Оливия Гейтс

Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras


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ti, una pareja sexual?

      –No. Cierto –intentó que la estelar actuación de ella no lo rindiera–. Pareja implica un vínculo significativo. El nuestro no lo era. No me digas que no quedó claro desde el primer día.

      Habría jurado que sus palabras la desgarraban como un cuchillo oxidado. Si no hubiera tenido pruebas de su perfidia, la agonía que simulaba habría dado al traste con sus defensas. Pero a esas alturas, solo le endurecía el corazón. Quería verla gritar y deshacerse en lágrimas falsas. Pero ella se limitaba a mirarlo con ojos húmedos.

      –Si es una broma, por favor, déjalo… –musitó.

      –Vaya. ¿En serio creías que eras algo más que un revolcón para mí?

      Ella se estremeció como si la hubiera golpeado. A él le costó controlarse al verla así. Tenía que poner fin a la escena o se rendiría.

      –Tendría que haber sabido que no captarías las pistas. Por cómo creías todo lo que decía, quedó claro que careces de astucia. Es obvio que no te convertí en mi directora ejecutiva de proyectos por méritos. Pero empieza a irritarme que actúes como si te debiera algo. Ya pagué por tu tiempo y tus servicios mucho más de lo que valían.

      Por fin, las lágrimas se desbordaron, trazando surcos pálidos en sus mejillas.

      –La próxima vez que un hombre se vaya, déjalo ir. A no ser que prefieras oír la verdad sobre lo poco que te valoraba…

      –Calla… por favor –alzó las manos–. Lo que percibí de ti era real e intenso. Si ya no sientes eso, al menos déjame mis recuerdos.

      –Pareces haber olvidado quién soy y el calibre de las mujeres a las que estoy acostumbrado. Tu sustituta llegará en unos minutos. ¿Te apetece quedarte?

      Él, pensando que iba a dejar de actuar, le dio la espalda.

      –Yo te amaba, Vincenzo –gimió ella, llorosa–. Creía en ti, pensaba que eras un ser excepcional. Pero resulta que usas a la gente. Y nadie lo sabe porque mientes de maravilla. Desearía no haberte conocido y espero que una de mis «sustitutas» te haga pagar por lo que has hecho.

      –Si quieres ponerte a malas, que así sea –dijo él, perdiendo los nervios–. Vete o, además de no haberme conocido, desearás no haber nacido.

      Sin inmutarse por la amenaza, ella se dio la vuelta y salió de la habitación.

      Él esperó a oír el ruido de la puerta al cerrarse. Después, se rindió al dolor.

      Capítulo Uno

      En el presente

      Vincenzo Arsenio D’Agostino miró al rey y llegó a la única conclusión lógica: el hombre había perdido la cabeza.

      La presión de gobernar Castaldini al tiempo que dirigía su multimillonario imperio empresarial había podido con él. Porque además, era el marido y padre más atento y cariñoso del planeta. Ningún hombre podía campear todo eso y mantener intactas sus facultades mentales.

      Esa tenía que ser la explicación de lo que acababa de decir.

      Ferruccio Selvaggio-D’Agostino, hijo ilegítimo, y «rey bastardo» en boca de sus oponentes, torció la boca.

      –Cierra la boca de una vez, Vincenzo. Y no, no estoy loco. Busca esposa. Ya.

      –Deja de decir eso.

      –El único culpable de las prisas eres tú –los ojos acerados de Ferruccio destellaron, burlones–. Hace años que te necesito en este puesto, pero cada vez que lo sugiero en el consejo, les da una apoplejía. Hasta Leandro y Durante hacen una mueca cuando oyen tu nombre. La imagen de playboy que has cultivado es tan notoria que hasta las columnas de cotilleo le quitan importancia. Y esa imagen no sirve en el entorno en el que necesito que actúes.

      –Esa imagen nunca te perjudicó a ti. Mira dónde estás ahora. Eres rey de uno de los estados más conservadores del mundo, con la mujer más pura de la tierra como reina consorte.

