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       Andamiaje teórico que facilita comprender la migración de tránsito

      Como se puede apreciar, la migración ha sido estudiada ampliamente por los científicos sociales; los diversos enfoques, perspectivas y presupuestos han dado como resultado este mosaico de comprensión. El fenómeno de la migración de tránsito se puede nutrir de forma particular por determinados referentes teóricos de acuerdo con los propósitos y enfoques de cada investigación. El presente trabajo tiene como referentes tres propuestas explicativas con las que se quiere señalar la dimensión sistémica, que supone la economía globalizada, e histórico-estructural de la migración de tránsito. El enfoque sistémico se recupera desde la teoría de los sistemas mundiales y el histórico-estructural desde las teorías del capital social y la de redes migratorias que a continuación se discutirán.

      Teoría de los sistemas mundiales

      Esta teoría se ha tomado como un referente fundamental para este trabajo de investigación por su fuerza explicativa de diversos factores que intervienen una parte del objeto de estudio: la migración de tránsito. Esta teoría explica, de una manera más adecuada, las fuerzas que promueven la migración desde los países subdesarrollados, así como las razones por las cuales los países desarrollados atraen migrantes, y cómo es que surgen los lazos estructurales que sirven para conectar los lugares de origen con los de destino. Aquí se pueden ubicar autores como Immanuel Wallerstein (1974), Alejandro Portes (1981), John Walton (1981), Elizabeth Petras (1981), Manuel Castells (1989), Saskia Sassen (1988) y Eva Morawska (1990). El planteamiento básico es que la introducción de las relaciones económicas capitalistas en los países de la periferia genera una población con disposición a migrar. La instalación de fábricas y maquiladoras de propietarios extranjeros en los países periféricos merma la economía local, ya que produce bienes que compiten con los fabricados localmente; entre otras distorsiones, feminiza la fuerza de trabajo sin proporcionar oportunidades de empleo para los varones; socializa a las mujeres en el trabajo industrial y el consumo moderno, pero no les asegura un ingreso a largo plazo que les permita satisfacer esas necesidades.

      Esta propuesta teórica se contrapone a los planteamientos desarrollistas de cambio social y desarrollo que suponían que mediante el orden y progreso los países pobres evolucionarían hacia la modernización y la industrialización. Sin embargo, lo que acontece en la realidad es que se han construido relaciones de dependencia en su aspecto de introducción del capital productivo en sectores coloniales y en países subdesarrollados y neocoloniales. Desde una perspectiva marxista, los teóricos histórico-estructuralistas indican que, a causa de una distribución desigual del poder político en los países, la expansión del capitalismo globalizante conduce a que las desigualdades se vuelvan permanentes y también a que se refuerce un orden económico con estratificaciones.

      Las desigualdades se manifiestan en la tenencia de la tierra y en la extracción de las materias primas que son vendidas en los mercados internacionales, lo cual conlleva también una modificación de las formas de trabajo. Asimismo, se da un proceso de imposición cultural desde los países centrales derivado de la expansión de las comunicaciones y de políticas de penetración ideológica, sobre todo en los estilos de consumo. De esta forma, los países pobres permanecen en una condición de desventaja en un sistema geopolítico desigual que, lejos de llevarlos al progreso y al desarrollo, más bien constituye una situación de pobreza permanente y aun creciente.

      Con una base común que es la teoría histórico-estructuralista, se reconocen dos vertientes: la teoría de la dependencia y la teoría de los sistemas mundiales. Si bien en los orígenes (década de 1960-1970) no se preocuparon mucho por la migración internacional sino por la migración campo-ciudad, posteriormente relacionaron la migración con la dimensión macro de las relaciones socioeconómicas a nivel macro, a la división geográfica del trabajo y las dinámicas de poder y dominación política.

      En el caso latinoamericano, la teoría de la dependencia tuvo su auge con los aportes de Celso Furtado (1965), Fernando Cardoso y Enzo Faletto (1969). Su afirmación básica es que hay una desigualdad en la distribución política y económica entre las naciones, y esto fue provocado por la expansión capitalista y por un posicionamiento diferente en diversos momentos de la historia.

