Кэрол Мортимер

Un compromiso anunciado


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      –Bueno, pensé que siendo tan amigo de Fiona… –farfulló con torpeza.

      –Entiendo lo que quieres decir, Izzy –dijo divertido–. ¡Solo quería saber si tenías el descaro suficiente para expresarlo en voz alta!

      Ella lo miró con rabia.

      –No juegues conmigo, Griffin…

      –Y tú no saques conclusiones erróneas, Izzy –le contestó con dureza–. Fiona es una mujer muy agradable; quizá yo merezca tu sarcasmo, pero ella no.

      Maravilloso. ¡Qué mal se sentía de repente! Pero él no tenía razón. Su sarcasmo no había sido dirigido hacia la dueña del hotel, sino hacía él.

      –Además, te has equivocado –murmuró Griffin en tono apacible–. Fiona estaba muy enamorada de su marido.

      Pero su marido estaba muerto…

      Además, esa explicación no excluía que Griffin se sintiera atraído por la bella viuda. Y Griffin era un hombre muy atractivo, a pesar de dar la impresión de no importarle nada ni nadie.

      Ella tragó saliva.

      –Griffin…

      –Izzy… –murmuró con voz ronca antes de besarla.

      ¡Y lo hizo con una intensidad desconocida para Dora!

      De estar sentados en un banco, pasaron a ponerse de pie. La cazadora que llevaba sobre los hombros se le resbaló al suelo mientras él la abrazaba y besaba con pasión.

      No hubo delicadas caricias, ni esperó la reacción de Dora; simplemente tomó su boca por asalto, como si todo el tiempo hubiera sido consciente de su conformidad.

      ¿Tan clara había sido la atracción que había sentido hacia ese hombre? ¿O peor aún, se habría aprovechado de que era una joven soltera de veinticuatro años, que sin ser una belleza tampoco era fea, y habría decidido que podía conquistarla con facilidad?

      Dora se apartó de él.

      –¡Ya basta, Griffin! –le dijo con frialdad.

      –Pero si apenas hemos empezado, Izzy –le aseguró en tono sensual.

      Dora tragó saliva con dificultad y lo miró. Sabía que hacer el amor con aquel hombre sería algo bello y salvaje, todo lo que ella siempre había soñado. Pero era un desconocido, un hombre que quería una aventura.

      –Estás equivocado, Griffin. Se acabó –le dijo con dureza, apartándose de él totalmente–. Ha sido un interludio encantador…

      Su expresión se volvió pétrea y su mirada glacial.

      –No me despidas como si fuera un acompañante para pasar la noche.

      –Entonces no me trates tú a mí como tal –le contestó indignada, con las mejillas ardiendo de humillación–. La cena ha sido agradable, la conversación animada, hasta cierto punto. Pero por la mañana debo regresar a mi vida de siempre y tú a la tuya. ¡No te engañes pensando que este lugar es la realidad, Griffin! –miró a su alrededor significativamente.

      Griffin entrecerró los ojos y la miró.

      –¿Y cuál es tu realidad, Izzy? –dijo con aspereza–. ¿Hay algún hombre en tu vida?

      Tan solo su padre. De momento, no parecía tener demasiado tiempo para otros hombres. Hacía más de un año que no tenía una cita con uno y recordó que la última no había sido demasiado productiva.

      Pero eso no significaba que hubiera descartado la posibilidad de enamorarse, de casarse o de tener hijos. Solo tenía veinticuatro años, y sentía todos esos deseos tan naturales; lo único era que aún no había conocido al hombre adecuado. ¡Y desde luego no había sitio en su vida, aunque fuera brevemente, para un hombre como Griffin Sinclair!

      Alzó la vista para toparse con el furioso desafío de su mirada.

      –Sí, hay un hombre en mi vida –le dijo en tono cortante–. ¡Y estoy segura que hay docenas de mujeres en la tuya! –añadió de modo insultante.

      –No estábamos hablando de mí –se apresuró a contestar Griffin .

      –Por supuesto que no –dijo con brusquedad–. Estoy segura de que nunca respondes a ese tipo de preguntas acerca de ti mismo –estaba tan enfadada que tenía ganas de llorar; lágrimas de rabia hacia sí misma por haber permitido que Griffin la besara.

      Sin duda volvería a su vida de siempre y se olvidaría de que un día había conocido a alguien llamado Isadora Baxter.

      Sin embargo, no estaba segura de si ella podría olvidarlo con la misma facilidad.

      –Debo volver al hotel –dijo con voz entrecortada.

      –¿Debes? –estaba enfadado–. ¿Y por qué?

      Pues porque ese hombre la ponía nerviosa y turbaba la paz de su vida. Jamás debería haber accedido a cenar con él.

      –Porque tengo que levantarme temprano mañana –le soltó y se dio medio vuelta.

      Y con cada paso que daba esperaba que Griffin la agarrara del brazo y la obligara a volverse. Pero eso no ocurrió.

      Cuando Dora alcanzó la tranquilidad de su habitación, temblaba tanto que tuvo que sentarse un momento en la cama. Qué tonta había sido. Griffin Sinclair solamente había jugado con ella.

      ¿Pero hasta dónde hubiera sido capaz de llegar?

      Hasta donde ella le hubiera permitido, pensó Dora con pesar.

      Cuanto antes saliera de aquel hotel y olvidara que había conocido a un hombre llamado Griffin Sinclair, mejor. Al menos para ella.

      ¿Cómo podía haber imaginado en aquel momento que seis meses después de aquella breve estancia en Dungelly Court conocería al hombre ideal para ella; al hombre con quien se prometería en matrimonio? ¿Y, sobre todo, cómo podía haber adivinado que ese hombre resultaría ser Charles Sinclair, el hermano mayor de Griffin Sinclair?

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