Hector Goldin

Tan loco como para cambiar el mundo


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reutilizable para la información mecanografiada, con la cual era posible almacenar y usar de nuevo, corregir, reimprimir tantas veces como fueran necesarias, borrar y reutilizar para otros proyectos. Este desarrollo marcó el principio del procesamiento de textos. También fue IBM quien introdujo las tarjetas magnéticas con su modelo MagCards, estas se utilizaban tal como la cinta, y en cada una de ellas, se podía almacenar un valor aproximado de una página. En 1972, las empresas Lexitron y Linolex desarrollaron un sistema similar con casetes de cinta para almacenar los textos, cuya impresión podía demorarse hasta que el escritor quisiera.

      En este escenario, las generaciones que habían aprendido a mecanografiar podían pasarse a una máquina eléctrica o a un teclado de computadora rápidamente. Con esa idea es que nacen los procesadores de textos.

      Gracias a estas transformaciones –la planilla de cálculo y el procesador de textos–, Apple II se vende de forma masiva, y la compañía empieza a crecer significativamente. Este modelo resultó ser la primera gama de microcomputadoras de producción en serie. Fue popular entre los usuarios personales –el nicho al que claramente sus creadores deseaban conquistar–, y fue vendida también a usuarios corporativos.

      La Apple II venía con un teclado QWERTY integrado (llamado así por las seis primeras letras de la fila superior), que se convirtió en elemento indispensable entre los primeros computadores personales. Su diseño estuvo pensado para que se integrara a la estética hogareña con normalidad, por lo tanto, se parecía más a un electrodoméstico que a un equipo electrónico. La tapa de la carcasa de plástico beige era fácil de sacar, permitiendo acceder al interior de la máquina como si se tratara de despegar la jarra del cuerpo de una licuadora.

      De esa forma, su aparición decreta el comienzo de la revolución de la computadora personal. Ningún cambio más humano que convertir aquello reservado a los especialistas más extremos en un elemento disponible en el hogar.

      Estos dos jovencitos con nula formación corporativa y dudosa personalidad sacudieron el mercado en apenas un par de años. Las grandes corporaciones quedan atónitas y descreen de que haya en estas ideas alguna visión sólida y viable hacia el futuro.

      IBM se sorprende con el crecimiento de la Apple II y le preocupa que haya un mercado en el cual no está participando. Empieza a evaluar alternativas de cómo resolverlo, y se encuentra con Microsoft que le ofrece desarrollar un sistema operativo a través de un muy ventajoso negocio económico si le permite que esa solución no sea exclusiva para IBM, sino que la pueda licenciar a quien quiera. A su vez, Intel ofrece sus microprocesadores con esas mismas condiciones.

      El negocio cierra para todos y, de esa forma, se da origen al mercado de los clones. Así se llamó a los productos que eran idénticos en procesamiento y en sistema operativo que los de IBM, pero que solo se diferenciaban en la marca, claro, y en algunos periféricos…

      Quizá IBM consideró que su peso era tan importante que su mercado no iba a correr riesgo. Sin duda alguna, ya contaba con prestigio y trayectoria, además de una estructura de comercialización, pero los clones se vendían a precios irrisorios, a fin de ganar mercado en los nichos más económicos. En cierto nivel corporativo medio/alto, IBM inicialmente no tuvo problemas. Había sutiles diferencias que hacían que para las tareas empresariales no fuese lo mismo tener una IBM que cualquier clon; sin embargo, no era lo mismo para las personas.

      IBM no imaginó que el público demandaría tanta cantidad de computadoras. Sus acciones a partir de 1981, momento en el que se anuncia la IBM PC, van perdiendo valor, a la par que Microsoft e Intel lo van ganando por hacer los componentes esenciales de todos los equipos que producen para los distintos fabricantes: Compaq, Dell, Gateway. Aun cuando desde el principio se les dificultaba competir con IBM, al tener el mismo procesador (Intel) y el mismo software (de Microsoft), para la gente era más o menos lo mismo.