      Esta propuesta explicativa fue asumida en los planteamientos de un movimiento teológico y de acción popular en el seno de la iglesia católica latinoamericana: la teología de la liberación. Desde una perspectiva religiosa, se reconocía que la condición de pobreza en América Latina era fruto precisamente de esa dependencia de los países de la periferia hacia los países del centro desarrollado, y que no había salida de esa situación a menos que se rompiera con el sistema, de ahí la importancia de generar procesos de liberación en todos los niveles de la sociedad: económico, político y cultural. La liberación asumía la centralidad de un actor en el proceso de cambio social: el pobre, aquel que estaba victimizado tenía ahora la tarea histórica de ser protagonista de un cambio estructural. Desde la perspectiva del pobre, el mundo se podría recrear y volverse un lugar de justicia y dignidad para todos.

      Esta vertiente teológica, que ha buscado ir a los orígenes del cristianismo, ha sido una influencia manifiesta en la motivación de un buen número de agentes defensores de personas migrantes vinculados a la iglesia católica de México. Hay quienes no manifiestan explícitamente este vínculo teológico, pero a través de las acciones que van emprendiendo en la atención y defensa de las personas migrantes parecen corresponder, de cualquier forma, con los planteamientos de la teología de la liberación. De ahí que en el seno del episcopado mexicano se generen conflictos específicos por considerar algunos obispos que la “pastoral de migrantes” tuvo una dinámica demasiado politizada y de confrontación con el estado mexicano, esto es, el mismo tipo de acusación que tuvieron en su momento los movimientos cristianos liberacionistas en América Latina.24 Sin embargo, este paso de una perspectiva asistencialista a otra que busca el protagonismo histórico de las personas migrantes es más bien reciente, y no todos los grupos que hacen este tipo de labor han dado ese paso; incluso en la actualidad se pueden ubicar personajes que han dejado de lado la denuncia y confrontación frente a las violaciones a derechos humanos y han asumido una conducta que respalda la política actual de la jerarquía de la iglesia y del gobierno mexicano.

      Aunque la teología de la liberación no inspira a todos los que hacen trabajo de atención a personas migrantes en tránsito, resulta interesante considerar que un sector sí se explica el proceso migratorio como fruto de fuerzas económicas que operan a nivel global y que generan relaciones de dependencia y desigualdad, con lo cual se favorece la migración internacional.

      Retomando la teoría de los sistemas mundiales, hay que considerar que recientemente esta tiene un eje fundamental en el concepto “ciudades globales”, de Saskia Sassen (1988, 1990), es decir, un grupo pequeño de ciudades en donde se toman las grandes decisiones que afectan en todo el mundo. En esas ciudades se concentra una fuerza de trabajo calificado, y hay también un amplio mercado en el sector de servicios en donde se inserta mano de obra migrante de los países periféricos. Este nuevo sistema mundial, iniciado en el siglo XVI, ha provocado cambios en los países pobres, específicamente ha creado una población que está siempre disponible para movilizarse hacia los centros industrializados y genera una nueva geografía del poder.

      Como el sentido de la intervención capitalista supone un amplio intercambio de mercancías, maquinaria, materias primas, personas, etc., se crea una infraestructura de comunicaciones y transporte que facilita esos movimientos, con lo cual se generan auténticos “circuitos migratorios” (Durand y Massey, 2003: 28) que hacen menores los costos de algunas rutas internacionales. Se promueve así la migración internacional.

      Esta nueva geografía de poder se puede caracterizar no tanto como un declive del estado, como algunos sugieren, sino más bien como una transformación: nos hallamos ante una nueva forma de posicionamiento por parte del estado en un espacio de poder más amplio y una nueva configuración del quehacer de los estados (Sassen, 2000). Lo más notable es la irrupción de lo privado en la esfera pública, creando