del todo de por qué. Sin embargo, esa noche no podía tratar un tema tan importante.
—Ya hablaremos del tema, pero ahora no. Tengo que ir a ver cómo está Daisy.
Elliott suspiró mostrando su exasperación, pero ella lo ignoró. Esa noche Daisy era lo primero y ella aún estaba a punto de explotar de impotencia por lo que había pasado. Al menos en esa ocasión, Elliott no había corrido a ponerse del lado de su sobrina. A veces parecía como si estuviera ciego cuando se trataba de su familia. En ocasiones, Adelia, sus otras hermanas e incluso su madre también habían sido igual de desconsiderados con ella aunque, por suerte, casi todo eso ya formaba parte del pasado.
Después de levantarse para ir a ver a su hija, se agachó y lo besó.
—Gracias por cuidar tan bien de ella.
—Es mi trabajo —dijo sin más.
Karen encontró a Daisy en su habitación tapada con la manta hasta las orejas. El vestido que había sido la causa del incidente de esa noche estaba tirado en el suelo.
—Deberías haberlo colgado —le dijo con delicadeza al recogerlo y colocarlo sobre una percha.
—¿Por qué? No me lo voy a volver a poner nunca. No quiero que esté aquí. Devuélveselo a la tonta de Selena si tanto le importa. Y ya no quiero ir a casa de la abuela Cruz después del colegio, no si Selena va también.
Karen suspiró ante el testarudo tono de Daisy. Se sentó en el borde de la cama aún con el vestido en la mano y miró a su hija a los ojos.
—Ya discutiremos en otro momento adónde irás después del colegio. Ahora preferiría centrarme en lo de esta noche. A lo mejor puedo ayudarte a entenderlo.
—Selena es una egoísta y ya está.
Karen sacudió la cabeza.
—Lo dices, pero no lo piensas de verdad.
—Sí que lo pienso.
—Seguro que sabes que lo que Selena te ha dicho no ha sido por el vestido.
—¿Entonces por qué?
—Elliott cree que a su padre no le hacía mucha gracia llevarla al baile, al contrario que él, que estaba feliz de ir contigo. Sospecho que Selena estaba celosa.
Daisy se incorporó con los ojos como platos. Que su ídolo pudiera tener celos de ella era algo que le llamó mucho la atención.
—¿De mí?
Karen asintió.
—Sabes que Elliott te adora y le hizo sentirse genial que le pidieras que te llevara al baile. Para Ernesto fue como una obligación de la que no se podía librar y seguro que eso hirió los sentimientos de Selena. ¿Lo entiendes?
Daisy se quedó pensativa. Era mucho pedir que una niña de nueve años intentara comprender el impacto de los actos hirientes de un adulto.
—Supongo —dijo al momento.
—Entonces a lo mejor podrías centrarte en lo afortunada que eres de tener a Elliott como padrastro y plantearte perdonarla —le sugirió.
—A lo mejor —contestó Daisy a regañadientes.
Karen se agachó para abrazarla.
—Piensa en ello. Buenas noches, cielo. Siento que tu primer baile no haya sido todo lo que te esperabas.
—Ha empezado muy bien —admitió—. Elliott ha estado enseñándome a bailar.
—Tiene unos pasos muy buenos en la pista de baile —dijo Karen sonriendo al recordar cómo bailaron en su boda.
—Las demás niñas estaban mirándolo. Creo que todas querían bailar con él.
—Seguro que el lunes por la mañana tendrán muchas preguntas que hacerte, aunque tendrás que decirles que ya está pillado, que pertenece a tu mami.
Daisy se rio.
—¡Mamá!
—Bueno, es la verdad.
—Creo que es el mejor padrastro del mundo.
—Yo también lo creo —contestó Karen en voz baja. El mejor.
Y cuando sopesó eso contra las tontas riñas que habían tenido últimamente, lo tuvo claro. El día que había encontrado a Elliott había sido el más afortunado de su vida. Así que cuando las cosas fueran mal, y no habría duda de que volvería a pasar, tendría que recordarlo.
Elliott normalmente no podía sacar ni media hora para almorzar los sábados, pero esa semana le pasó su cita de las once a otro entrenador del gimnasio y se fue directo a casa de su hermana, decidido a llegar al fondo del asunto de lo que estaba pasando allí.
Cuando llegó a la enorme casa que Ernesto había construido en cuatro mil metros cuadrados de tierra boscosa a las afueras de Serenity, oyó a los niños jugando en el estanque. Por norma general habría ido a saludarlos, pero ese día su único objetivo era quedarse a solas con Adelia para mantener una charla sincera.
Justo cuando estaba a punto de llamar al timbre, la puerta delantera se abrió y Ernesto pasó por delante de él con mal gesto. Desde dentro oyó a Adelia gritándole que no se molestara en volver a casa.
Elliott cerró los ojos, rezó por saber cómo actuar, y entró. Encontró a su hermana sola en la cocina metiendo a golpes los platos en el lavavajillas con el rostro lleno de lágrimas. Se acercó por detrás y la abrazó.
—Cuéntamelo.
Ella se volvió impactada y, secándose las lágrimas inútilmente, intentó forzar una sonrisa.
—No sabía que estabas aquí. ¿Cómo has entrado?
—Tu marido, muy amable, ha dejado la puerta abierta al salir —dijo con ironía—. Lo he oído, Adelia. He oído cómo le decías que no se molestara en volver a casa.
Ella le quitó importancia al comentario.
—La gente dice cosas así todo el tiempo. No lo decía en serio.
—Pues a mí me ha parecido que sí.
—¿Y tú qué sabes? Tú aún estás en la fase de la luna de miel. ¿Qué sabes tú de discusiones maritales?
Él sonrió.
—Karen y yo hemos tenido bastantes.
—Y las habéis superado y olvidado —dijo con tono enérgico—. Ernesto y yo también lo haremos. Deja que te sirva una taza de café y unas galletas de mamá —al instante frunció el ceño y añadió—: ¿Por qué no estás en el gimnasio? Creía que el sábado era uno de tus días más ajetreados.
—Así es, pero he pensado que tenía que hablar contigo sobre lo que pasó anoche.
Ella puso gesto de extrañeza; estaba verdaderamente desconcertada.
—¿Anoche? ¿Es que pasó algo en el baile? Selena no me ha dicho nada, y tampoco Ernesto.
—No me sorprende. No quedarían muy bien ninguno de los dos —le describió la escena—. Selena humilló a Daisy deliberadamente delante de todas sus compañeras de clase.
—Lo siento mucho —dijo Adelia con gesto apenado—. Me ocuparé ahora mismo. El comportamiento de Selena fue completamente inaceptable. Pobre Daisy. Se me parte el corazón solo de pensarlo.
Estaba a punto de decirle a Selena que saliera del estanque y entrara, pero Elliott la detuvo.
—Creo que la pregunta más importante podría ser por qué estaba tan disgustada como para hacer lo que hizo.
Al ver que ella no respondía inmediatamente, él insistió:
—¿Adelia?
Su hermana suspiró profundamente.
—Sospecho que