Jeanne Allan

Se necesita una madre


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¿Quieres que vaya a buscar a la abuela Mary, o a Cheyenne, digo, a mamá?

      La voz de Davy hizo que Allie reaccionara.

      –No –dijo sonriendo–. Estoy bien. Se me ha dormido el pie.

      –Deja que te ayude –dijo Zane.

      Ella lo ignoró y se puso en pie. Se dirigió hacia su hermana mayor que estaba al otro lado de la habitación con cara de preocupación. Y de culpabilidad.

      «Maldita seas, Cheyenne». Allie había conseguido evitar a Zane Peters durate cinco años. Trabajaba como profesora en Denver, y cuando estaba en Aspen se le activaba una especie de radar que prevenía los encuentros fortuitos.

      –Puedo explicártelo –dijo Cheyenne cuando llegó su hermana–. Zane era el mejor amigo de Worth.

      –Y yo soy la hermana de Worth. Quieres decir que ¿Worth lo invitó?

      Cheyenne se ruborizó.

      –Ayer vi a Zane en el pueblo. Me saludó de manera tan tímida que me habría reído si la situación no hubiese sido tan triste. Me has dicho un millón de veces que ya no te importa. Que no significa nada para ti. Él era uno de nuestros amigos, y Worth lo echa de menos.

      –Él nunca me lo ha dicho.

      –Worth no lo haría. Está bien, tampoco me lo ha dicho a mí, pero era su mejor amigo.

      –¿Y por eso lo has invitado? ¿Por Worth? –miró a su hermana. Cheyenne nunca había sido capaz de mentir.

      –¿Por qué más lo iba a invitar? Sé que a ti ya no te importa.

      Allie la habría estrangulado.

      –Sabes que no me gusta que metas tu nariz respingona en mis asuntos.

      –La tengo igual de respingona que tú. Además –dijo Cheyenne–, su mujer ha muerto. Zane y tú podríais…

      –Nada. Escúchame, Cheyenne Lassiter, si quieres convertirte en el felpudo de un hombre, adelante. Yo no pienso hacerlo, así que métete en tus asuntos.

      –Personalmente, no me imagino a mi mujer siendo el felpudo de nadie –alguien rodeó a Allie por la cintura.

      –Si no te lo habían advertido, Thomas Steele, lo siento. Los demás tenemos que aguantarla, pero tú podías haberte librado.

      –Puede que sea estúpido, pero creo que sé lo que pasa.

      –Siento haberte llamado estúpido, pero es que a veces mi hermana…

      –¿Qué ha hecho ahora la señora Metomentodo? –Thomas sonrió a su novia–. Te quiero, señora Steele, pero eso no significa que no me entere de que interfieres en muchas cosas.

      Cheyenne parecía tan apenada, que Allie dijo:

      –No importa. Estoy impresionada y he exagerado. Mi hermana no se casa todos los días. Creo que estoy un poco sensible.

      Cheyenne le dio un fuerte abrazo.

      –Mentirosa –le susurró a Allie al oído. Le agarró las manos y continuó en voz alta–. Prometo que no ocurrirá otra vez.

      Allie resopló y ambas se rieron.

      Thomas las miró.

      –Nunca entenderé a las mujeres.

      –Eso es lo divertido del matrimonio –bromeó la madre de Allie uniéndose al grupo–. Mi nuevo nieto se va a poner furioso si no cortáis la tarta. A Davy le gusta mucho más montar a caballo que ir a bodas –añadió Mary Lassiter entre risas.

      El pelo corto le sentaba bien.

      Allie le sonrió al novio. Hubo un día en que las sonrisas más cálidas eran para Zane. Hacía diez años se había enamorado de Allie Lassiter. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero eso no. Eso nunca cambiaría.

      Él no tenía derecho a amarla, y menos después de lo que le había hecho. No pretendía que lo recibiera con los brazos abiertos otra vez. Pero eso no significaba que él no tuviera fantasías.

      –Ni los perros hambrientos miran así a la comida.

      Zane no necesitó darse la vuelta para reconocer la voz.

      –Cuando ayer me encontré con Cheyenne y me invitó a la boda, pensé que quizá… –soltó una carcajada llena de amargura–. Allie no sabía que yo venía. Cheyenne no se lo dijo.

      –Cheyenne no podía casarse sin que asistieran sus dos hermanas a la boda –dijo Worth Lassiter.

      –Quieres decir que Allie habría dejado de asistir por no verme. ¿Y tú? Si hubieras sabido que venía, ¿habrías dejado que Cheyenne caminase sola hasta el altar?

      –Yo lo sabía. Cheyenne se lo pensó dos veces y me preguntó si debía llamarte y decirte que no vinieras. Después pensó que no vendrías. Yo sabía que sí lo harías.

      Zane no fue capaz de interpretar el tono de voz de Worth. Tampoco fue capaz de mirar al hombre que fue su mejor amigo.

      –Pasamos muy buenos ratos juntos.

      –Sí –dijo Worth–. Te he echado de menos, pero Allie es mi hermana. Lo que hiciste la destrozó.

      –Haría lo que fuera, pagaría el precio que fuese necesario, para poder deshacer lo que hice.

      –Lo sé.

      Zane miró a Worth.

      –¿Y ella lo sabe?

      –No te ha mencionado desde la noche que entró en casa diciendo que te ibas a casar con otra.

      –Pensaba que a estas alturas ya se habría casado.

      –Algunos hombres se lo han propuesto, pero no aceptó. Entre Beau y tú, la opinión que se ha formado Allie de los hombres no es muy buena.

      Zane apretó los puños dentro de los bolsillos. Pocos hombres eran peores que Beau Lasitter, el padre de Allie que falleció sin que ella lo lamentara. Zane no podía negar que lo que Worth dijo era verdad, aunque le doliera.

      –Hannah está esperando la tarta, pero será mejor que nos vayamos.

      –No sabía que fueras tan cobarde –dijo Worth y se alejó.

      Worth lo había llamado cobarde, y no sabía por qué.

      Se oyeron unas risas. Eran Allie y sus dos hermanas con el novio. Zane solía soñar que ella se reía con él en su cama.

      Hannah se había alejado. Estaba cerca del grupo que rodeaba a la novia. Se fijaba en Allie. Se supone que a las niñas les encantan las bodas, y parecía que Hannah estaba más fascinada con la dama de honor que con la novia.

      Mucha gente pensaba que las dos hermanas mayores se parecían. Se equivocaban. Cheyenne era como un libro abierto. Allie como libro cerrado, que sólo permitía que unos pocos lo abrieran. Zane tuvo el privilegio de compartir los pensamientos mas íntimos de Allie. Un privilegio que desperdició de manera estúpida. Desde el otro extremo del salón, notaba que ella escondía sus sentimientos. Si fuese un hombre llorón, habría llorado en ese momento. Habría llorado millones de veces en los últimos cinco años. Llorar no cambiaba las cosas.

      Tampoco salir corriendo. Se quedaría hasta que Hannah se comiera la tarta. Después se irían de allí. Lejos de Allie Lassiter.

      Jake Norton se unió al grupo y rodeó con el brazo a Allie y a su hermana Greeley. Zane había leído que Norton y su esposa se quedaron en el rancho de los Lassiter mientras la estrella actuaba en una película del Oeste que se rodaba por la zona. Sabía que habían llegado a ser buenos amigos de los Lassiter. Pero aún sabiéndolo sintió celos al ver que Allie se reía con Norton.

      Era idiota por haber ido. Si la novia cortase el maldito pastel… Hannah se comería su porción y después se marcharían.

      Allie estaba tan guapa. Mucho mas