Ximo Guillem-Llobat

Tóxicos invisibles


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investigadores, sino que le acompañó durante toda su carrera. Bien pronto, ya en 1897, empezó una intensa actividad divulgadora de problemas fitopatológicos a través de artículos en revistas agrícolas como Revista Agrícola de la Asociación de Ingenieros Agrónomos, Progreso Agrícola y Pecuario, o el Boletín de Agricultura Técnica y Económica. También fue muy activo tanto en la elaboración de imágenes fotográficas como de documentales de temática agrícola (especialmente sobre plagas del campo). Estos materiales fueron después utilizados en las numerosas conferencias divulgativas que impartió así como en su docencia. Ahora bien, muchos de estos materiales se han perdido o fueron destruidos en episodios como aquel que llevó a la destrucción de la Escuela de Ingenieros en el contexto de la Guerra Civil.

      La sensibilidad de Navarro hacia la divulgación y en concreto hacia la elaboración de materiales visuales quedó plasmada no solo en su intensa actividad de producción, a la que ahora nos referíamos, sino también en sus esfuerzos por teorizar y por contribuir a buscar soluciones técnicas originales en este ámbito. Buena muestra de ello la tenemos en su obra Cinematografía elemental aplicada a la enseñanza de las ciencias, y especialmente a la agronómica; aunque cabe destacar que aparentemente dicha obra se perdió en el episodio bélico al que nos referíamos antes (Camarero Rioja, 2013).

      Fue autor, por otro lado, de todo un conjunto de obras que se centraban en las conferencias que impartió. En estas recopilaciones de las conferencias impartidas, Navarro explicaba el interés que tenían las imágenes para amenizar los asuntos entomológicos en los que estaban centradas. Las películas y fotografías no solo permitían mostrar los organismos y tratamientos, sino que eran una buena forma de introducir otro tipo de elementos filosóficos, mitológicos o incluso arquitectónicos que harían más atractivas las conferencia y evitarían el rechazo que podía generar la entomología en su estado más puro (Camarero Rioja, 2013). Así por ejemplo explicaba como para tratar la plaga de cochinilla acanalada del naranjo, elaboró un documental que empezaba por mostrar la entrada en Valencia por las Torres de Serrano, el Micalet, el Palacio del Marqués de Dos Aguas, etc. El documental acababa también con referencias a la mitología griega que siempre estuvo muy presente en sus trabajos. La elaboración de todos estos recursos era clara muestra de su compromiso con la actividad divulgativa cuya importancia no dudó en destacar, de manera explícita, en sus trabajos sobre las conferencias agrícolas (Navarro, 1913; Navarro, 1923).

      Aquellas obras sobre sus conferencias constituyen también un material muy valioso para analizar los públicos concretos a los que se dirigía tanto en sus conferencias en general como en sus documentales en particular. Como ya comentábamos, los documentales que elaboró los utilizó habitualmente como complemento de sus conferencias y estas se dirigieron a públicos muy diversos. En ocasiones tuvieron lugar en el marco de las actividades organizadas por determinadas asociaciones profesionales, como las de arquitectos e ingenieros o las de labradores. Se dirigió a propietarios agrícolas pero también al conjunto de determinadas poblaciones rurales, celebrando dichas conferencias en los frontones de poblaciones especialmente afectadas por una u otra plaga. El carácter profano de parte estos públicos objetivo podía explicar que no se adentrara en aspectos técnicos de estas fumigaciones, ni siquiera en aquellos relativos a la seguridad. Pero esto difícilmente explica que las fumigaciones filmadas se desarrollaran en clara contradicción con las pautas establecidas en los manuales a los que nos referíamos antes.

      Si por un momento nos detenemos brevemente en el análisis del panorama de la divulgación agrícola en el contexto español de aquel momento, todavía parecen cobrar más interés las aportaciones de Navarro. El carácter pionero de la actividad divulgativa que Navarro desarrolló a través de la elaboración de documentales agrícolas resulta bastante evidente si tenemos en cuenta los trabajos que a este género audiovisual han dedicado autores como Fernando Camarero Rioja (2014). Fue por otro lado identificado como tal pionero en artículos publicados en el primer tercio de siglo en revistas como Agricultura. Concretamente, por ejemplo, en un artículo del ingeniero E. Morales Fraile, no solo se destacó su originalidad en el contexto español sino también el bajo desarrollo de esta cinematografía ibérica en comparación con aquella que podía encontrarse entonces en Alemania, Bélgica, Estados Unidos, Francia y muchos otros estados (Morales Fraile, 1931).

