José M. González García

Walter Benjamin: de la diosa Niké al Ángel de la Historia


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Argentina, 2003, p. 33. El texto de Benjamin «Presentación de la revista Angelus Novus» termina con una referencia a la leyenda talmúdica de los «ángeles nuevos» y puede verse en castellano en la edición de la editorial Abada, Obras, libro II / vol. I, Madrid, 2016, pp. 245-250. El artículo de 1931 sobre Karl Kraus puede verse en este mismo volumen, pp. 341-376: la voz efímera de Karl Kraus es como la de uno de aquellos ángeles nuevos del Talmud creados a cada instante sin cesar en cantidades ingentes para, una vez que han ensalzado a Dios, disolverse en la nada.

      12 Cfr. Gershom Scholem, «Walter Benjamin y su ángel (1972)», artículo recogido en el libro citado en la nota anterior, pp. 41-46. En las Obras de Benjamin publicadas por Abada editores, libro VI, Madrid, 2017, pp. 685-689. Véase también la interesante y erudita interpretación de Vicente Valero, gran conocedor de las experiencias de Benjamin en Ibiza, para quien «Agesilaus Santander» es fundamentalmente un regalo personal a la pintora de origen holandés Anna Maria Blaupot ten Cate, de quien se hallaba enamorado en agosto de 1933. Vicente Valero, Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, Cáceres, Periférica, 2017, especialmente el capítulo VIII, «Blaupot y el amor angélico», pp.183-201.

      13 Entre las recientes interpretaciones son de destacar los libros de Perdita Rösch, Die Hermeneutik des Boten. Der Engel als Denkfigur bei Paul Klee und Rainer Maria Rilke, München, Fink, 2006; Johann Konrad Eberlein, «Angelus Novus». Paul Klees Bild und Walter Benjamins Deutung, Freiburg i. B./Berlin, Rombach, 2006, y Carl Djerassi, Vier Juden auf den Parnass. Ein Gespräch. Benjamin – Adorno – Scholem –Schönberg, Innsbruck-Wien, Haymon, 2008.

      14 Sobre los ángeles de Klee, véanse por ejemplo los libros de Boris Friedewald, Die Engel von Paul Klee, Köln, DuMont, 2013, y de Ingrid Riedel, Engel der Wandlung. Die Engelbilder Paul Klees, Freiburg-Basel-Berlin, Herder/Spektrum, 2013.

      15 Pueden verse en Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, Frankfurt, Suhrkamp, 1991, Band VII.1, pp. 19-26, y Band II.1, pp. 129-132, respectivamente.

      16 Cfr. Walter Benjamin, Sonetos. Texto bilingüe, Barcelona, Península/Edicions 62, 1993: soneto 5, pp. 24-25; soneto 29, pp. 72-73, y soneto 11, pp. 36-37.

      17 Sobre esto han escrito bellas palabras Gershom Scholem en el libro ya citado, Walter Benjamin y su ángel, así como Roger Bartra, El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno, Valencia, Pre-textos, 2004.

      18 Walter Benjamin, El origen del drama barroco alemán, Madrid, Taurus, 1990, p. 233.

      19 Walter Benjamin, Diario de Moscú, Madrid, Abada, 2015, pp. 145-146 y 153.

      20 Ibidem, pp. 190-193.

      Capítulo I

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      Ilustración I-1. Una de las dos diosas Niké de Christian David Rauch en los jardines del palacio de Charlottenburg. Foto del autor.

      1. EL TRIUNFO DE LA DIOSA FORTUNA

      En un libro anterior1 he analizado el desarrollo histórico de la diosa Fortuna como metáfora política. La primera parte planteaba las diversas formas de utilización de la Fortuna en el Renacimiento y en el Barroco en tres tradiciones intelectuales diferentes, pero buscando las interconexiones entre ellas: en la literatura europea (especialmente en la española), en la iconografía y en la filosofía política de Maquiavelo en el siglo XVI y de Saavedra Fajardo en el XVII. A continuación, la Fortuna pasa a un segundo plano y casi desaparece del escenario en el siglo XVIII debido a las luces de la razón, y en el siglo XIX, por la preeminencia de las ideas de ciencia y de progreso. Pero la Fortuna reaparece de nuevo en el siglo XX porque nos hemos hecho más conscientes de los límites de la razón y de la importancia del riesgo, de la casualidad, de la suerte o de la contingencia en la vida humana. A lo largo de los cuatro capítulos de la segunda parte de dicho libro se describe el regreso de la Fortuna en nuestra época, si bien transmutada en otras categorías como las de azar, riesgo, suerte o destino: la fragilidad de la vida buena de los individuos ante el amor o la tragedia, las relaciones entre Justicia y Fortuna, el regreso de esta en la llamada «sociedad del riesgo» o el poder de la Fortuna en los campos de concentración constituyen elementos importantes para formas actuales de reflexión filosófica.

