Los pasillos del Bachillerato eran especiales, era frecuente encontrar a militantes de las distintas fuerzas debatiendo, discutiendo, conversando, conociéndose. Otros en cambio aprovechaban los recreos para dibujar, para tocar algún instrumento, para besarse. Siempre con cigarro y mateada de por medio. Los pasillos y el buffet eran lugares de encuentro entre los secundarios pero también entre los universitarios. El Bachillerato y la facultad convivían en el edificio de una manera especial en aquellos años, lo cual permitía a los secundarios profundizar aún más sus conocimientos políticos.
Por esos pasillos comenzó a transitar Claudia, a observar las distintas banderas de las organizaciones revolucionarias, a escuchar lo que sus nuevos compañeros conversaban. Allí, sentadita y mirando todo lo que sucedía a su alrededor, comenzó a dialogar con Silvia Fernández, quien estaba cursando el cuarto año del Bachillerato y militaba en la UES junto a Ford.
Una de las acciones que le habían encomendado era la de conversar con los estudiantes del primer año y lograr que se acerquen a militar. Fue así como le entregó a Claudia un volante con algunas consignas y algunos textos de John William Cooke10. La respuesta de Claudia no se hizo esperar y a los pocos días comenzó su militancia estudiantil en una agrupación peronista, como no podía ser de otra manera. Luego vendrán las reuniones en la casa de la calle 8, allí Nelva observará encantada el entusiasmo de su hija por la política, y entre lectura y lectura les acercaba algunas galletitas y algo para tomar.
“Las charlas que teníamos en esas reuniones eran acerca del peronismo, de política latinoamericana, del movimiento obrero”, cuenta Silvia Fernández. “Textos que de alguna forma te ayudaban a entrar entusiasmado en la militancia”.
Aquellos eran tiempos en los que para salir al recreo había que esperar que suene la marcha peronista en los pasillos, y desde las aulas los estudiantes salían cantando y con sus dedos en “V”.
“Participábamos en actos relámpago que eran dirigidos por oficiales Montoneros, teníamos cierta producción en la guerrilla, pero mientras fueran acciones de protesta uno las veía potables, armar bombas molotov, pintadas, volanteadas, de esas acciones participábamos”.
Durante ese año los militantes secundarios solían encontrarse en la casa de la UES, que quedaba sobre calle 45, casi esquina 6.
“El año ‘74 no fue un año de mucho estudio”, recuerda Silvia. “Todo era clima de militancia y de acciones permanentes. El estudio no estaba en un segundo plano, estaba en un cuarto o quinto”.
“Fundamentalmente la UES era el brazo secundario de Montoneros”. Explica el historiador Roberto Baschetti, a la pregunta de qué representaban los militantes secundarios para la organización. “La idea era organizar a los estudiantes de sus colegios secundarios, con el fin de integrarlos en otros ámbitos a medida que fueran creciendo. Muchos de esos chicos se irían a la Universidad y pasarían a la Juventud Universitaria Peronista (JUP), como sucedió, y muchos otros se integrarían en trabajos y ahí pasarían a ser lo que era la Juventud Trabajadora Peronista (JTP).
“Era una manera de encuadrarlos y tenerlos prestos para activar a nivel estudiantil secundario. Pero obviamente manteniendo o reconociendo o buscando potenciar todas aquellas cosas que podían llegar a nuclear a los estudiantes secundarios, de cosas tan tontas o pueriles pero que eran importantes en la época. Como que te permitieran ir con el pelo largo, que no sea causal de amonestaciones no ir con el uniforme al colegio. Todas esas cosas represivas o dictatoriales que se venían arrastrando, hasta cosas más importantes como lograr beneficios para las escuelas nocturnas porque generalmente el que estudiaba en los colegios nocturnos trabajaba de día. Entonces lo que se trataba era de facilitarles el estudio para que se pudieran recibir, y de eso de alguna manera se ocupaba la UES y Montoneros a su alrededor. O sea, que era un trabajo grande, importante, inclusive, tan importante que muchos cuadros de la UES que iban a colegios más ‘privilegiados’ como el Colegio Nacional Buenos Aires o el Pellegrini, como un acuerdo entre esos militantes secundarios, dejan de ir a esos colegios de elite y van a otros colegios de la periferia o del Gran Buenos Aires para también organizarlos y poder sumarlos a esa lucha de liberación”.