      El valor de su contribución no se limita, sin embargo, al medio técnico utilizado. Su intensa actividad divulgativa en general contrastaba con la baja actividad que se desarrollaba en aquel momento en el contexto estatal. Si bien a principios de siglo se pusieron en marcha algunas cátedras ambulantes, con las que se trataba de divulgar el conocimiento agrícola en el medio rural, fue solo en 1927 cuando se reorganizó dicho servicio con la aprobación del Real decreto de 24 de marzo. En aquel momento se destacó la baja incidencia de las iniciativas anteriores y se propuso seguir el modelo italiano, tal y como se detallará en el capítulo siguiente. Sin embargo, solo dos años más tarde se optó por su suspensión temporal y no volvería a retomarse su actividad hasta la entrada en la época republicana (Pan-Montojo, 2005). El contexto en el que Navarro desarrolló su actividad divulgativa no era, por tanto, el más adecuado. De hecho, distaba bastante de serlo. Y por tanto su contribución decidida a ella parece emanar de una convicción personal auténtica. Este hecho nos permite descartar que las limitaciones que veíamos en sus trabajos fueran producto de la dejadez con la que Navarro podría haber desarrollado una actividad que no percibiera como importante.

      La profunda implicación de Navarro en la investigación y la divulgación contradice la idea de que la falta de información, de formación o de motivación fueran las que le llevaron a invisibilizar el riesgo del cianhídrico en su documental. No hay indicios claros para afirmar que Navarro ideara el documental con una voluntad premeditada de manipulación, de invisibilización consciente de la toxicidad del cianhídrico en base a intereses económicos, profesionales o particulares de cualquier tipo (el protagonismo de Navarro en el desarrollo de estas fumigaciones podrían haberlo llevado a su defensa explícita, pero parecería que esto se podría hacer mejor con una comunicación efectiva de los procedimientos seguros de aplicación). La falta de referencias explícitas a dicho riesgo e incluso la clara contradicción entre las prácticas que mostraba el documental y aquellas medidas exigidas en la memoria de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa posiblemente no pueden explicarse sin tener en cuenta el contexto en el que se rodó el documental.

      La invisibilidad del riesgo

      Los principales ingenieros involucrados en el establecimiento de las prácticas de fumigación cianhídrica para el control de plagas del campo en el Estado español subestimaron su toxicidad. Así ocurrió, por ejemplo, en los primeros textos que dedicó a estas fumigaciones el ingeniero valenciano Antonio Maylin, en los que se puso mucho más énfasis en los problemas que podía comportar el coste del tratamiento que en su peligrosidad (Maylin, 1905). Esta fue también la pauta general que se dio tanto en los artículos de prensa generalista como en aquellos de revistas profesionales como Agricultura (Guillem-Llobat, 2019, 59).

      Para explicar esta baja consideración de los riesgos asociados a la fumigación cianhídrica que parecía darse de manera generalizada en los inicios del siglo xx, se podrían aducir diferentes causas. Una de las más destacadas fue la prioridad que en general dieron los agrónomos a cuestiones relativas a la eficacia del tratamiento frente a aquellas relativas a la seguridad; cuestión a la que se refiere el siguiente capítulo al considerar, por ejemplo, los criterios para la aceptación de nuevos productos en el registro de plaguicidas creado en 1942. Pero también podría explicarse en base a la mayor desprotección de los habitantes del medio rural, tanto a nivel legislativo como por su relativa baja presencia en los medios de comunicación. En este sentido, hay un elemento que resulta especialmente explicativo para poder entender la baja consideración del riesgo asociado a las fumigaciones: la pobre regulación del accidente laboral en aquel contexto.

      Los accidentes mortales en la fumigación cianhídrica afectaron fundamentalmente a los operarios y por tanto en principio deberían haberse considerado como accidentes de trabajo. Sin embargo, la normativa entonces vigente no permitía hacer este tratamiento de aquellos episodios. La ley de accidentes de trabajo se aprobó el 30 de enero de 1900 y solo el 28 de julio de 1900 se establecieron las bases para su aplicación a través de la aprobación de un nuevo real decreto. Este podría haber constituido el marco legal