Allie Reynolds

Temblor


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para restregarme su victoria.

      Aprieto las manos a ambos lados para contener las ganas de empujarla precipicio abajo.

      11

      En la actualidad

      —¿Sabes qué? —suelta Dale—. Me alegro de que tu hermana esté muerta.

      Los puños de Curtis salen disparados e impactan contra la mandíbula de Dale, que se cae hacia atrás y se lleva las manos a la cara.

      No es un puñetazo demasiado fuerte, porque estoy segura de que podría haber sido peor si Curtis hubiera querido, pero, aun así, me quedo boquiabierta. Por lo general, Curtis es el señor Control, aunque hubo ocasiones en aquel invierno cuando lo vi perder los estribos, y siempre era por su hermana. El Superman del snowboarding británico y su kriptonita.

      Dale se recompone, se abalanza sobre Curtis y lo golpea contra una mesa.

      Las cosas se pusieron feas entre Dale y Curtis la noche antes de que Saskia desapareciera, pero, hasta donde yo sé, Heather y Saskia fueron quienes lo empezaron todo. Curtis y Dale se vieron arrastrados, nada más. Imagino que después de eso, no volvieron a verse, como yo, y su amistad jamás lo superó.

      Brent y yo intervenimos. Los puños vuelan y el pobre Brent recibe un golpe que lo deja sin aliento. Intento detener a Curtis y lo atenazo por el cuello de nuevo, pero ya ha aprendido el truco. Heather permanece en un rincón, con las manos sobre la cara.

      —¿Cómo sabes que está muerta? —cuestiona Curtis—. ¿La mataste tú?

      Por cómo mira a Dale, parece que lo considera una posibilidad.

      Una carga familiar se apodera de mí.

      «No fue Dale. Fui yo. Yo la maté».

      Quería ganar a toda costa y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Durante estos últimos diez años, he repetido en mi cabeza una y otra vez lo que sucedió y siempre llego a la misma conclusión: murió por mi culpa.

      Y lo que me provoca náuseas es que si volviera a pasar por la misma situación, no sé si actuaría de forma distinta.

      Dale choca conmigo y me devuelve al presente. Me tambaleo hacia un lado, caigo encima de una mesa y él sobre mí. Estoy mareada a causa del whisky y tardo en reaccionar. Brent agarra a Dale de la capucha de la chaqueta y se oye un desgarrón.

      Dale maldice y empuja a Brent contra la chimenea.

      —Vale, te lo voy a preguntar: ¿te acostaste con mi mujer?

      Es posible que Dale haya perdido su aspecto de vikingo, pero sigue actuando como si lo fuera. Contengo la respiración. «Di que no, Brent, aunque lo hicieras, o te aplastará».

      —No —contesta Brent.

      Dale lo mira fijamente y se gira hacia Curtis.

      —En cuanto a ti, tu hermana estaba fuera de control. ¿Sabes qué pienso? Que tú la mataste. Admítelo. Estabas hasta las narices de ella, igual que todos nosotros.

      Curtis lanza otro puñetazo. Dale lo esquiva y la mano de Curtis le roza el hombro. Tiene dos pequeños círculos rojos en las mejillas. Jamás lo he visto tan alterado como ahora.

      Su furia me hace pensar. Tal vez la muerte de Saskia no fue culpa mía, después de todo. ¿La golpeó él? ¿Fue así como murió? Es difícil de imaginar, porque era muy protector con ella, pero, quizá, perdió el control. Todo el mundo tiene un límite. Incluso Curtis.

      Curtis y Dale siguen esquivándose y peleando. Las sillas y los vasos se estrellan contra el suelo.

      Heather se sujeta la cabeza con las manos.

      —¡Basta!

      Brent pone la mano en el hombro de Dale.

      —Tranquilízate.

      Y Dale le da un puñetazo en el estómago. Esto está degenerando en una pelea de bar, y recuerdo a la perfección lo que pasó la última vez que estos tipos se pelearon.

      Tengo que detenerlos antes de que vaya a más, pero ¿qué hago? Tampoco es que podamos llamar a la policía.

      Curtis se acerca a Dale. Espero que no me ataque y me interpongo.

      —Basta.

      El cuerpo de Curtis se balancea contra el mío.

      —Ese jueguecito para romper el hielo —aventuro—. Parece que alguien intente que nos peleemos. No le demos esa satisfacción.

      Curtis aprieta la mandíbula. Sus ojos destellan con furia. El duelo dura unos breves y tensos segundos hasta que asiente, con reticencia. Se deja caer en una silla sin desviar la mirada de Dale. Entre murmullos, Dale hace lo mismo. Brent y yo también nos sentamos. Nos arreglamos la ropa y recuperamos el aliento.

      —Tenemos que averiguar quién ha escrito todo eso en las tarjetas —afirmo—. Porque quienquiera que fuera nos conoce a todos. De verdad.

      —Un momento… —Brent se pone a la defensiva.

      —No digo que todo sea cierto —aclaro—. Quería decir…

      Curtis interviene.

      —Tiene razón. Creo que solo hay siete personas que podrían haberlo hecho. Una ha perdido el uso de sus piernas y brazos; otra lleva diez años desaparecida y acaban de declararla legalmente muerta. Eso nos deja con cinco.

      Sus palabras flotan en el aire. Hay miradas llenas de nerviosismo.

      —¿Se sabe algo de Odette? —pregunta Dale.

      Bajo la mesa, me clavo las uñas en los muslos tan profundamente como puedo. Dale me mira, así que sacudo la cabeza. Nunca la he buscado por internet; así puedo decirme a mí misma que es posible que, por un milagro, se recuperara. O que, al menos, sintiera sus miembros de nuevo. Porque si no…

      —Yo hablé con ella la semana pasada, por FaceTime —comenta Curtis.

      Levanto la cabeza con brusquedad.

      —¿Sigues en contacto con ella?

      —Apenas. Desde que nos fuimos de aquí, solo he hablado con ella una o dos veces.

      —Me dijo que la dejara en paz —confieso—. No quería verme nunca más.

      —No es personal —explica Curtis—. A mí también me lo dijo. Dejé pasar un tiempo antes de llamarla.

      Me preparo.

      —¿Cómo está?

      La tristeza en su mirada me dice todo lo que necesito saber.

      —Sigue postrada. Puede mover los brazos, aunque no mucho. Pensé en ir a verla antes o después de la reunión, en función de donde estuviera, pero dijo que no tenía ganas.

      Heather se pone en pie.

      —¿Por qué nos quedamos aquí sentados? Quiero salir.

      Mira a Dale como si este pudiera transportarla por arte de magia más allá de los quince kilómetros de hielo y roca que nos separan del pie de la montaña, en plena oscuridad.

      —Esta noche no vamos a ninguna parte —replica él—. Tenemos que esperar a que se haga de día.

      Heather nos mira para que lo confirmemos.

      —Créeme —asegura Curtis—. Si hubiera alguna manera de marcharse, yo ya no estaría aquí.

      Intervengo:

      —Es demasiado peligroso salir mientras esté oscuro. La montaña está llena de grietas.

      Muy a su pesar, Heather toma asiento de nuevo. Se hace el silencio. Brent se termina el whisky que tenía en el vaso. Recojo una botella de cerveza que ha caído al suelo. También se ha derramado sobre la mesa, pero ya me preocuparé de eso más tarde.

      Heather