ella le hubiera gustado quedársela para sí.
El señor der Huizma estaba esa mañana en la tienda y se acercó hasta donde estaba ella para observar la casa de muñecas de cerca.
–¿Bonita, verdad? –comentó ella–. El sueño de cualquier chica…
–¿Sí?
–Oh, sí. Sólo que tendría que ser una niña cuidadosa a la que le gustaran las muñecas.
–Entonces me la llevaré. Conozco una niña que cumple esos requisitos.
–Le advierto que es muy cara…
–Pero esa niña se merece lo mejor.
Daisy no se atrevió a preguntar más debido a que había notado algo extraño en el tono de voz de él.
–¿Se lo empaqueto? ¿O se lo enviamos a su casa?
–No, me la llevaré en mi coche. ¿Me la puede tener preparado para dentro de unos días, cuando vuelva a por ella?
–Sí.
–Voy a salir unos días al extranjero.
Daisy pensó que seguramente volvería a su país natal para las navidades.
–No se preocupe. Si alguien se interesa por ella, le diré que ya está vendida. Le puedo hacer una factura, si quiere.
–Es usted muy eficiente –dijo él con una sonrisa–. No sabe lo contento que estoy de haber encontrado esta casa de muñecas. Los regalos para los niños son siempre un problema.
–¿Tiene usted muchos hijos?
–Somos una familia enorme –contestó y ella tuvo que contentarse con esa respuesta.
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