Sherryl Woods

E-Pack HQN Sherryl Woods 2


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no pasará nunca —dijo Karen riéndose.

      En el tiempo que llevaba casada con Elliott ya había aprendido a asimilar el picante.

      Frances estaba encantada de ir a pasar la noche con Daisy y Mack; era menos estresante que estar esquivando las preguntas de Flo y Liz sobre si ya había pedido cita con el médico. ¡Estaban empezando a cansarla!

      Aunque estaba donde quería estar, lejos de las fisgonas miradas de sus amigas, por otro lado agradecía que los niños estuvieran ocupados con sus deberes. Por la razón que fuera, últimamente le resultaba agotador guardar las apariencias. Por eso era un alivio poder sentarse sin más a hojear unas revistas o a ver la tele.

      Se sobresaltó al alzar la mirada y encontrarse delante a Mack, con un gesto que tenía una mezcla de consternación y vergüenza. Ya había visto esa mirada demasiadas veces en su clase como para saber que se trataba de problemas con los deberes.

      —¿Va todo bien, Mack?

      El niño se encogió de hombros y Frances tuvo que contener la sonrisa. Incluso con siete años, los niños ya tenían su orgullo.

      —¿Qué tal llevas los deberes? ¿Los has terminado todos?

      Mack sacudió la cabeza y sus mejillas se sonrojaron aún más.

      —No entiendo los problemas de matemáticas —le dijo con mirada suplicante—. ¿Podrías ayudarme? Restar es muy difícil.

      Aunque le encantaba que le hubiera pedido ayuda, dudaba si podría dársela.

      —Puedo intentarlo. Y si no puedo, imagino que Jenny sí.

      —¿Jenny? ¿Quién es? —le preguntó el niño perplejo.

      Frances se quedó mirándolo sorprendida, después sacudió la cabeza y con una risa avergonzada dijo:

      —¿He dicho Jenny? Quería decir Daisy. Jenny es mi nieta. Vive en Charleston —Jenny se llamaba como su madre, Jennifer, la hija de Frances.

      A Mack se le iluminó la cara.

      —La recuerdo. Antes venía de visita y a veces se quedaba a pasar el fin de semana.

      —Así es —le confirmó Frances—. ¡Menuda memoria tienes! —en ese momento lo envidió.

      —Pero era más mayor que Daisy —añadió el niño, de nuevo perplejo—. ¿Cuántos años tiene?

      Frances se sintió como si se estuviera abriendo paso con dificultad entre sus recuerdos sin conseguir nada.

      —Ahora debe de tener quince —¿o tenía más? ¿Se había marchado ya a la universidad? ¿O esa era Marilou? ¿Y por qué no podía distinguirlas? Había tres chicas, eso lo recordaba. Jennifer quería tener un niño en ese último embarazo, pero había sido otra niña. Y con los salarios como maestros que tenían su marido y ella, decidieron que no podrían mantener a un cuarto.

      ¡Maldita sea! Si podía recordar todo eso, ¿por qué no podía aclararse con los nombres y las edades?

      La respuesta, por supuesto, era obvia. Se trataba de otro de esos alarmantes lapsus mentales. Menos mal que Flo y Liz no estaban allí para presenciarlo porque entonces le habrían suplicado a gritos que pidiera la cita con el médico.

      —Siéntate a mi lado y enséñame esos problemas de matemáticas —le dijo prefiriendo no darle demasiadas vueltas a su desliz.

      Por fin, seguro de que no lo iban a juzgar, Mack se subió al sofá con entusiasmo y le enseñó la hoja. Por suerte, los problemas eran sumas muy básicas, algo que al menos no había olvidado.

      Cuando hubo terminado con las matemáticas y, después de enseñarle a Frances los otros deberes, Mack corrió a buscar a Daisy para tomar la leche con galletas que ella les había prometido antes de que se fueran a la cama.

      —¿Has terminado tus deberes, Jenny? —preguntó mientras les servía la leche.

      —Querrás decir Daisy —dijo la niña mirándola con gesto curioso—. Jenny es otra persona.

      —Su nieta —añadió Mack.

      —Lo siento —se disculpó Frances—. No sé dónde tengo la cabeza esta noche.

      Mack le regaló una amplia sonrisa.

      —A lo mejor yo y Daisy podríamos buscártela.

      —Se dice «Daisy y yo» —le corrigió automáticamente y añadió—: Y ojalá lo hicierais. Avisadme si la encontráis.

      Porque cada vez le era más difícil fingir que todo iba bien.

      Karen miró a su alrededor y observó al grupo de mujeres reunidas en el salón de Dana Sue. Las conocía a todas, pero verlas así, relajadas y bromeando sobre su vida, sus maridos y sus trabajos, la llenó de una calidez que nunca antes había sentido. Tenía la sensación de que compartían los más íntimos detalles de sus vidas sin ningún miedo a ser juzgadas.

      —¿Te hemos asustado ya? —le preguntó Maddie sentándose a su lado en el sofá—. No hay ningún tema de conversación sagrado cuando las Dulces Magnolias se reúnen.

      Karen se rio.

      —Ya lo veo. ¿Es por los margaritas o es que os sentís tan cómodas las unas con las otras que os dejáis llevar y os lo contáis todo?

      —Un poco las dos cosas, sospecho —respondió Maddie—. Ya sabes que Helen, Dana Sue y yo nos hicimos amigas en el colegio hace como un millón de años. Hay muy pocos secretos que nos hayamos dejado sin contar. Jeanette empezó a reunirse con nosotras después de que empezara a trabajar en The Corner Spa. Annie, Sarah y Raylene eran todas amigas del instituto, pero de una generación distinta. Helen y yo prácticamente ayudamos a criar a Annie porque siempre estaba con mis hijos. Y ahora, por supuesto, está casada con mi hijo.

      —Creo que eso es lo que más me gusta —admitió Karen—, ver dos generaciones, sobre todo a una madre y una hija, llevándose así de bien, como dos grandes amigas. Ojalá yo hubiera tenido una oportunidad así con mi madre.

      —¿Ha fallecido? —preguntó Maddie con gesto comprensivo.

      —No exactamente. Hace mucho tiempo acepté que nunca tendríamos una buena relación —respondió Karen sin poder evitar la amargura que tiñó su voz.

      —Los vínculos entre madre e hija pueden ser complicados en las mejores condiciones. No hay duda de que Helen y Flo tienen sus momentos —dijo con un centelleo en la mirada—. Y mi madre...

      —Es la famosa artista local Paula Vreeland, ¿verdad? —le preguntó Karen al acordarse.

      —Lo es, y hemos tenido nuestros más y nuestros menos a lo largo de los años —admitió Maddie—. Pero Raylene es la que de verdad tuvo una relación difícil con su madre. Deberías hablar con ella algún día sobre lo mucho que le ha costado asumir eso. Las circunstancias eran distintas, pero está claro que a las dos os ha afectado lo que os ha pasado.

      —Puede que lo haga —dijo Karen.

      La expresión de Maddie se tornó más seria.

      —¿Habéis solucionado Elliott y tú los problemas por lo del nuevo gimnasio? Siento mucho que hayamos creado tensión entre los dos sin darnos cuenta.

      —No es culpa vuestra —respondió Karen de inmediato. Y como no se sentía preparada del todo para expresar y confesar lo aterrorizada que estaba ante el compromiso económico en que se había metido su marido, forzó una sonrisa—. Ya lo solucionaremos.

      —Seguro que sí —dijo Maddie—. Te adora, ya lo sabes.

      Karen sonrió.

      —Eso he oído.

      Maddie frunció el ceño ante su elección de palabras.

      —¿Es