuchó o, más probablemente, la ignoró.
Se quedó sentada aturdida, deseando poder marcharse, pero sabiendo que no era la solución. Por muy difícil que había sido la conversación, había sido necesaria. Y, por increíble que pareciera, había aprendido algo sobre sí misma, algo que casi le despertó una sonrisa. Se había mantenido firme y eso por sí solo ya era un motivo de celebración.
Ahora solo esperaba no perder a su marido por eso.
Elliott paseó de un lado a otro del abarrotado aparcamiento de Rosalina’s durante diez minutos, deteniéndose solo para darle algún que otro puñetazo al capó de su coche con la esperanza de que eso lo aplacara.
Karen tenía razón. Sabía que la tenía, al menos desde su punto de vista. Él había gestionado la situación muy mal desde el principio. Tal vez si se lo hubiera contado en un primer momento, cuando Erik y los demás le habían propuesto la idea, se habría mostrado más entusiasta.
¿Qué tenía que hacer ahora? No quería renunciar. Cada vez que se reunía con los chicos se ilusionaba más con la idea y, a pesar de haber ejercido de abogado del diablo la otra noche, estaba convencido de que el gimnasio sería un éxito siempre que gestionaran su inversión y sus gastos con prudencia.
Pero por muy decidido que estaba, también sabía que no se atrevía a hacerlo a espaldas de Karen e hipotecar su casa. Hasta él podía ver que eso no solo destruiría la confianza que tenía en él, sino que probablemente sería una tontería desde el punto de vista económico.
—Pareces un hombre que acaba de tener una conversación no muy agradable con su mujer —dijo Cal acercándose.
Elliott suspiró.
—Ni te imaginas.
Cal se rio, aunque la situación no tenía nada de graciosa.
—Creo que sí. Maddie y yo acabábamos de sentarnos al otro lado del restaurante cuando os hemos visto. He notado