      En medio de un mercado imprevisto y de la vorágine de cambios que se suceden de manera maratónica, un tema más entra en juego: no se consideró el efecto que el funcionamiento de las PCs iba a tener en la sociedad.

      Cuando un automóvil se rompía, era sencillo darse cuenta de que fallaba y esto se popularizaba, ayudando a los usuarios a crear el concepto del valor de la calidad. Así se dio paso al desarrollo de marcas que se centrarían en valorizar su confiabilidad: Mercedes Benz, BMW, Audi... Se empezaba a entender lo que era la calidad. Comparativamente, cuando una computadora fallaba, casi por intuición se suponía que estaba haciendo algo mal quien la operaba.

      Es una reacción probablemente provocada en virtud de que la mayoría de la gente no entiende la complejidad de las computadoras y asume que ellas no pueden “equivocarse”.

      Sin embargo, en realidad no son tan complejas, pero sí son muy extensas. Los sistemas, como el DOS originalmente y el Windows más tarde, eran sistemas muy extensos y rebuscados. Mientras que si al poseedor de un Chevrolet, por ejemplo, el vehículo le andaba mal, lo cambiaba por un Volvo. Si ese no le resultaba, se compraba un Mercedes Benz... No asumía que el Chevrolet funcionaba mal porque no lo sabía manejar. En cambio, con las computadoras pasó lo contrario: una cuestión de suma utilidad, sobre todo para Microsoft, fue la de acostumbrar a sus usuarios a que cuando sacaba una versión con problemas, la empresa prometía corregirlos en la siguiente. En la nueva, se corregían las cosas ocasionalmente y, de paso, se introducían más problemas de los que se modificaban.

      Los clones, además, contribuían a esa visión: el desconocimiento de los usuarios hacía que no entendieran bien la interacción entre el software y el hardware, y si las fallas provenían de uno, del otro o de ambos. Después de todo, el argumento a favor de estos equipos era su bajo costo. Por esos tiempos, entonces, muchos terminaban con la computadora en el armario: la compraban, no les servía para lo que querían hacer y la descartaban a la baulera.

      Jobs y Wozniak decidieron combatir ese escenario. Nada fue mejor que su encuentro en esos comienzos. La alocada imaginación del primero se une a una férrea formación técnica y humana del segundo, resultando en una combinación exitosa. Cada uno tenía lo que al otro le faltaba o necesitaba. Mientras Jobs aportaba la imaginación, Wozniak concretaba: en sus comienzos, de niño, fue muy motivado por su padre; a los 11 años ya había construido su propia estación de radio y obtiene una licencia para operarla. Dos años después, los compañeros de su instituto lo eligen presidente del club de electrónica. Ya desde su salida de la universidad, le rondaba la idea de construir una computadora, pero en aquellos tiempos los componentes eran tan costosos que se limitaba solamente a bocetarla.

      Es por entonces que se conoce con su homónimo y el primer paso lo dan juntos a partir de un artículo publicado en la revista Esquire que la madre de Wozniak le cede un domingo de octubre del 71 por la mañana. Construyen un aparato capaz de emular los tonos de llamada usados por los teléfonos analógicos de la época. Fue el primer producto que vendieron juntos.

      En ese año, Wozniak le reveló a Jobs su inquietud por crear una computadora. Finalmente, lo logran en 1976 y Apple I resulta ser un éxito luego de que Hewlett Packard la rechazara por considerar que a nadie le interesaría un equipo personal. Jobs, sabedor de las estrategias adecuadas para “dar el golpe”, lleva la creación a la Universidad de Berkeley y rápidamente se convierte en un éxito.

      Es aquí donde el mito del garage se hace realidad: desde él comienzan a ensamblar los equipos y a venderlos. Luego vendrían más desarrollos que solo una mente como la de Wozniak podía concretar y que solo Jobs podía predecir.

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