El mismo día del comienzo del ciclo lectivo de 1974, asumió el nuevo rector de la Universidad Nacional de La Plata, doctor Francisco Pablo Camperchioli, quien se comprometió a respetar un petitorio de diez puntos que le entregaron varias agrupaciones peronistas cuando ingresó a la Universidad a dar su discurso inaugural:
“Las organizaciones peronistas abajo firmantes, garantizadoras del proceso abierto en esta Universidad el 25 de mayo (de 1973), ante el inconsulto nombramiento de que usted fue investido.
Esto no lo hacemos caprichosamente sino que entendemos que este planteo resume en líneas generales los aspectos esenciales que definieron a la gestión anterior, con la cual nos identificamos plenamente.
“Solamente con la aceptación por parte suya de estos planteos, entendemos que es posible continuar implementando el proyecto de liberación nacional en la Universidad. De lo contrario no vamos a acatar de ninguna manera que en nombre del Movimiento Justicialista se retroceda en la universidad a cuestiones ya superadas.
“Los puntos son los siguientes: 1) Estabilidad del personal docente y no docente, hasta la realización de concursos; 2) Respetar la bolsa de trabajo de ATULP, para la designación del personal no docente; 3) Garantizar el uso irrestricto por los estamentos universitarios (docentes, no docentes y estudiantes) del Comedor Universitario y todos los servicios sociales de la Universidad; 4) Garantizar el desarrollo del curso de Realidad Nacional; 5) Continuar el proyecto de la universidad y como consecuencia todos los planes de estudio en marcha y a aplicarse; 6) Respetar la transformación por la cual, con una materia por año (aprobada), se mantiene la condición de alumno regular; 8) Cumplir con la pronta terminación de las obras de ampliación del Comedor Universitario para satisfacer las necesidades reales; 9) No interferir en la libre expresión de todas las agrupaciones políticas; 10) Repudiar el ataque a la Universidad por parte del grupo armado CNU, como un intento continuista para impedir la definitiva transformación de la Universidad.
“Para garantizar la continuidad del accionar popular, hemos decidido tomar el control de todas las facultades que conforman esta universidad y para demostrar también el apoyo masivo que recibe esta política de parte de todos los sectores que componen la comunidad Universitaria.
“Firman: Agrupación `Sabino Navarro´, ATULP, adherida a la JTP, Agrupación Peronista de Trabajadores Docentes de la Universidad y Juventud Universitaria Peronista (JUP)”.11
Apenas asume como rector, Camperchioli se comunica con Jorge Ademar Falcone, un viejo amigo, y le ofrece ser su asesor en la flamante función.
Falcone en ese momento era Delegado Regional del Instituto de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados. Era muy respetado entre sus compañeros y riguroso en su trabajo. Le gustaba recorrer las oficinas y comprobar que las órdenes de pago de los jubilados salieran al cobro con celeridad.
Bajo el título, “El día que repudiamos a mi viejo”, Jorge recuerda –en su libro: Memorial de guerra larga, un pibe entre cientos de miles– el momento en que la izquierda del peronismo no solo repudió a Camperchioli en su día de asunción en la UNLP, sino también a las nuevas autoridades, entre las que se encontraba su papá.
“Bajo las pancartas de la Facultad de Ciencias Médicas, yo apenas era uno más de los presentes, que había recomendado a su padre sustraerse de aquella interna. Cuál no fue mi sorpresa cuando, al presentarse en público las autoridades recién designadas, escuché mencionar el nombre de mi viejo. Pero peor la pasé aun cuando la multitud, acicateada por algún desavisado con las mejores intenciones de favorecer a nuestro sector, atronó al