estar más tiempo en la misma habitación que él.
–Supongo que sabes que Zane está aquí. Lo acabo de ver. ¿Estás bien? –preguntó Greeley.
–Claro que estoy bien –contestó Allie a su hermana pequeña–. ¿Por qué no iba a estarlo?
–¿Cómo voy a saberlo? Sólo soy medio hermana tuya.
–Greeley Lassiter, eres tan hermana mía como Cheyenne. Me pones furiosa cuando dices esas cosas.
–Es mejor eso que verte ahí, como si fueras la única superviviente de una catástrofe.
–No tengo ese aspecto. Me ha sorprendido, eso es todo. No sabía que Cheyenne lo había invitado.
–¿Quieres que le diga que se vaya?
–Worth ha hablado con él.
–¿Y le ha dicho que se vaya?
–Evidentemente no. Sólo estaban hablando. No se han dado la mano, ni nada.
–Eso espero.
Allie abrazó a su hermana en reconocimiento a su fidelidad.
–No, Cheyenne tiene razón. Si a mí ya no me importa, Worth y él pueden recuperar su amistad. Si es que Worth quiere un amigo tan superficial.
–¿Si? –enfatizó Greeley– ¿ya no te importa?
–No me importa –dijo Allie. No podía importarle. El amor entre ellos había muerto. Muerto no, estaba enterrado en la basura. No quedaba nada. Forzó una sonrisa– Cheyenne va a lanzar el ramo. Sabes que lo tirará hacia aquí. Agárralo tú, porque yo no pienso hacerlo.
La novia lanzó el ramo. Directo hacia Allie y Greeley. Allie se echó hacia la derecha en el mismo instante en que Greeley se echó hacia la izquierda. El ramo cayó entre ambas.
–¡Mira papá! La mujer me ha lanzado las flores.
Allie vio la cara de consternación que tenía Cheyenne y confirmó las intenciones de su hermana mayor.
–Yo no me meto en esto –Greeley se marchó antes de que Allie pudiera preguntarle qué quería decir.
–Son mías –Allie escuchó una voz decidida detrás suyo.
Zane estaba agachado hablando con su hija. La pequeña tenía agarrado el ramo contra el pecho y decía:
–Mías.
–No, no son tuyas. Las flores son para una niña grande.
–Yo soy una niña grande.
–Son para una señorita. Devuélveselas a la novia, iremos a una floristería y te compraré unas flores.
–Yo las agarré.
–Se supone que no tenías que hacerlo.
–Yo las quiero.
Allie quería sonreír con indulgencia, como todos los que observaban la escena. La cara sonrojada de Zane demostraba que sabía que eran el centro de atención. Eso no significaba que él dejara de hacer lo que creía que estaba bien. Zane Peters estaba orgulloso de hacer lo que él creía correcto.
Le quitó las flores y le secó una lágrima de la mejilla.
–Podemos comprar flores amarillas. ¿Te gustan las flores amarillas?
–No quiero flores amarillas. Quiero éstas.
Sin pararse a pensar, Allie se agachó y le quitó el ramo a Zane. Se dio la vuelta y le ofreció las flores a la pequeña.
–Toma. Tú las agarraste.
La niña colocó las manos detrás de la espalda.
–Papá dice que no puedo quedármelas.
Allie no quería saber nada de la hija de Zane, pero la niña había agarrado el ramo y debía poder quedárselo. Se arrodilló y dijo:
–Tu padre es un hombre, y los hombres no saben nada sobre las bodas. Quien toma el ramo, se lo queda. Es una regla, y sé que a tu padre no le gusta desobedecerlas –dijo con mofa.
La pequeña miró al suelo. Seguía con las manos detrás de la espalda.
–Papá dice que las flores son para una señorita.
–Yo soy una señorita. ¿Puedo quedármelas?
La niña dudó y después asintió.
–Está bien. Si son mías, yo se las puedo dar a otra persona, y te las voy a dar a ti –Allie le tendió el ramo, demostrando que podía actuar con dignidad en cualquier circunstancia.
La pequeña miró a su padre. Sonrió y aceptó el ramo.
–Es bonito –dijo y le acercó el ramo a Allie–. Huele.
Allie esperaba que después de olerlo, la niña y su padre se marcharían.
–¿Qué se dice, Hannah? –dijo Zane.
–Gracias.
Hannah. Allie sintió una gran pena. La niña se llamaba como la abuela de Zane. Ellos habían planeado que su primera hija se llamaría así. La pequeña podría haber sido la hija de Allie. Hizo un esfuerzo para contener el llanto. Después se puso rabiosa. Le había puesto el nombre a la hija de otra mujer. No es que le importara. Él ya no le importaba.
–Allie, ¿no estás lista todavía?
La voz de Davy la salvó. Le sonrió agradecida.
–Estoy lista y deseando marcharme.
–¿Eres su mamá?
Allie negó con la cabeza. Davy señaló a Cheyenne y dijo:
–Ahora ella es mi madre, así que Allie es mi tía.
–¿Y quién es tu hijo? –preguntó Hannah.
–No tengo hijos –contestó Allie.
–¿Por qué?
–Vamos, Hannah –dijo Zane con voz seria.
–Pero papá, a lo mejor sus hijos conocen a mamá.
Zane agarró a su hija y se marchó.
–¿Estás bien? –preguntó Worth agarrando a Allie por el hombro.
–¿Por qué todo el mundo me pregunta lo mismo?
–Davy dijo que estabas rara.
–Davy cree que estoy rara cada vez que me ve con un vestido. Dice que parezco una chica –imitó la voz de Davy–. Quiere que lleve vaqueros porque le prometí que después de la boda montaríamos a caballo. ¿Dónde ha ido?
–Se ha ido a despedir de los novios.
El barullo llamó la atención de Allie.
–Se marcharán los… –cuando vio la causa del alboroto se calló.
Hannah estaba en brazos de su padre con una gran rabieta. Con una mano sujetaba el ramo de flores, con la otra se agarraba a una de las columnas de metal. El resto de los invitados se reía y Zane se sonrojó. La cría pataleaba.
–Bájame –gritó.
Dejó a su hija en el suelo y ella salió corriendo hasta llegar frente a Allie. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio un fuerte beso en la mejilla.
–Adiós –la pequeña se dio la vuelta y regresó donde estaba su padre–. Tenía que decirle adiós a Allie.
El resto de su vida sin Allie. ¿Durante cuánto tiempo tendría que pagarlo? ¿Aún no lo había castigado lo suficiente? Zane había pensado en la respuesta a esas preguntas durante cinco años. Ningún castigo, por duro que fuera, borraría lo que había hecho. Siempre lo perseguiría la cara que puso Allie cuando se lo contó.
Pensó