Hector Goldin

Tan loco como para cambiar el mundo


Скачать книгу

la tecnología era detectar que un equipo pudiera hacer lo que hacía otro. Sobre la base de ese concepto, se desarrolla el de la máquina universal, asumiendo que cualquier computadora (a fin de usar un término más actual) se puede diseñar para que, a su vez, se pueda construir a partir de otra computadora. Muchos profesionales simplificaron este resultado y erróneamente consideraron qué quería decir que todas las computadoras eran iguales. No habían tenido en cuenta algo que sí vio Ada, el factor del usuario humano. Hizo falta llegar a Steve Jobs para que el mundo de la informática comprendiera cabalmente la importancia del usuario.

      Turing siguió avanzando en su tarea de precursor. Durante la Segunda Guerra Mundial, se concentró en el descifrado de mensajes alemanes mediante un sistema llamado Enigma, por el que recibió grandes halagos. Pasada la contienda, fue objeto de uno de los más vergonzosos hechos de la política inglesa, equiparable quizá a la tortura de Galileo por la Inquisición en el siglo XV. Por su reconocida homosexualidad, se lo condenó a recibir hormonas que “paliarían su desvío”, llevándolo al suicidio a principios de los años 50. El reconocimiento del error cometido lo concretó el gobierno inglés hace unos pocos años, siguiendo los pasos del Vaticano con Galileo.

      Su tragedia personal no empañó su brillante trabajo. Purgando el castigo, publicó su estudio sobre inteligencia artificial, que se conocería como el Test de Turing. La idea es simple: si una persona interactúa con una pantalla y no puede distinguir si está tratando con una persona o con una computadora, la computadora tiene inteligencia artificial.

      El 4 de octubre de 2011 se conoce el mal estado de salud de Steve Jobs. Su reemplazante, Tim Cook, hacía la presentación del nuevo iPhone 4S con cara adusta y algo nerviosa. El último orador era Scott Forstall, discípulo directo de Jobs, tanto en lo que a tecnología se refiere como en el show mediático, quien presentó al mundo la última novedad de Apple: Siri, un sistema que conversaba con el usuario, dejándolo asombrado y haciendo que los entusiastas de la ciencia ficción recuerden al HAL de 2001 y que los profesionales de IT evoquen a Turing. Era tan fácil entrar en la ilusión que para muchos no era concebible que Siri fuera solamente un programa. Incluso se crearon locas especulaciones sobre ejércitos de técnicos que respondían a las preguntas.

      Al día siguiente, Jobs falleció. Y, según su hermana, sus últimas palabras fueron repetir tres veces “Oh, wow!”.

      La historia se llena de curiosidades... Alan Turing se suicidó mordiendo una manzana envenenada. La manzana envenenada fue la manera que tuvo la Reina Bruja para que Blancanieves durmiera por siglos. Este era el cuento preferido de Turing. Y Jobs creó como logo de Apple una manzana mordida. La Reina Bruja tenía un espejo mágico al que le hacía preguntas y este le respondía. Como culminación de su carrera por lograr productos cada vez más fáciles de usar, Apple hace realidad el espejo mágico de Blancanieves y cumple el Test de Turing. Steve Jobs muere, aparentemente, asombrado...

      Un concepto nuevo para vivir la tecnología

      El deseo de inmortalidad es innato al ser humano. La descendencia, el arte, dejar una marca en el universo es un modo de alcanzar la eternidad. Jobs lo tuvo claro desde su juventud, tal vez más sólidamente que otros en virtud de la debilidad de sus raíces.

      Puede parecer increíble para muchos que su objetivo haya sido cambiar el mundo. Pero así lo repitió desde el principio de su carrera.

      Para poder lograrlo, se ubicó mentalmente en la intersección entre la tecnología y las humanidades: buscó cómo hacer que las máquinas universales definidas por Turing hicieran tareas artísticas y humanísticas como las había imaginado Ada Lovelace y, además, lograr que aprovecharan la mayor potencia tecnológica disponible en cada momento, pero apuntando siempre a la facilidad absoluta para que la pudiera utilizar una persona común.