      –Solo me llamaban Salvaje Hombre de Hierro por mi apellido y por mi reputación en los negocios –dijo Ferruccio, divertido–. Mi supuesto peligro para las mujeres era una exageración. No tuve tiempo para ellas mientras me abría camino, y sabes que estuve enamorado de Clarissa seis años antes de hacerla mía. Tu fama de mujeriego no te ayudará como emisario de Castaldini en las Naciones Unidas. Necesitas rodearte de respetabilidad para borrar el hedor de los escándalos que te atribuyen.

      –Si eso te quita el sueño, me moderaré –Vincenzo hizo una mueca–. Pero no buscaré esposa para apaciguar a los fósiles de tu consejo. Ni me uniré al trío de esposos dóciles que formáis Leandro, Durante y tú. En realidad, estáis celosos de mi estilo de vida.

      Ferruccio le lanzó una de esas miradas que hacía que se sintiera vacío y deseara darle un puñetazo. La mirada de un hombre feliz a quien le parecía patético el estilo de vida de Vincenzo.

      –Cuando representes a Castaldini quiero que la prensa se centre en tus logros para el reino, Vincenzo, no en tus conquistas ni en sus declaraciones cuando las cambias por otras. No quiero que el circo mediático que rodea tu estilo de vida enturbie tus negociaciones diplomáticas y financieras. Una esposa demostrará al mundo que has cambiado y apaciguará a la prensa.

      –¿Cuándo te volviste tan aburrido, Ferruccio? –Vincenzo movió la cabeza, incrédulo.

      –Si preguntas cuándo empecé a defender el matrimonio y la vida familiar, ¿dónde has estado estos últimos cuatro años? Apruebo las bondades de ambas cosas. Y ya es hora de que te haga el favor de empujarte hacia ese camino.

      –¿Qué camino? ¿El de «felices para siempre»? ¿No sabes que es un espejismo que la mayoría de los hombres persiguen sin éxito? ¿No te das cuenta de que fue casi un milagro que encontraras a Clarissa? Solo un hombre entre un millón encuentra la felicidad que compartes con ella.

      –Dudo de esa estadística, Vincenzo. Leandro encontró a Phoebe, y Durante a Gabrielle.

      –Otros dos golpes de suerte. A todos os ocurrieron cosas terribles en vuestra infancia y adolescencia, así que ahora os ocurren cosas muy buenas en compensación. Como mi vida tuvo un inicio idílico, parezco destinado a no recibir nada más, para restablecer el equilibrio cósmico. Nunca encontraré un amor como el vuestro.

      –Estás haciendo cuanto puedes para no encontrar el amor, o permitir que te encuentre…

      –He aceptado mi destino –lo interrumpió Vincenzo–. El amor no cabe en él.

      –Precisamente por eso deseo que busques esposa. No quiero que pases toda la vida sin la calidez, intimidad, lealtad y seguridad que solo proporciona un buen matrimonio.

      –Gracias por el deseo. Pero no es para mí.

      –¿Lo dices porque no has encontrado el amor? El amor es un plus, pero no es imprescindible. Tus padres empezaron siendo compatibles en teoría y acabaron siéndolo en la práctica. Elige esposa con el cerebro y las cualidades que te atrajeron tejerán un vínculo que se reforzará con el tiempo.

      –¿Eso no es hacer las cosas al revés? Tú amabas a Clarissa antes de casarte.

      –Eso creía. Pero lo que sentía por ella era una fracción de lo que siento ahora. Según mi experiencia, si tu esposa te gusta un poco al principio, tras un año de matrimonio estarás dispuesto a morir por ella.

      –¿Por qué no reconoces que eres el tipo con más suerte del mundo, Ferruccio? Puede que seas mi rey y que te haya jurado lealtad, pero no te conviene restregarme tu felicidad. Ya te he dicho que es imposible que yo encuentre algo similar.

      –Yo también creía que la felicidad no estaba a mi alcance, que siempre estaría vacío emocional y espiritualmente, sin acceso a la mujer a quien amaba e incapaz de conformarme con otra.

      Vincenzo se preguntó si Ferruccio había