le vino cuando volvía a casa. Quizá el pastel tenía demasiada azúcar. O el aroma de las flores le había afectado al cerebro.
Zane agarró el teléfono, pero lo volvió a colgar. Si bebiese se serviría una gran copa de coraje. Ya no bebía alcohol, y sabía que cuando lo hacía se convertía en un idiota y no en un valiente.
Allie evitó mirarlo durante el banquete. No es que fuera un hombre irresistible. Era un chico normal, moreno y con mandíbula prominente.
Con respecto a Zane, Allie se había comportado como una idiota. Lo suficiente como para enamorarse de él. No iba a dejarse atrapar por su actuación lastimera. No lo creería.
Zane miró el teléfono. Pensó en la potrilla. Maldita sea, aunque él hubiera arruinado su vida, la potra se merecía ayuda. Llamaría.
Allie le colgaría el teléfono.
Enfadado, dejó el aparato y se levantó. Allie reapareció en sus pensamientos. Lo peor eran las noches. Pensando en Allie. Recordando pequeños detalles, como por ejemplo, la forma en que ella sacaba la lengua hacia un lado cuando se concentraba. Zane solía bromear y le decía que un día estaría concentrada montando a caballo y que éste saltaría y ella se mordería la lengua.
El deseo se apoderó de Zane. Quería mordisquearle la lengua. Con cariño. Con amor.
Había desperdiciado ese privilegio, y ese amor.
Observó como pastaban los caballos. La potrilla estaba en el medio. Nunca se quedaría sola. Los otros caballos la protegerían. No se fiaba de las personas.
Allie podría enseñarle a confiar.
Si él no la llamaba, Allie no podría ayudar a la potra. Se dirigió hacia el teléfono, después se detuvo.
Si no la llamaba, Allie no podría decir que no. No había ninguna razón por la que pudiera aceptar, y demasiadas para que dijera que no. Si decía que no…
Zane no recordaba cuándo había conocido a Allie. Al principio sólo era una de las hermanas de Worth. Después, cuando ella tenía dieciséis años, él se enamoró. Cuando Allie cumplió dieciocho, Zane le pidió que se casara con él.
La madre de Allie les pidió que esperaran. Mary Lassiter se casó muy joven. Beau Lassiter era un vaquero de rodeo, encantador, pero de débil personalidad. Cuando Mary se quedó embarazada de Worth, Beau la llevó otra vez al rancho de sus padres. La dejó allí mientras él participaba en el circuito de rodeo. Él volvía al rancho para que Mary lo curara cuando un toro lo tiraba al suelo. Después se volvía a marchar solo, y casi siempre dejaba a Mary embarazada.
Con la ayuda de Yancy Nichols, el padre viudo de Mary, crió a los cuatro niños. Greeley ni siquiera era suya. Mary nunca se quejó. Cuando les pidió que esperaran, Zane supuso que ella quería que Allie estuviese segura. Después se preguntaba si es que él le recordaba a Beau.
No se parecía en nada a Beau Lasitter.
Quería culpabilizar a Beau de lo que había sucedido, por comportarse de forma irresponsable había conseguido que sus hijos se hicieran adultos antes de tiempo. Zane era seis años mayor que Allie. A menudo le decía que tenía que relajarse y vivir un poco, pero ella era inflexible y no toleraba que otros tuvieran un espíritu juvenil. Como él.
No. No tenía excusa. La culpa de lo que había sucedido sólo era suya, de Zane Peters.
No debía de haber ido a la boda de Cheyenne, pero la tentación de ver a Allie, de hablar con ella era superior a sus fuerzas. Cuando la vio junto a su hermana Cheyenne, durante la ceremonia, deseó tocarla. Al ver que sonreía a Hannah, deseó que le sonriera a él.
Con sólo mirarla, supo que no lo había perdonado. Si no hubiese sido por Hannah, él se habría marchado.
Ella había sido muy amable con Hannah.
Su hija había estado hablando de Allie todo el camino de vuelta a casa. Zane se arrepentía de muchas cosas, pero nunca se arrepintió de Hannah. No era culpa de la niña que Allie lo odiara. Él sabía quién tenía la culpa.