      No existe hoy un dictamen unánime sobre si logró este objetivo, aunque para el mundo corporativo, haber creado la empresa más valiosa del mundo, lo es.

      Para el universo técnico –que es naturalmente reduccionista–, en unos cuantos casos se piensa que “Jobs no inventó nada”, lo cual es falso, ya que su nombre encabeza numerosas patentes de Apple por haber conceptualizado muchos de los inventos importantes.

      Otra vez llega, en este punto, la sombra de Da Vinci quien trabajó para los déspotas príncipes del Renacimiento, pero así era el modo de lograr su objetivo. Apple fue el mejor vehículo para producir lo que Jobs tenía pensado: productos que transformaran a la humanidad.

      La imagen de entes que piensan surgió en la imaginación humana hace siglos. Ya los mitos griegos tienen ejemplos, como es el caso de Pigmalión y Galatea, en el cual una estatua cobra vida. Aun desde la imaginación de un relato, su importancia radica en que solamente con una idea previa es posible hacer una realidad.

      Lady Lovelace en primer lugar y Alan Turing después fueron los dos primeros que hicieron algo concreto a partir de su imaginación. Ella fue pionera en entender cómo el mismo principio de construcción de la primera computadora diseñada por Babbage también puede llegar a realizar otras acciones vinculadas a la cultura. Ella es la primera que logra enfocarlo en algo concreto. Si bien no lo construye, sí lo diseña con bastante detalle.

      Turing, en tanto, ya tenía computadoras. Demuestra –primero con la máquina y luego lo profundiza y lo detalla con el Test– que la computadora es una máquina universal. Que puede llevar a cabo cualquier cosa que haga otra máquina. A partir de allí, se empezó a discutir si el cerebro humano era una computadora o no, si una máquina de Turing podía hacer o no cualquier cosa que hiciera un cerebro. Aun hoy esto no se ha dilucidado por completo.

      Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se transforma en el centro del desarrollo tecnológico. IBM (International Business Machines, nacida el 16 de junio de 1911 de la mano de Thomas J. Watson) domina el mundo y esto no es casual. Sus desarrollos militares y el auge de la Guerra Fría la convierten en el centro de las actuaciones. Tener un cliente tan importante como el gobierno norteamericano que no repara en gastos le permitió a IBM lograr un enorme desarrollo. Borró –literalmente– a sus competidores del mercado.

      Los equipos de entonces eran impagables, puesto que requerían una gran inversión en investigación y desarrollo. IBM contaba con ese respaldo para afrontarlo. Competir con su crecimiento fue solo posible desde la miniaturización. En 1957, fundada por Ken Olsen y Harlan Anderson, nació la compañía DEC (Digital Equipment), que funcionó hasta 1998, considerada pionera en la fabricación de minicomputadoras. Sus desarrollos comenzaron a aplicarse en áreas donde los equipos de IBM resultaban muy grandes. Con dicho surgimiento, aparece otra novedad en el mercado: sus equipos, en lugar de utilizar un software propietario, como sí hacía IBM, usaban software desarrollado en los ambientes universitarios y en laboratorios privados.

      Finalizando la década del 60, nace Unix: un sistema operativo público desarrollado por los laboratorios Bell –que en aquel tiempo era una empresa del Estado–, y también aparece un lenguaje de programación llamado C. Ambos aportan la novedad de estar diseñados para ser transportables.

      Antes de esto, a cada equipo era preciso desarrollarle un sistema operativo específico, multiplicándole astronómicamente su costo. Con Unix y el lenguaje C, se logró uno de los objetivos de Turing de la máquina universal: poder trasladar el software entre un equipo y otro aunque no estuviera fabricado específicamente para él, que era lo que sí pasaba con IBM, por ejemplo.

      Era claro que en estas épocas ya se empezaban a jugar ideas sobre las tecnologías que eventualmente Jobs iba a reemplazar. Las primeras que conseguirá reemplazar serán la gráfica y la imprenta. En los 70, se trabajaba en un tablero. Primero se dibujaba con lápiz, luego con tinta y finalmente con lapiceras que regulaban el flujo de tinta, que se llamaron Rotring. Y, sobre el tablero, se utilizaban diversos dispositivos; por ejemplo, para lo que era dibujo técnico