Son sabias. La penitencia no sirve para nada. Por más que quieran. ¿Pero qué penitencia imponer? Hete ahí lo complicado. Eso nunca te lo enseñan en el seminario. Porque no hay modo.
Te orientan pero el criterio siempre es personal. Yo cuando siento que debo ser blandito soy brutal, y al revés. Una mujer que me confesó que había torturado a su hijo hasta matarlo, le dejé de penitencia un padre nuestro todos los días en ayunas, apenas abriera los ojos. Hasta que sintiera que ya no había más remordimiento. Que ése era el momento de suspender la penitencia. Los que más gracia me producen son los sicarios. Porque matar no lo consideran un pecado sino una chamba. Y la chamba es chamba. Y así me lo dicen, muy quitados de la pena. Que yo comprenda, que tienen que hacerlo, que esa misión les tocó en la vida. Como a mí predicar. Que a cada quien le toca algo. Ni modo. Y que si ellos no acaban con los traidores la vida sería un infierno. Eso me dicen. Y hablando de chamba, ¿mandará el capo por mí para que le vuelva a oficiar? Una misa para los tres años de su hijito no estaría mal. Fue genial ese bautizo. El mejor que me ha tocado. Hinchó mi bolsillo. Yo cumplí mi destino. Debo sembrar la fe en Dios. Bautizar es cosa sagrada. ¿Pero vendrá ella? Hoy le toca. Un día sí y otro no. A esta hora. Cómo me encanta oírla. Me pregunto si lo hará a propósito. Que me cuente lo que me cuente y con esa voz. Si lo hace a propósito está en el camino correcto. Por la erección que me provoca. Endiablada. Mortal. Y no se baja por más que me masturbo. Cuando me describe a todos los hombres con los que se ha metido. Todos y cada uno. Como si en cada uno le fuera la vida. Siento que yo soy todos y cada uno de ellos. Que lo hace para excitarme a mí. Mejor que ni me hable de su marido. Para qué. Un idiota más en el imperio de los cornudos. Nunca he visto su dulcísima cara más que tras la cortina de esta inmunda habitación, si es que la puedo llamar así. Cómo me gustaría seguirla un día y enterarme de sus pormenores. Saber si me está mintiendo o hablando con la verdad. Suman varias las fieles que me he llevado a la cama. Pero ninguna me había excitado como ésta. Me tiene vuelto loco. Y eso que nada más conozco su voz. ¿Para qué quiero más? El mío es el amor más puro del mundo. Sin parangón posible. Sin parangón posible, eso mismo dije para mis adentros cuando me ordené. Me creía investido de una santidad prodigiosa. La llamaba la vocación divina. Me sabía perteneciente al ejército de los soldados de Cristo. De los elegidos. Habría dado la vida por Él. Y ahora no soy más que un mortal como cualquier otro. Un coleccionista de almas. El más asqueroso. ¿Por qué siempre llego a este punto? ¿Qué pruebas me está exigiendo Dios, a mí, el más grande pecador? ¿Por qué no puedo detenerme? ¿Y toda esta gente que cree en mí? Si mi padre me viera. Si mi madre me viera. ¿Por qué tuvo que morir la víspera de mi ordenación? Pobrecita. Si alguien quería verme hecho un sacerdote era ella. No le pude dar gusto. Nunca le pude dar gusto en nada. Ni a nadie. A ninguno de los dos. Toda mi vida no fui más que portador de malas nuevas. Siempre. Un cero a la izquierda. Pero eso fue ayer. No ahora. No este día. Mi olfato me dice que viene en camino. Ya percibo su olor. Ya se aproxima. Un trago. Un trago. Aunque me emborrache. Sólo así podré controlarme. Le pediré que sea más específica. Y me masturbaré cuando me cuente los detalles. Espero no gemir más de la cuenta. Que ella sabe el placer que me provoca. Estoy seguro. Es peor que yo. No, no hay nadie peor que yo.
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