Y Allie también. Allie nunca culparía a Hannah, porque amaba a los niños y a los animales.
Ayudaría a la potra. Allie lo odiaba, pero ella ayudaría a la potra. Y entonces, quizá… Zane respiró hondo y marcó el número.
Al escuchar la voz de ella, se puso nostálgico. No pudo hablar.
Allie limpió la cocina, la caja del gato y sacó a Moonie a dar un paseo. Después continuó con el archivo de C & A Enterprises, la pequeña agencia de viajes que poseía junto con Cheyenne.
Debía de haberse quedado en el Double Nickel, el rancho familiar que estaba en Hope Valley. O haber convencido a Davy de que se quedara en Aspen con ella en lugar de en el rancho. Con Cheyenne fuera, el apartamento parecía vacío. Demasiado silencio. El silencio le hacía pensar. Y recordar. Allie no quería recordar.
Como si alguna vez lo hubiera olvidado.
Cuando tenía diez años, Allie conocía todos los movimientos que hacía Zane Peters al andar. Conocía su manera de reír y su forma de hablar tranquila. Le entraban escalofríos cada vez que él pronunciaba su nombre o la llamaba cariño. Su madre, Dolly, era de Tejas. Conoció a Mary Lassiter en una carrera de barriles y allí se hicieron amigas. Dolly también se había casado con un vaquero de rodeo. La diferencia era que Buck Peters dejó el rodeo y regresó con su familia a un rancho cercano a Aspen. Después se marcharon a Tejas y Zane se quedó en el rancho de Colorado para criar caballos.
Siempre acababa pensando en Zane. Si Allie no hubiera seguido el consejo de su madre, ya llevaría ocho años casada con Zane.
O divorciada.
Querer a Zane no le impidió ver sus defectos. Había sido muy imprudente. Mientras Allie estudiaba fuera, le llegaban comentarios acerca de lo que hacía Zane. Iba a fiestas, y a ella le preocupaba que bebiera demasiado y luego condujera muy rápido por las carreteras de montaña. Durante unas vacaciones, discutieron. Él la acusó de que era una desconfiada. La cosa fue a más y ella decidió quitarse el anillo de compromiso y metérselo a Zane en el bolsillo de la camisa. Le dijo que se marchara y que nunca se casaría con él.
Si él se hubiese disculpado, si le hubiera suplicado que tomara el anillo otra vez… No lo hizo. Sin decir ni una palabra, la dejó allí de pie frente a la casa. Allie lo vio marcharse, conducía tan rápido que el coche derrapaba al tomar las curvas.
No quería pensar en Zane. La había traicionado. Estaba dolida. Tenía que admitir que su vida había cambiado drásticamente.
No parecía un hombre que hubiera sufrido. Parecía que estaba bien.
Sonó el teléfono y Allie se sobresaltó. Interrumpió así sus amargos recuerdos. Cuando contestó, sólo hubo silencio.
–¿Diga? ¿Diga? Voy a colgar.
–No cuelgues, Allie. Te llamo por un caballo.
Allie fue incapaz de pronunciar palabra.
–Tengo una potra que necesita ayuda. Tiene dos años y la han maltratado. Es ágil e inteligente. Dentro de unos años será un buen pony para Hannah, pero las personas le dan pavor. Me gustaría que trabajases con ella. Estoy dispuesto a pagarte lo que sea.
Por lo rápido que hablaba Zane, Allie sabía lo nervioso que estaba. Ella iba a colgar.
–Te necesita –dijo Zane–, cuando se le acerca alguien se pone a temblar. No puedo utilizarla, y aunque Hannah me dejara, no podría venderla. La potra no tiene la culpa. ¿La ayudarás?
–No.
–Antes no soportabas que trataran mal a un animal –Allie quiso decirle que él había destrozado su forma de ser. No le dijo nada y cada vez agarraba más fuerte el cable del teléfono–. ¿Y qué hay de tu campaña de protección a los animales? No te preocupes, tus amigos no se enterarán de que te negaste a ayudar a un animal necesitado.
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