      El presente capítulo se enmarca dentro del ámbito teórico de mis estudios sobre la diosa Fortuna y pretende aplicarlo al caso de la cultura alemana. Se trata de ver cómo en la esfera pública de la ciudad de Berlín, dominada simbólicamente durante el Barroco y parte del siglo XVIII por la Fortuna, se da el paso a otra imagen muy potente que impregna toda la vida política en el XIX: el ángel de la Victoria. La transición entre las dos imágenes implica la transición desde una concepción de la política en la que las circunstancias ajenas imponen los cambios hacia una perspectiva de completa seguridad en las propias fuerzas que, ligadas al progreso de la economía, de la industrialización, así como de la organización burocrática del ejército y de la sociedad, impulsarán la marcha de la historia hacia adelante en una victoria permanente sobre otros pueblos y, especialmente, sobre Francia. Paso, pues, de la inestabilidad y del cambio repentino e incontrolado en manos de la diosa Fortuna a una situación de progreso permanente en la que el futuro asegura la supremacía de la sociedad alemana y su marcha continuada hacia el futuro, representada por la diosa Niké, o diosa de la Victoria. Se trata simbólicamente de un cambio de diosas en el plano político que expresan dos perspectivas completamente diferentes sobre la autoconcepción alemana: el paso de la subordinación a los acontecimientos que se imponen sobre la voluntad propia a una nueva situación en la que prima la idea del control sobre el futuro y la confianza en el progreso y en las propias fuerzas. Por otro lado, la diosa de la Victoria se transforma en un ángel de cuño cristiano, ya que en la mentalidad popular el concepto de diosa Niké permanece extraño. Esta transformación se produce de manera natural, ya que los símbolos de las figuras son los mismos: las alas de la diosa Victoria son también las alas del ángel y los objetos que portan en las manos son idénticos en los dos casos: la corona de laurel y la palma de la victoria.

      El mejor ejemplo del dominio político de la Fortuna en el siglo XVII y parte del XVIII en Berlín es el palacio barroco de Charlottenburg. Mandado construir a finales del siglo XVII e inaugurado en 1699 como palacio de Lietzenburg para Sophie Charlotte, la segunda esposa del Gran Elector de Brandenburgo, Federico III, quien en 1701 subiría al trono de Prusia con el nombre de Federico I, el palacio fue llamado Chalottenburg en honor de la reina y da nombre también a uno de los barrios más conocidos del oeste de Berlín. La prematura muerte de Sophie Charlotte en 1705 le impidió gozar mucho tiempo de las magníficas instalaciones y de los amplios jardines. En estos habían tenido lugar los famosos «paseos filosóficos» en los que, según se cuenta, Gottfried Wilhelm Leibniz habría explicado a Sophie Charlotte los principios básicos de su Teodicea, mostrándole a la reina cómo se podía compaginar la omnipotencia de Dios con el problema de la existencia del mal en el mundo y respondiendo a sus innumerables preguntas.

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      Ilustración I-2. Palacio de Charlottenburg (Berlín). Foto del autor.

      La diosa Fortuna coronó primero la cúpula sobre la gran sala que daba al jardín. En la ampliación de 1710 a 1712, el arquitecto Eosander construyó la actual cúpula que domina ampliamente el perfil del palacio. Sobre la linterna de la cúpula, y transformada en veleta, se nos muestra el poder de la diosa Fortuna sobre los asuntos humanos, y especialmente sobre la política. No deja de resultar curioso que Franz Hessel, amigo y colaborador de Walter Benjamin, no viera en esta figura una representación de la Fortuna, sino del dios de la danza, bailando en lo alto de la cúpula del arquitecto Eosander2.

      Por otro lado, es posible argumentar que no deberíamos